¿Es correcto esperar algo a cambio de un favor? ¿Cómo conciliar la amistad y el dinero? Estos fueron los temas que abordé en la columna anterior. Durante siglos, las religiones discutieron sobre la inmoralidad de los préstamos que exigían algo a cambio, y hoy todavía acusamos a las personas de “interesadas”. El interés no tiene por qué ser “neshek”, el veneno que mata a las comunidades. Bien llevado, produce beneficios para todos: el caso de los Montes de Piedad, una de las primeras instituciones en ofrecer préstamos caritativos, fue el ejemplo que comentamos. El interés, así como todo lo que reduzca la pobreza, impulsa una atmósfera de paz y prosperidad, incentivando la cooperación y las relaciones interpersonales. Veamos por qué.
Si evaluamos con detenimiento la historia de los préstamos, observaremos que la mayoría de los deudores han sido campesinos, artesanos, obreros, etc. Dicho de otra forma, los deudores solían ser los individuos más desprotegidos, y era común que necesitaran el dinero de manera urgente no para emprender, sino para subsistir. Un año con heladas o plagas podían destruir las cosechas, y los accidentes borraban meses de trabajo en los talleres, así que los préstamos ofrecían la oportunidad de empezar de nuevo. Esta situación de vulnerabilidad, sin embargo, también los dejaba a merced de la usura. Las deudas impagables generan pobreza, y la pobreza, si no se atiende de manera oportuna, produce descontento social y violencia. Era esta una de las motivaciones de los antiguos teólogos para prohibir el interés.
La industrialización nos enseñó que la tecnología, los procesos modernos y una buena administración son clave para aumentar la producción y, con ello, la riqueza. Pero la maquinaria y ponerse al día es caro, y mucho: los pueblos y ciudades que pudieron costearlo progresaron rápidamente, mientras los demás se quedaron atrás. La industria ofrecía una oportunidad única de inversión, pero los desposeídos, al no ser sujetos atractivos de crédito, seguían dependiendo de la usura. La modernidad requería de un gran financiamiento; el sueño de Lucas Alamán no fue más que eso.
Aquellas comunidades, que no poseen más que el cielo sobre sus cabezas, ¿pueden ofrecer garantías por un préstamo? ¿Es realmente necesario un colateral para garantizar el pago de la deuda? Así no lo ve el Banco Grameen, institución que apuesta por un enfoque comunal en la promoción de créditos a los desamparados en Bangladesh. Los pobladores pueden solicitar un préstamo al banco sin extender una garantía, pero son los líderes de la comunidad quienes lo autorizan. De esta manera, el banco ofrece créditos a tasas muy atractivas a sabiendas de que la comunidad hará un esfuerzo por pagarlos: si alguien no puede, los demás lo ayudan a hacerlo. Este sistema de finanzas solidarias, junto a una serie de puntos que se comprometen a cumplir –como usar el dinero para mejorar sus casas y aprender sobre finanzas personales – han permitido que muchos, en su mayoría mujeres, puedan emprender para generar riqueza y fortalecer los lazos de hermandad entre sus habitantes. La genialidad de Yunus, fundador de Grameen, fue no aceptar la imposibilidad de avanzar cuando no se tienen condiciones como educación o salud, anatema que en México nos tiene cansados. Él comprendió que el financiamiento era lo que faltaba. Al final, no hay nada más poderoso que la solidaridad: el interés común de cumplir los sueños que compartimos.