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¿Cómo apoyan los psicólogos a las y los migrantes?

Sebastián y Susana, dos psicólogos de nuestro equipo en Ciudad de México, escriben este relato personal sobre su trabajo diario con personas migrantes de distintas partes del mundo.

Desde MSF estamos alarmados con la situación que vive la población en movimiento y los albergues en CDMX. (MSF/María Chavarría).

El camino de la migración en América Latina está hecho para ser complicado, para hacer pensar en el regreso, provocar sufrimiento y en retrasar lo que se avecina como inevitable: el avance. Pero estas experiencias de precariedad y riesgo no son algo nuevo para las personas en movimiento, solo que ocurren en un terreno distinto y desconocido, ya que provienen de lugares donde la vida ha sido un desafío diario, tal como lo es hoy en la ruta hacia el norte del continente.

En los países de origen de las personas que atendemos, lo que hace soportar las realidades diarias es la compañía de la familia y amistades. Esas redes de apoyo que nutren y alivian. Pero no invisibilizan ni resarcen el daño que ya está hecho: pobreza, falta de oportunidades, educación de baja calidad, inseguridad, violencia, salarios indignos, sistema de salud rebasado, escasez de medicamentos y alimentos.

Ante estos escenarios, cómo no pensar en esas historias sobre lugares donde no es mucho mejor la situación. Así que se entiende que emprendan esta travesía esperando lo que se dice, que se consigue trabajo y con él llega el dinero necesario para aliviar los malestares. Pero a cambio hay que pagar un costo muy elevado, arriesgar la integridad propia y de los niños. Mirar escenas que solo podrían ser producto de una imaginación despiadada o, más bien, de una realidad dura que se llama migrar en América Latina.

Hambre, sed, lodo, agua, descomposición de cuerpos, miradas lascivas, violencia sexual, desprotección, extorsión, secuestro, crimen organizado, inseguridad, abusos, fraudes. Ni todo eso junto es suficiente para detener el avance de estas personas, que solo tienen en mente la búsqueda de bienestar, dignidad, educación, oportunidades y disfrutar de paz. Derechos que quizá experimentaron brevemente o quizá jamás. Les motiva la búsqueda de esa seguridad que no se da actualmente donde nacieron, como si se tratara de algún animal exótico, que solo existe en otros espacios.

En distintos puntos de la ruta, algunas personas migrantes deciden pasar a la consulta con el equipo de salud mental de Médicos Sin Fronteras (MSF). A veces entran con angustia en sus semblantes, preocupación, tristeza, estrés. Son rostros desencajados y cansados, apenas dicen unas palabras y surge el llanto. La voz les tiembla y sollozan por lo difícil que ha sido la experiencia. Lo mucho que han resistido, ¡qué complicado ha sido cuidar de sus pequeños en estas condiciones inhumanas!

Muchos de ellos reconocen que han bajado de peso de forma dramática, este camino les ha exigido mucho más de la cuenta. Para la mayoría esto ha sido ya una constante desde hace tiempo, soportar y tolerar desde la cuna. Ante estas condiciones y antecedentes, sumadas a la violencia del recorrido, ¿qué puede uno como psicólogo aportar ante tal situación? Es ahí donde entran la humanidad, el contacto, la claridad mental-verbal, y la vocación.

En sus relatos, las personas transmiten, con palabras, gestos, ademanes y llanto, el sufrimiento que llevan a cuestas. Pero también dejan espacio para las cualidades que poseen, las herramientas que han usado. Mismas que ni la violencia, ni la selva, ni México han sido capaces de quitarles.

Sencillamente, les pertenecen y es indiscutible. Dejan entrever que han podido resolver sobre la marcha. Han sido flexibles, han resistido a la falta de comida, de agua y de protección, que han sabido elegir. Saben comportarse de forma razonable en situaciones de alto estrés, que pueden cooperar entre grupos, extender la mano y ayudar, saben dejarse ayudar. Son calculadores de la ruta, valoran el contexto y eligen, saben lidiar con el peligro acechante, incluso se ríen por momentos aún en la precariedad.

