La otra noche, en una gala de etiqueta en Mar-a-Lago, el presidente argentino Javier Milei no pudo contenerse. La reunión había sido organizada para celebrar la elección de su hombre, Donald Trump, y nadie iba a superar a Milei. Giró, se giró, se balanceó, dio abrazos fraternales, hizo el signo de pulgar hacia arriba (a veces uno, a veces, para enfatizar, dos) y sonrió ampliamente mientras las cámaras disparaban los flashes.
Temprano a la mañana siguiente, cuando lo llamaron para dar un discurso, subió al escenario agitando los puños y zapateando al ritmo palpitante de la YMCA de Village People. Durante 15 minutos, se deleitó con la derrota de la clase dirigente socialista progresista antes de bajar la voz un par de octavas para cerrar con su grito característico: “Viva la libertad, carajo”.
Last night with @realDonaldTrump & @JMilei pic.twitter.com/8AjQ8QMAIM
— Elon Musk (@elonmusk) November 15, 2024
A casi un año de asumir el cargo, Javier Milei está viviendo un momento de gran éxito, para sorpresa de los especialistas argentinos. No sólo tiene un aliado en la Casa Blanca (un avance crucial para un líder cuyo país necesita desesperadamente ayuda extranjera), sino que en el frente económico ha ido acumulando victorias.
La inflación de Argentina está cayendo, tal como prometió, desde un pico de casi 300 por ciento; un déficit presupuestario de larga data se ha convertido en superávit; los bonos gubernamentales, que antes se consideraban casi seguros de volver a caer en moratoria, están repuntando; y la economía, que llevaba mucho tiempo moribunda, finalmente está empezando a recuperarse. No está mal para un outsider con una agenda tan radical que la gente especulaba abiertamente hace un año sobre cuántos meses aguantaría antes de tener que entregar el poder.
“En aquel entonces”, dice Miguel Kiguel, economista y ex subsecretario de Finanzas de Argentina, “éste era un escenario de ensueño. Era impensable”.
La pregunta ahora es si Milei puede aprovechar estas victorias para lograr las dos cosas que más necesita para generar ganancias económicas verdaderas y duraderas para su pueblo: un nuevo programa de préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y una ola de inversiones en todo, desde fábricas de automóviles hasta plataformas petrolíferas de esquisto. Los argentinos han sido pacientes hasta ahora con Milei, aunque las encuestas recientes indican que están empezando a sentirse cansados de su campaña de austeridad fiscal y del sufrimiento financiero que la ha acompañado.
Dentro del equipo de Milei, la esperanza es que el regreso de Trump abra el camino a un acuerdo con el FMI que renovaría, y tal vez incluso ampliaría, el actual programa de 44 mil millones de dólares. Sin él, Milei tendrá dificultades para levantar las rígidas restricciones al mercado cambiario (el peso está más estable este año, pero sigue siendo frágil) que actúan como un factor disuasorio clave para las multinacionales que están considerando invertir en el país.
La economía podría estar registrando “un leve repunte”, dijo Eduardo Levy Yeyati, asesor económico jefe de Adcap Grupo Financiero y miembro senior de Brookings, “pero el crecimiento real no ocurrirá hasta que los inversores decidan poner su dinero en Argentina y aún no hemos llegado a ese punto”.
Milei encontró más margen de maniobra para recortar el gasto del que nadie hubiera creído posible en Argentina, que ahora va camino de registrar su primer superávit presupuestario anual desde 2008. Ha detenido las obras públicas, ha recortado el presupuesto de la educación superior, ha reducido la nómina pública y ha dejado que los salarios y las pensiones del sector público cayeran por debajo de la inflación. Después de eliminar la mitad de los ministerios del país, Milei creó uno dedicado a reducir la burocracia, lo que, según él, ha inspirado a Trump a crear su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), que será dirigido por Elon Musk.
Sin embargo, la misma campaña de austeridad ha hundido a Argentina en la recesión y a más de la mitad de su población en la pobreza. Y si bien han surgido señales tempranas de recuperación (la actividad económica ha vuelto a los niveles previos a las elecciones en agosto), el gasto de consumo y la producción industrial siguen siendo bajos en comparación con el año pasado.
“Milei se ganó, sobre todo, la paciencia de la gente”, dijo Mariel Fornoni, directora de la encuestadora Management and Fit, que estima que su índice de aprobación es apenas inferior al 50 por ciento. “Hoy, su gobierno depende fundamentalmente de la opinión pública”.
A Milei le gusta alardear de que el tiempo está de su lado, aun cuando la mayoría de los economistas y encuestadores advierten que se le está escapando. Tras haber demostrado hasta ahora que sus detractores estaban equivocados, Milei llega con renovada confianza en sí mismo a una cumbre del Grupo de los 20 (G-20) organizada por su homólogo brasileño y archirrival Luiz Inácio Lula da Silva.
Incluso antes de aterrizar en Río de Janeiro, el presidente argentino ya estaba tratando de bloquear el consenso en torno al comunicado final del grupo, actuando como un saboteador para algunos, o como el líder de lo que él considera un nuevo orden global que derrotará a los socialistas y sus agendas “woke”.