LA PROPIA POLÍTICA
Llama la atención el cariño y la intensidad con los que se festeja el Día de las Madres. Hay una mezcla de conceptos imprecisa, porque el Día de las Madres está en función de la crianza, pero no son lo mismo. Poco hay que festejar cuando la crianza no encuentra correspondencia en el ámbito público, económico, laboral y social, porque esta misión de Estado se sigue limitando a la responsabilidad una persona.
Desde la perspectiva de país, la crianza es una labor fundamental para el futuro, se trata del de las generaciones jóvenes, o sea, la formación de los cuadros de reemplazo que pronto estarán tomando decisiones públicas.
A través de la crianza, la niñez aprende a aprender, asimila valores, practica la ética –la pública y la privada–, se entrena en la resiliencia y el compromiso, explora sus derechos y sus alcances.
En esta etapa de la vida, las personas adquieren hábitos de alimentación, de ejercicio físico y mental, de interacción social, de apropiación del espacio público. Las niñas y niños absorben como esponjas lo que hay detrás de las prácticas diarias, de las decisiones y los criterios para tomarlas, de la visión compasiva del futuro. A demás de la preponderancia de la democracia, la ecología, la inclusión, la tolerancia o la salud mental.
Durante la infancia las personas creamos el futuro posible, la cosmogonía que se trasmite en casa, lo mismo si se trata de tener un título profesional o embarazar(se) durante la adolescencia, viajar por el mundo o ver si les alcanza para comprar una casa, crear una empresa, hacer una carrera profesional o mantenerse de asalariado.
Una persona no puede con toda esta responsabilidad, es más, aun con la colaboración absoluta del padre, la crianza es un asunto de Estado que se medio reconoce sin que se atienda. El sistema de educación nacional, protagonista en el destino de mexicanas y mexicanos, no contempla expectativas de vida, valores sociales y políticos; y no se alía a las instituciones de salud, electorales, de derechos humanos, de tecnologías de la información, las financieras y las artísticas que buena falta le hacen.
El Estado faculta a todas a todas esas instituciones para participar en la crianza, no las limita a celebrar el día el niño/niña. No exige más, probablemente porque no se ha planteado una visión estadista sobre la preponderancia que tiene al crianza para el país.
La tradición deja esta labor en manos de la familia, particularmente de la madre, la abuela o la tía. Ella tiene que velar por cumplir con las expectativas listadas. Y lo hace sola, porque el Estado no participa ni cuando el padre se desentiende, el Estado también la abandona.
No existe un Plan Nacional que coordine a las instituciones obligadas a participar en el desarrollo de los y las futuras ciudadanas en este país, por lo tanto no hay facultades, responsabilidades ni sanciones que imponer cuando reducen las obligaciones a regalos para el Día de Reyes. No existen políticas públicas que acompañen al proceso de formar individuos éticos y comprometidos, y tampoco se diseñan acciones afirmativas para romper la inercia de abandono en que se tiene a las futuras generaciones en México.
Ser madre es maravilloso, pero la crianza es una obligación compartida en donde el Estado no ha asumido su parte. Y así, se vuelve en un detractor de todos los derechos que tiene la infancia.