El presidente entrante de Brasil, Michel Temer, ya agradó a los inversores al nombrar como ministro de Hacienda al exbanquero central Henrique Meirelles.
Mientras la atención del mundo se concentraba en el nuevo gabinete, la gigantesca petrolera estatal Petróleo Brasileiro (Petrobras) informó una pérdida trimestral de mil 250 millones de reales (359 millones de dólares), la tercera consecutiva.
Ese anuncio no fue una noticia tan importante, pero subrayó lo que podría ser uno de los mayores desafíos de Temer: nombrar a nuevos dirigentes en Petrobras y lidiar con la situación financiera de la empresa.
Aunque el colapso de los precios del petróleo está en el corazón de las tribulaciones de Petrobras, la deuda de la compañía traerá más dolores de cabeza.
Petrobras es por lejos el mayor prestatario brasileño en los mercados externos, con casi 52 mil millones de dólares en bonos pendientes en moneda extranjera.
Según su último informe trimestral, la deuda actual, o sea, el dinero que vence en los próximos doce meses, asciende a 17 mil 500 millones de dólares, el pasivo de corto plazo más grande en la historia de la petrolera estatal.
Petrobras todavía genera un montón de dinero (cuatro mil 400 millones de dólares sólo con sus actividades operativas en el primer trimestre), así que está lejos de un impago. Pero también consume dinero desarrollando y operando pozos submarinos caros.
La mayoría de los gastos están relacionados con las reservas del área
subsal de la compañía, cuya operación es más difícil y cara. Petrobras está preparada para pagar esa cuenta en parte porque se atiene a una proyección para el crudo Brent de 72 dólares por barril a largo plazo.
Sin embargo, ese pronóstico es cada vez más difícil de justificar, lo que significa que Petrobras debería estar haciendo un profundo examen de conciencia.
Por cierto, la empresa empezó a desprenderse de activos no esenciales y a eliminar empleos, pero son necesarios cambios más amplios que esos.
Que Petrobras haya tardado en reconocer el nuevo orden mundial de precios bajos para el petróleo desató un debate en Brasil sobre si la empresa necesitará un rescate del gobierno.
El mes pasado, Gustavo Franco, exbanquero central y fundador de la administradora de activos Rio Bravo Investimentos, se sumó a los que piensan así y concluyó que será difícil evitar una inyección de capital accionario. En enero, analistas del Citigroup estimaron el costo de un posible rescate en hasta 21 mil millones de dólares.
Sería impopular, en el mejor de los casos, que Temer gastara semejante suma tan temprano en su mandato.
El problema es que si las finanzas de Petrobras se deterioran y la empresa termina de hecho en una reestructuración de deudas (hay que reconocer que todavía es un escenario improbable), esto aumentaría el costo del crédito para todo el país. Los bonistas internacionales que poseen esos 52 mil millones de dólares difícilmente harían una distinción entre Petrobras y el soberano.
Algo es seguro. Quienquiera que se transforme en el nuevo máximo responsable de Petrobras tendrá un gran desafío por delante. Lo que no queda tan claro es si los inversores aplaudirán con tanta fuerza como lo hicieron por Meirelles. Esta podría terminar siendo la prueba más importante para Temer.
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