Sin dejar a nadie atrás

Poderoso compañero

La relación que guardamos con el dinero es tan personal y estrecha con nuestra historia vital que resulta ocioso considerarlo aislado de su humanidad.

En columnas anteriores escribí sobre cómo platicar abiertamente de temas financieros puede ahorrarnos malentendidos con las personas que más queremos. Todavía falta una pregunta capital: ¿qué cosa es el dinero exactamente? La perplejidad que sentía Agustín al intentar definir el Tiempo se asemeja a la que experimentamos con el dinero: “Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quisiera explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. En la popular idea que la metáfora del cacao ilustra –el cacao como moneda–, ¿es la semilla una mercancía o un medio de cambio? Son ambas –confiesa Yanis Varoufakis– porque el dinero es como la luz: a veces se comporta como onda, y otras, como partícula. El dinero –según otra doctrina– es energía acumulada, la representación del trabajo, de allí que el tiempo pueda ser dorado. Son elementos económicos, que reaccionan con la emotividad humana, y culminan en imágenes como la del primer dólar ganado, enmarcado y colgado en la sala de estar, o en el peculiar destino del ‘dinero mal habido’, prácticas extensamente estudiadas por las ciencias antropológicas. La relación que guardamos con el dinero es tan personal y estrecha con nuestra historia vital que resulta ocioso considerarlo aislado de su humanidad.

Así como el tiempo, el dinero lleva la cuenta de los días: los numera y valoriza, juzga y asigna a cada uno un resultado. La naturaleza polisémica de esta entidad tan misteriosa con la que convivimos a diario puede, no obstante, descifrarse en los objetos con los que interactúa: el interés, las criptomonedas, los seguros y, en esta ocasión, el ahorro. Cada uno presenta un rostro del fenómeno del dinero. Hurgando un poco en la vida de las palabras, salta a la vista una fácil distinción entre el significado de save, to save en el inglés, de procedencia latina –salvare– comparado con el español ‘ahorro’.

En inglés, la palabra savings implica protección y resguardo; una caja fuerte es una safe. Decimos I’m saving for a rainy day, pensando en el ahorro como un paraguas. Por otro lado, la raíz árabe hurr, que aún hoy significa ‘libertad’, llegó al castellano con esa intención. Un ‘horro’ fue aquel esclavo que, pagando sus deudas, quedaba libre. En español no solo ahorramos dinero, también nos ahorramos la pena. Continuando por este camino, en otros idiomas hallamos matices que suman a los de liberar y resguardar: restringir y perdonar (économie, sparen, etcétera).

De un simple hecho financiero en apariencia tácito (el ahorro), surge una gama de emociones que acompañan a cada versión del mismo objeto (el dinero) y que se integran en cada ocasión que lo encontramos: ahorrar nos libera y protege; al ahorrar, perdonamos nuestros deseos y nos restringimos en favor de nuestro hogar. Cuando ahorramos, podemos ‘decir que sí', como plantea Tiffany Aliche, pionera en educación financiera. El dinero no se circunscribe a la racionalidad numérica: es íntimamente personal, a la vez que cuenta la historia de la transformación del mundo. Una correcta exposición de la definición del dinero, así como un uso provechoso, debe tomar en cuenta su dimensión humana. Este es un tema que exige seriedad, toda vez que hoy se debate en todo el mundo la obligatoriedad de la educación financiera en los niveles básico y medio, que abordaré en mi próxima columna.

Tiempo, luz, energía acumulada, símbolo o mercancía: el dinero no se agota. Lo que es seguro es que, con prudencia, conocimiento y empatía, puede llegar a sernos un poderoso compañero.

COLUMNAS ANTERIORES

Un empresario no tiene dinero
La Ciudad de México, corazón vibrante del espectáculo global

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.