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La dignidad de Obama, un legado imperecedero

Durante su mandato, el 44 Presidente de EU mantuvo un discurso cortés, limpio de escándalos y acusaciones en su contra, estándares éticos que los estadounidenses exigirán a Donald Trump, sucesor en el cargo.

La posteridad formulará un juicio más completo y justo de la presidencia de Barack Obama que lo que es posible en la actualidad, pero en un aspecto las cosas están claras: la integridad personal. En un ambiente político especialmente hostil, Obama se comportó de manera cortés y decente, y prestó servicio con honor y dignidad.

La política partidista no debería impedir que los republicanos reconozcan estas verdades.

Al igual que su predecesor, George W. Bush, Obama deja la Casa Blanca intacto de escándalos. Su gobierno estuvo prácticamente libre de corrupción, y jamás hubo una acusación creíble de que él hubiera usado su cargo para enriquecerse él o a sus amigos. Incluso sus críticos más acérrimos deben admitir que él es recto como una flecha.

Eso no es algo para dar por sentado. Un líder honesto es esencial no solo para el funcionamiento de la democracia, sino para la fe del público en ella. Un presidente que miente puede debilitar la confianza pública en las instituciones gubernamentales, como lo demostró el encubrimiento que desembocó en el Watergate del gobierno de Richard Nixon.

Es una pena que Obama nunca fue capaz de usar su integridad personal para trascender al rencor partidista en Washington; a decir verdad, su predilección por atacar a los republicanos lo empeoró. Con todo, se mantuvo dentro de los límites del discurso cortés y el decoro tradicional.

Es imperativo que el público exija al próximo ocupante del cargo los más altos estándares éticos. La negativa del presidente electo Donald Trump a desprenderse de manera más cabal de su compañía –solo entregarla a sus hijos no basta- es inaceptable. Si él no revierte su decisión, se arriesga a arrastrar al país a una batalla legal que podría poner a prueba la Constitución.

Trump rara vez ha huido de una batalla. Pero cuando sea presidente, estará en juego mucho más que su fortuna y su reputación. Si él insiste en aferrarse a su compañía, el Congreso debiera insistir en que ésta sea dirigida y supervisada por gente externa a la familia Trump.

Estados Unidos enfrenta numerosos desafíos a nivel interno y en el exterior. Obama se aseguró de que la corrupción, que puede ser una importante distracción para un mandatario, jamás se acercara a Pennsylvania Avenue. Los ciudadanos estadounidenses no tendrían que esperar menos que eso.

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