Hagan de cuenta que están en la mente de una autoridad de política monetaria de México. Les garantizo que no les gustará lo que van a ver: la inflación supera el 5,5%, se registra el mayor déficit fiscal desde la década de 1980 y el consumo interno se debilita a medida que la actividad se ralentiza en Estados Unidos, el principal socio comercial del país. Y ni hablemos de las tasas de interés de dos dígitos.
Algunos analistas privados creen que la economía crecerá solo un 1% este año y el próximo. Y la primera presidenta electa de México asumirá el cargo el 1 de octubre en medio de grandes expectativas y con el objetivo de arreglar las injusticias históricas del país (léase: ¡más gasto!).
¿Qué harían?
El equipo de la Secretaría de Hacienda de México tiene sin duda muchas ideas para reducir el despilfarro, mejorar la gestión de la deuda, atraer nuevas inversiones y promover la formalidad, reduciendo al mismo tiempo la evasión fiscal. Todo eso es urgente y necesario. Pero si miramos más allá de lo inmediato, quizá la decisión más consecuente que puede tomar el gobierno mexicano es promover políticas que garanticen que más mujeres obtengan empleos remunerados y de calidad. Desmantelar las barreras extraordinariamente altas a las que se enfrentan las trabajadoras que buscan acceder al mercado laboral —especialmente en el segmento formal— no es solo una obligación moral, también es imperativo si la segunda economía más grande de América Latina quiere acelerar su tasa de crecimiento, que ha promediado apenas alrededor del 1,6% anual en las últimas dos décadas. Cuando Claudia Sheinbaum empiece a gobernar, su promesa de elevar el papel de la mujer en la sociedad deberá traducirse en empleos mejores y más equitativos, porque es la única manera de que México sea más dinámico y justo.
La brecha entre la participación de hombres y mujeres en la población activa en México el año pasado fue de más de 30 puntos porcentuales (77,4% frente a 46,8%), una de las mayores disparidades de América Latina y el Caribe, y siete puntos porcentuales superior al promedio regional. Eso es efectivamente dinero que México deja sobre la mesa al no ofrecer a las mujeres buenas condiciones para acceder al mercado laboral remunerado ni retenerlas una vez que empiezan a formar una familia. También alimenta muchos otros males económicos, desde la escasez de mano de obra en determinadas industrias hasta incluso presiones inflacionistas, en un momento en que las tasas de fecundidad se están desplomando. Según la Secretaría de Hacienda, si México lograra cerrar por completo la brecha de género (es decir, que la tasa de participación femenina llegara a igualarse con la masculina), el producto interno bruto per cápita del país sería un 22% mayor. ¡Una diferencia enorme!
La escasa participación femenina en la población activa de México está intrínsecamente relacionada con la carga enormemente desproporcionada que siguen soportando las mujeres a la hora de cuidar de sus familias e hijos, además de otras desigualdades perennes. Según el Banco Mundial, las mujeres mexicanas dedican 2,5 veces más tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que los hombres. El país no cuenta con un sistema nacional de cuidados adecuado, y las madres se ven obligadas a abandonar el mercado laboral para dedicarse a sus hijos o a sus adultos mayores, afirma Fernanda García, investigadora del centro de estudios IMCO, con sede en Ciudad de México. Las empresas privadas, a pesar de sus promesas, carecen de políticas sólidas que favorezcan la inclusión y los horarios flexibles.
El problema no es nuevo ni exclusivo de México. India es otra gran economía emergente que sufre graves problemas como consecuencia de la disparidad de género en su mano de obra. De hecho, México ha registrado una mejora relativa en la tasa de participación en los últimos años (creciendo alrededor de cuatro puntos porcentuales desde el 43% en 2010), pero el aumento sigue siendo demasiado moderado para cambiar el panorama general. Sigue estando muy rezagado en comparación con las mayores economías de América Latina. Si México tuviera la misma tasa de participación que Perú, más de 10 millones de mujeres adicionales formarían parte de su fuerza laboral remunerada, lo que impulsaría los ingresos personales, los niveles de vida y los recursos fiscales tan necesarios.
“A este ritmo, alcanzar la paridad de género parece algo a muy largo plazo”, me dijo García. “Tenemos que invertir en políticas de género para acelerar el proceso”.
Abundan las opciones políticas para hacer frente a estas carencias. El Fondo Monetario Internacional, que desde hace tiempo aboga por que México refuerce la participación femenina en el mercado laboral, recomienda desde mejorar los permisos parentales e invertir más en atención sanitaria materna y guarderías, hasta garantizar la igualdad salarial para trabajos similares y reducir el trabajo no remunerado de cuidado familiar. Y para ser justos, ha habido avances —sobre todo en la paridad de representación política—, aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador cerrara polémicamente un programa que apoyaba las guarderías.
El problema es que, con más de la mitad de la mano de obra ocupada en el sector informal (es decir, unos 32 millones de personas), las políticas públicas y la aplicación de la ley solo tienen un impacto limitado. Y esto no es únicamente tarea de las autoridades; el sector privado tiene un papel clave que desempeñar en el apoyo al empoderamiento económico femenino, por ejemplo, promoviendo a las mujeres en puestos directivos y de gestión, áreas en las que México también está muy rezagado. Mientras tanto, el impulso del regreso a la oficina tras la pandemia está castigando a las mujeres al reducir la flexibilidad laboral, obligándolas a trasladarse a mercados informales y a convertirse en emprendedoras. Además, las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en las carreras de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, donde solo representan el 30% de los graduados, frente al 60% en la graduaciones universitarias en general, según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo basado en datos de las Naciones Unidas. Esto amplía las disparidades laborales y salariales.
Pero, sobre todo, no debemos olvidar que estas estadísticas contundentes y la macroeconomía agregada destilan millones de historias personales sobre carreras truncadas y sueños rotos. Ayudar a las mujeres a hacer realidad sus aspiraciones profesionales es también solucionar esas injusticias.
En sus discursos de campaña, Sheinbaum dijo repetidamente que su llegada al poder representaba la llegada de todas las mujeres mexicanas. Grandes palabras. Ahora necesita traducirlas en crecimiento laboral concreto para las mujeres, en lugar de dejarlas aferradas a más simbolismos políticos vacíos.