En Ciudad de México, una de las metrópolis más pobladas del mundo, los bebés se están convirtiendo en una rareza.
Cifras oficiales muestran que el número promedio de hijos que se prevé que nazcan por mujer a lo largo de su vida —la tasa de fertilidad— ha caído a 0.96, desde 1.34, en solo cinco años. Esta baja coincide con un descenso asombroso a escala nacional y regional: la población latinoamericana envejece y presenta un crecimiento lento, y es ahora similar a la de Europa y Norteamérica.
Aunque el envejecimiento de la población y la disminución de las tasas de fecundidad son tendencias mundiales, las consecuencias son más agudas para América Latina. Es la región más desigual del mundo, y un crecimiento más lento de la población y una transición demográfica más rápida dificultan la solución de los problemas de desigualdad y escasa actividad económica, especialmente cuando los países intentan pagar los programas de jubilación, educación y salud. Dicho esto, a la región no le faltan opciones, pero sus dirigentes deben elegir de manera sabia.
Las cifras son contundentes. La tasa promedio de fertilidad de América Latina y el Caribe ha caído a 1.8 este año, justo por encima del nivel de 1.5 a 1.6 de los países ricos del hemisferio occidental, según un reciente informe de las Naciones Unidas. Esto significa que la región ya está por debajo del umbral de 2.1 hijos por mujer necesario para mantener su nivel de población, en igualdad de condiciones, lo que se conoce como nivel de reemplazo. La tasa de fertilidad de la región cayó 68 por ciento entre 1950 y 2024, la baja más rápida del mundo.
Algunas de las razones de esta tendencia en América Latina son similares a las del resto del mundo: hay menos presión social para que las mujeres tengan hijos a una edad temprana. Hay mayor aceptación y disponibilidad de los medios anticonceptivos. La gente vive más años y pasa más tiempo en la escuela antes de incorporarse a la vida laboral. Las parejas tienden a esperar hasta alcanzar un cierto nivel de vida antes de plantearse tener hijos.
Pero también hay razones específicas de América Latina. Simone Cecchini, directora del centro demográfico de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU, afirma que la región ha avanzado considerablemente en la reducción del número de embarazos en adolescentes. Por otra parte, señala, sus recurrentes crisis macroeconómicas y la incertidumbre financiera tienden a desalentar el interés de la gente por convertirse en padres.
En 1950, las tasas de fertilidad de América Latina eran similares a las de África. A finales de este siglo, afirma, igualarán a las de Europa. Desde el punto de vista demográfico, “se trata de un cambio muy significativo y rápido”.
Todo ello significa que se prevé que el llamado dividendo demográfico de la región —básicamente, cuando la población activa crece más deprisa que la población— termine en solo cinco años, según el informe de las Naciones Unidas (hay muchas diferencias dentro de los países, pero consideraré la región en su conjunto). Un menor número de adultos en edad de trabajar hace más difícil para los gobiernos prestar apoyo a una población cada vez más vieja, lo que podría frenar el crecimiento económico.
En una región conocida por la escasez tanto de servicios públicos como de fondos públicos, existe el riesgo de que esta transición se traduzca en un menor nivel de vida para los jubilados y menos recursos para los estudiantes. Eso podría iniciar un círculo vicioso de debilitamiento de la demanda futura.
Pero todos estos factores, por difíciles que sean, no cambian el reto subyacente para América Latina: la región necesita crecer más rápido, y punto. Si fuera más productiva e integradora, se reduciría la desigualdad y se fomentarían las oportunidades.
Alcanzar estos objetivos será difícil, por supuesto. Pero compensaría más la disminución de la fertilidad que replicar políticas específicas probadas en otros lugares.
Cabe señalar que algunas de las ideas (muy costosas) aplicadas por los países más ricos para aumentar la natalidad no parecen ser muy eficaces; es muy difícil influir en las decisiones personales de la gente a largo plazo. También cabe destacar que la población relativamente joven de América Latina, de la que ha gozado durante décadas, no se ha traducido automáticamente en un crecimiento más rápido.
En definitiva, América Latina necesita mejorar su nivel de vida para aumentar su tasa de fertilidad, y no al revés. La atención debe seguir centrándose en la mejora de las condiciones sociales y económicas, como la estabilidad financiera y unos servicios públicos fiables. Lograr la paridad de género en el mercado laboral, que sigue castigando abrumadoramente a las mujeres y a las parejas que deciden tener hijos, exigirá un cambio cultural en las actitudes hacia el equilibrio trabajo-familia. Los gobiernos también deberían animar a los mayores a invertir parte de sus ahorros, por ejemplo, o a seguir trabajando más allá de la edad de jubilación si así lo desean.
Todas estas son políticas que América Latina debería aplicar sí o sí. La conclusión es que la era de la familia latina numerosa y bulliciosa, con docenas de parientes reunidos para celebrar cumpleaños o fiestas, no va más. Pero los gobiernos disponen de herramientas muy poderosas para ayudar a sus ciudadanos a afrontar el cambio.