Los tatuajes no siempre son bien vistos y menos en un ambiente laboral; sin embargo, te sorprendería saber que un tercio de la población mexicana cuenta con al menos uno, de acuerdo a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
A pesar de que un 32 por ciento de población mexicana cuenta con un tatuaje, no significa que es el país con más personas tatuadas y es que de acuerdo al estudio realizado por el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM, la nación con la población con más tatuajes es Italia.
“En el contexto global, Italia es el país con más personas tatuadas en el mundo, 48 por ciento de su población cuenta con al menos uno; seguido de Suecia, Estados Unidos, Australia y Argentina, que tienen de 43 a 47 por ciento”, menciona Héctor Castillo Berthier, investigador del IIS.
La historia de los tatuajes
Castillo detalló en el estudio que la historia de los tatuajes se remonta a por lo menos 5 mil años años, así como es que estos pasaron del estatus al tabú, a una forma de apropiarte de tu cuerpo.
En un principio los tatuajes eran una forma de mostrar estatus, eran una forma de estratificación social. De acuerdo al coordinador de Estudios sobre la Juventud del IIS estos servían, sobre todo, para distinguirse entre diferentes grupos étnicos o como símbolo de prestigio.
Los primeros tatuajes eran simples, eran rayitas para identificarse, algún nombre significativo o dibujo como un barco para los marineros.
Con el pasar de los años sobre todo a partir “del siglo XVII a la mitad del siglo XX hay un fenómeno de rechazo y estigmatización para las personas tatuadas, ya que se tenía la idea de que quien portaba un dibujo en el cuerpo era delincuente o que había estado en la cárcel, pero eso ha cambiado en la actualidad”. Hoy existe una resignificación que es identitaria totalmente. Ahora es bien visto, que hay jugadores de fútbol, artistas y un montón de gente que está tatuada; dejó de ser mal visto”, comentó Castillo Berthier.
Actualmente podemos tomar a los tatuajes como una manera de expresión, en la que estos adquieren un simbolismo como nueva forma de identidad.