Imaginemos, por un momento, que vivimos en la antigua Grecia y un querido amigo, por salir de viaje, nos encomienda sus valiosas armas. Con el tiempo, nuestro amigo regresa por sus pertenencias; lamentablemente, lo encontramos mal, alterado: ha perdido la razón. ¿Devolveríamos lo que le corresponde conscientes del peligro para él y los vecinos? Sócrates, quien plantea este escenario en uno de los célebres diálogos platónicos sobre la justicia y el Estado, contesta negativamente. Hoy, instituciones como el Banco Mundial y la CNBV nos hablan de la importancia de la inclusión financiera, definida como el acceso a servicios financieros de calidad. No obstante, me parece que, al igual que en el dilema socrático, existe un requisito previo indispensable para beneficiarnos de nuestros derechos: la adecuada facultad para manejar nuestros recursos.
Hoy en día, los gobiernos de todo el mundo debaten la necesidad de educar financieramente a los ciudadanos. En los países más avanzados, donde los programas de distribución social de la riqueza y el empleo son comunes, su éxito depende en gran medida de la educación financiera de los beneficiarios. Para abordar este reto, gobiernos como el de Francia o México han desarrollado programas que imparten educación financiera en las escuelas a través de materias como las matemáticas, desde una perspectiva lógica y numérica. En cambio, el modelo italiano prioriza una metodología de carácter cívico, integrando a las finanzas en materias como ética y ciudadanía. El Reino Unido, pionero en la obligatoriedad de la educación financiera en los niveles básicos, comprende a las finanzas tanto en su aspecto matemático como ético; mientras, en algunas ciudades argentinas, la educación financiera se imparte desde una óptica de aptitudes para la empleabilidad.
En México, desde el año 2011, los programas de educación financiera están presentes en los materiales de apoyo elaborados para los cursos en línea de primaria y secundaria. La Nueva Escuela Mexicana los ha considerado en sus materias transversales; sigue pendiente asignarlos de manera permanente y obligatoria en el currículo. Vivimos un año singular en el que podremos observar el desarrollo de los programas piloto que se estrenarán tanto en Italia como en Francia, y que ya generan conversaciones públicas sobre de qué y cómo impartir la educación financiera entre los jóvenes. Hay quienes sugieren enseñar la historia de la moneda –desde el trueque hasta el bitcoin– a los alumnos de primaria y secundaria; otros, proponen explicar conceptos de inversión y rendimiento con el fin de prevenir fraudes.
Me parece que, aunque muy ambiciosos, esos contenidos no van a la raíz de lo que debiera ser la educación financiera para los más jóvenes, a saber, la relación emocional y humana con el dinero. Cuando los amigos levantan miradas preocupadas por nuestros hábitos financieros, soplamos las brasas en la chimenea de nuestro hogar, convirtiendo el calor y la paz de la hoguera en un peligro. La educación financiera no debe limitarse a la gestión técnica de los recursos, sino inculcar la comprensión integral del lugar del dinero en nuestras vidas. La prosperidad y la riqueza no están divorciadas de la ética y la moral: una persona financieramente educada será también una mejor persona. Los países que educan financieramente a sus ciudadanos prosperan juntos, sin dejar a nadie atrás.