Los que fueron jóvenes en los 60 y 70 se acordarán de los símbolos de amor y paz, los colores estrafalarios y las fiestas a campo abierto con música de rock. También recordarán el énfasis que se le daba a la espiritualidad y, sobre todo, a conocerse a sí mismo. Para enfrentarse a un problema –o al sistema, como dirían en la época–, es necesario saber qué es y de dónde viene, porque, de lo contrario, actuaríamos con los ojos vendados ¿Pues qué creen? De esto se trata la educación financiera.
Empecemos con lo que solemos entender por economía. Cuando encontramos el término en un noticiero, un periódico o en nuestras redes sociales, por lo general se refiere a fenómenos de una magnitud elusiva. En otras palabras, de asuntos a gran escala que, a menudo, se tratan con una ligereza que resulta paradójica. De otros campos, como la física y las matemáticas, decimos que son muy complejos y nos quedamos perplejos cuando escuchamos debatir a personas que usan términos propios de dichas disciplinas. Aunque la inflación, las tasas de interés y los índices cambiarios suenan a temas esotéricos, en realidad nos afectan a todos, a veces sin que lo notemos. Abordar estas materias requiere de estudios, datos y un riguroso proceso de análisis para saber en dónde estamos parados y por qué. Atribuirle todo a ‘la oferta y la demanda’ no nos lleva lejos –y vaya que nos encontramos muchos comentarios así en redes–, pero debemos partir de algún lado, y tratar los temas con la seriedad que merecen es el mejor comienzo.
La economía requiere de introspección, tanto en el nivel macro como en el más individual. Por ejemplo, el presupuesto personal. Al explicar qué es un presupuesto, muchos lo reducen a enlistar lo que ganas y lo que gastas, calcular la diferencia y el resultado indica lo que puedes disponer (o lo que adeudas) en un periodo de tiempo. Otros van más allá y te contarán sobre la importancia de tener una meta para que puedas ajustar tus finanzas y cumplir tu objetivo. Esto es cierto e importante, pero también son algunas de las razones por las cuales se queda en la teoría: al no reforzar el aspecto personal del ejercicio, el presupuesto parece un concepto abstracto. Un presupuesto serio empieza cuando, incluyendo nuestra perspectiva psicológica y emocional, nos entendemos. Darnos cuenta de que gastamos tanto en cafés cada mañana y jurar que ya no lo haremos es un autoengaño. En cambio, si analizamos por qué nos compramos un macchiato con tal regularidad, podemos proponernos un plan verosímil. No podemos creer que la respuesta está en levantarnos una hora más temprano cuando tenemos un horario tan ajustado. Suena fácil, pero es irreal. O puede que lo hagamos por un hábito inconsciente y entonces la salida se parezca más a dejar de fumar, lo que implica una intensa labor de introspección.
Investigar nuestra personalidad es la única manera de diseñar un buen presupuesto. Ya lo dilucidaban los antiguos griegos: la palabra oikonomia, de donde viene ‘economía’, significa “el manejo del hogar”, y si este refleja un estilo de vida, su administración debe tomar en cuenta la idiosincrasia de quienes lo habitan, así como la imagen que proyecta un país tiene mucho que ver con la manera de ser de sus ciudadanos. Sólo tomándonos a nosotros mismos en serio, como protagonistas de nuestras vidas, es que podemos aspirar a desarrollar una economía convincente y salir de nuestros embrollos, sin dejar a nadie atrás.