New York Times Syndicate

Trabajadores de Carrier en Indiana, juran que harán cumplir a Trump sus promesas

Paul Roell, Jennifer Shanklin-Hawkins y Nicole Hargrove son algunos de los 1,400 trabajadores que pusieron en el candidato republicano sus esperanzas para evitar la salida de Carrier de Indiana... pero parece que la decisión ya está tomada.

Para cuando los Cachorros (Cubs) de Chicago ganaron la Serie Mundial por primera vez en 108 años, Paul Roell ya estaba dormido.

No se quedó despierto para ver a Barack Obama ganar la presidencia en 2008, o ver en el año 2000 cómo el margen de votos que separó a George W. Bush de Al Gore en Florida se redujo al punto de casi desaparecer.

Después de todo, tiene que registrar diariamente su entrada a las 5:30 de la mañana en la fábrica de Carrier que está a punto de ser cerrada en Indianápolis, donde ha trabajado durante 17 años.

Pero poco antes de las 3 de la mañana del día siguiente a las elecciones, cuando las cadenas proyectaban que Donald Trump ganaría, Roell estaba despierto. Su esposa, Stephanie, también estaba levantada, e intercambiaron una palmada con las manos en alto.

De hecho, Roell no durmió esa noche y se encaminó directamente a la planta antes del amanecer, con cara de sueño y eufórico. "No veo deportes, pero esto fue mi Serie Mundial", dijo.

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PAUL ROELL

Paul Roell, de 36 años, comenzó a trabajar en Carrier desde la secundaria y ahora gana 23.83 dólares por hora. Sabe que será difícil conseguir un trabajo después de que la fábrica se cierre.


Es este nivel de entusiasmo el que los encuestadores y la campaña de Hillary Clinton no apreciaron, aun cuando estuvo a la vista en febrero después de que se hizo viral un video que mostraba a los furiosos trabajadores de Carrier al enterarse de que sus empleos se trasladarían al extranjero.

La decisión de Carrier de mudar la fábrica a Monterrey, México, eliminará mil 400 puestos de trabajo para 2019. Trump convirtió a la fábrica en la Prueba A en su argumento contra las políticas comerciales de los republicanos y demócratas por igual.

Citó a Carrier una y otra vez durante la campaña, amenazando con telefonear a sus ejecutivos e imponerles aranceles de 35 por ciento por cada caldera y acondicionador de aire que importaran de México.

Ante vítores, predijo en mítines que Carrier le llamaría como presidente y diría: "Señor, hemos decidido quedarnos en Estados Unidos".

Ahora sus simpatizantes esperan acciones. "Si no aprueba ese arancel, votaré por el bando contrario la próxima vez", advirtió Nicole Hargrove, que ha trabajado en Carrier durante 15 años.

Sin embargo, Carrier no está cambiando sus planes.

Tras la elección, en una declaración, la compañía afirmó: "Estamos haciendo todos los esfuerzos por facilitar la transición para nuestros colegas en Indiana". La compañía señaló que financiará programas educativos y de nueva capacitación para los empleados y ofrecería ayuda financiera.

Y aunque Roell es conservador, las declaraciones de Trump sobre Carrier y los empleos también atrajo a moderados como Darrell Presley, un trabajador acerero en Crawfordsville, Indiana, quien votó por Obama en 2008.

"Él estaba a favor del cambio, y dijo que se ocuparía de la clase media, pero no cumplió esas expectativas", dijo Presley. "Siento que los estadounidenses llegaron al momento de estar hartos, y esta era la última posibilidad".

Como presidente, sin embargo, Trump enfrentará un equilibrio difícil. Los aranceles y las guerras comerciales afectarían a los trabajadores estadounidenses que hacen los productos que son exportados a México o China. Pocos votantes se sentirán contentos por pagar más por los productos importados.

Y, sin importar quién sea el presidente, los manufactureros están sintiendo la presión de parte de los inversionistas y compañías rivales, para automatizarse, reemplazar a los trabajadores con máquinas que no toman descansos ni requieren beneficios de salud y pensiones.

Los administradores de fondos de cobertura en Wall Street están demandando ingresos crecientes de la compañía matriz de Carrier, United Technologies, aun cuando el crecimiento sigue siendo débil en todo el mundo.

La planta de Carrier es bastante rentable. Pero trasladarla a Monterrey, donde los trabajadores ganan en un día lo que ganan en Estados Unidos en una hora, incrementará las utilidades más rápidamente.

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LA ESPERANZA


Roell, quien gana unos 55 mil dólares al año con tiempo extra como líder de un equipo que produce calderas, tiene pocas ilusiones sobre la distancia que lo separa de Trump, o los vientos en contra que enfrentan los trabajadores de la fábrica estadounidense. "Su padre era millonario, él es multimillonario", dijo Roell. "El dinero que le da a su hijo Barron, probablemente, es más que mi salario".

Ni subestima la amenaza para los mil 400 trabajadores de la fábrica, donde se espera que los despidos empiecen el próximo verano y continúen hasta el cierre en 2019. Roell fue ascendido a líder de equipo en marzo.