¿Cómo apoya Médicos Sin Fronteras a los migrantes?

Cuando nos ven, muchas veces nos reciben con una sonrisa, en algunas ocasiones están jugando dominó, con celular en mano, solicitando la tan ansiada cita del CBP One o mensajeando por WhatsApp: alertando al grupo que viene atrás, conectando con la familia, o bien distrayéndose un rato de esta realidad avasallante. Eso sí, jamás se ha escuchado la palabra “riqueza” en sus discursos: no desean hacerse ricos ni poderosos tras este viaje. Solo desean un espacio digno y hacer lo que saben hacer: trabajar y progresar, compartir los frutos.

Ofrecen comida, bebida y asiento, nos quieren hacer sentir bienvenidos y cómodos, no temen en extender sus recursos… ¡qué gesto! ¡Qué humanidad tan viva y presente! Nosotros aprovechamos los espacios de la consulta para contactar profundamente y poner de manifiesto todas las habilidades que han usado. Dialogar amablemente, reafirmar lo que es obvio a nuestros ojos, confortar y acompañar, recordarles la potencia que muestran

De ser necesario, invitarles a un espacio donde puedan expresarse más puntualmente sobre su angustia. De repente, se ven rodeados de un equipo cooperando para que sepan que estamos ahí para ellos, para ellas y para los suyos.

Cuando se retiran, después de relatar escenas aterradoras, de dialogar desde lo más básico de la conexión humana, se notan más tranquilos. Dándose cuenta del músculo latino y caribeño que son, de las habilidades que han desplegado, sonríen, se sienten agradecidos. Este espacio es de suma ayuda. En ocasiones, nos dejan saber tiempo después como están y cómo van en este trayecto, nos comunicamos de nuevo para consultar y aliviar. Luego no volvemos a escucharnos, pero sabemos que estuvimos muy presentes en momentos clave: esa es la esencia de estas interacciones.

Tal vez no se pueda cambiar la realidad de manera inmediata. No podemos retroceder el tiempo y evitar los eventos que precipitaron y los forzaron a migrar. Ni las experiencias de inseguridad que se presentan en el camino. Sin embargo, lo que parece mínimo o insignificante en el acompañamiento en salud mental contribuye a aumentar la posibilidad de resistencia de estas personas a esta travesía. Aprender cómo reacciona el cuerpo ante ciertos estímulos, cómo se siente el enojo, la tristeza e incluso la tranquilidad, puede ayudar a crear estrategias para ir desarrollando control sobre sí mismas en diferentes aspectos.

Nuestra aportación va más allá de escuchar, se convierte en una conexión que protege y fortalece su esperanza. Un ejemplo claro de esto fue cuando una paciente en un seguimiento pudo decir “me di cuenta de que el miedo llega a ser más doloroso en mi imaginación que en la realidad. El poder saber qué hacer para controlar mi mente me dio tranquilidad”. Es aquí cuando podemos darnos cuenta de que nuestra intervención tomó otro significado; como lo explica Sartre: “Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que, al elegirse, elige a todos los hombres… Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera”.

Somos parte de una red infinita de interacciones, en la que cada una de las herramientas que utilizamos o las estrategias que implementamos se conecta de diferentes maneras a nuestra labor, por lo que nuestro sentido de responsabilidad para dar la mejor atención posible se convierte en nuestra prioridad. En la psicología existen muchas áreas de atención, pero pocas como en la que nos desarrollamos todos los días en Médicos Sin Fronteras.

A veces se ven como “las trincheras” de la psicología clínica. Lo que nos hace actuar como en una lucha constante por aumentar las posibilidades de nuestros usuarios de sobrevivir a la ruta. Por lo tanto, no podemos tomar una decisión al azar y valoramos con respeto y admiración cada experiencia.

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