El estado de ánimo en la fábrica ha empeorado. Los ingenieros viajan de Indianápolis a Monterrey a supervisar el traslado de las líneas de producción a la fábrica de Carrier ahí, dijeron trabajadores y funcionarios sindicales.

Los ingenieros mexicanos, a su vez, han estado viniendo a Estados Unidos, a evaluar las máquinas que operarán al sur de la frontera.

"Es desmoralizante cuando los ves tomando fotografías", dijo Roell. "Es como si te divorciaras pero siguieras viviendo con tu esposa y su nuevo novio llegara a vivir con ustedes".

Para trabajadores como Roell, de 36 años de edad, el problema no es una escasez de empleos. Más bien, es una sequía de empleos que paguen algo cercano a los 23.83 dólares por hora que paga Carrier, ya no digamos suficiente para darle un punto de apoyo en la clase media.

Cuando conduce hacia el trabajo, Roell pasa por los almacenes de gigantes como Wal-Mart y Kohl's con letreros de "Se solicitan empleados" en el exterior. El problema es que típicamente pagan entre 13 y 15 dólares por hora.

"Supongo que puedo trabajar dos turnos completos al día", bromeó.

Desde 2010, el sector privado en Indiana ya ha sumado unos 300 mil empleos, haciendo bajar la tasa de desempleo de 10.9 por ciento en enero de 2010 a 4.5 por ciento de octubre de 2016.

Pero casi todo ese crecimiento ocurrió en el sector de servicios, y los empleos de servicios no se acercan a pagar lo que pagan los empleos manufactureros.

Según la Oficina del Censo de Estados Unidos, el puesto típico en el sector de servicios en Indiana pagaba 39 mil 338 dólares anuales en 2015, comparado con los 59 mil 29 dólares para un puesto manufacturero.

La reducción trasgeneracional puede ser marcada, y asusta a las familias.

Dentro del Local 1999 del sindicato United Steelworkers, los miembros típicamente empiezan en 17 dólares por hora, según Chuck Jones, presidente de Local 1999. En comparación, su nieta de 21 años de edad Haley Duncan está a punto de terminar la universidad y de aceptar un empleo en atención médica que paga 14.50 dólares por hora.

Duncan y su hermano, Drake, se sintieron tentados por el trabajo fabril. Pero Jones y sus padres les dijeron que permanecieran en la escuela porque, aunque la manufactura paga más, su futuro se está volviendo más precario.

La fábrica de cojinetes Rexnord en Indianápolis --donde Jones empezó a trabajar en 1969 y donde ahora trabaja su hijastro-- anunció recientemente que podría seguir a Carrier hacia México y eliminaría al menos otros 300 empleos.

Incluso Robin Maynard, un líder de equipo en Carrier que respaldó a Trump, reconoce que incluso una llamada de la Oficina Oval a la compañía no sería suficiente para salvar su empleo. "Con suerte, puede hacer algo por nosotros", dijo Maynard. "Pero pienso que está fuera de las manos del director ejecutivo. Está en manos de los accionistas".

En esta era de planes de jubilación 401(k) y cuentas de retiro individuales, estos accionistas somos, en cierto sentido, todos nosotros.

Pero para millones de obreros, matices como esos no importan tanto ahora. Simplemente la esperanza de que Trump intente revertir la declinación en sus vecindarios, sus niveles de vida e incluso su longevidad es un bálsamo emocional.

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JENNIFER Y NICOLE

Jennifer Shanklin-Hawkins, a la izquierda, y Nicole Hargrove trabajan en la fábrica de Carrier en Indianápolis, que está programada para cerrar a medida que su trabajo cambia a México.


"A él no le gustan los afroamericanos. No le gustan los hispanos. No le gustan las personas con discapacidad", dijo Jennifer Shanklin-Hawkins, quien, como aproximadamente la mitad de los trabajadores en la fábrica de Carrier, es afroamericana. "No es material presidencial. Pero mi esposo y yo no nos enojamos ni molestamos cuando ganó. Sé que afroamericanos votaron por él y quiero darle una oportunidad".

Al menos la mitad de los trabajadores en la línea de ensamblaje de Carrier son mujeres, y docenas de inmigrantes birmanos han ido a trabajar en la fábrica en los últimos años, parte de la afluencia de casi 15 mil refugiados de Myanmar que llegaron a Indianápolis desde 2001.

En vez de un sesgo, lo que anima a estos votantes es el resentimiento ante los estadounidenses más ricos y educados. Y, para ellos, Clinton parecía al menos tan de la élite como Trump.

"Simplemente no pudo convencerme de votar por él, pero ambos candidatos eran malos", dijo Shanklin-Hawkins, quien renuentemente votó por Clinton.

"Hillary no ha sudado un día en su vida, a menos que perdiera un caso difícil como abogada", dijo Maynard. "Queríamos llevar a Estados Unidos en una dirección diferente. Solo espero que Trump cumpla su palabra".

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