Sin dejar a nadie atrás

¿Cuánto cuesta una promesa?

Con un presupuesto personal que nos comprometa a ahorrar, podremos salvar unos cuantos pesos que representarán el triunfo de nuestro autocontrol, de nuestra responsabilidad con nuestros sueños y redituarán en una mejor salud financiera.

“Año nuevo, metas nuevas”, escuchamos cada primero de enero desde que tenemos uso de memoria. Anhelamos el retroceso de los dígitos en la báscula, entrenar para no resollar en las escaleras y vencer la dependencia de las sillas y sofás; deseamos ahorrar para viajar –por fin– al lugar que vemos en nuestros protectores de pantalla y descubrir nuevas formas de ver el mundo. Ya sea que nos inscribamos al gimnasio o estudiemos otro idioma, cada uno logra sus objetivos como quiere y puede.

Aun así, durante el año vamos perdiendo el empuje y al final recurrimos a los memes para reírnos no solo de haber fallado, sino de conseguir lo contrario de lo que nos propusimos. Después de todo, ¿qué tanta diferencia hace ganar unos kilitos o perder lo que gastamos en café? Podría incluso pasar por vanidad, porque el riesgo de no haber logrado nuestros propósitos no parece, en términos absolutos, tan significativo.

Hace unas semanas apareció en The Economist un ensayo titulado “¿Cuánta felicidad puede comprar el dinero?”, donde se explica una de las teorías que Robert Merton, premio nobel de economía, publicó sobre los motivantes detrás del acto de invertir. Merton formalizó que el rendimiento no es lo único que nos orilla a optar por un instrumento de inversión sobre otro: nuestra aversión al riesgo juega un papel determinante. La teoría de Merton, pensada para el mercado, nos enseña que también, en la vida cotidiana, “invertimos” nuestro esfuerzo y “arriesgamos” la decepción si fallamos.

Puede que, en términos absolutos, el riesgo monetario de no haber ahorrado para viajar a la playa no sea algo catastrófico, pero ¿qué pasa si lo consideramos a la luz de nuestras emociones? Dicen que reímos para no llorar, y si nos divertimos con los chistes que ridiculizan el no cumplir con nuestras metas, estamos evitando lidiar con la frustración que pudo ser innecesaria. Con un presupuesto personal que tome en cuenta nuestros ingresos y egresos y nos comprometa a ahorrar, podremos salvar unos cuantos pesos que, si bien no serán una fortuna, representarán el triunfo de nuestro autocontrol, de nuestra responsabilidad con nuestros sueños y redituarán en una mejor salud financiera, estrechamente ligada a nuestra salud mental.

Sin duda, el Año Nuevo luce psicológicamente atractivo para comenzar nuestros proyectos y delinear sus rutas; moldear un presupuesto equivale a una vida nueva de finanzas personales. Como dice el refrán “más vale tarde que nunca”, y si acaso sentimos que ya se nos escapa el arranque, o si a mitad del año despertamos y nos acordamos de todo lo que nos prometimos, en realidad tenemos tantas vueltas al sol como nos hagan falta. Este 29 de enero inicia el Año Nuevo chino, el 21 de junio comienza el Año Nuevo andino, nuestros compañeros judíos lo celebrarán el 22 de septiembre y en la India existen más de 20 fechas gracias a su diversidad. Un propósito va más allá de sus términos nominales; consideremos el riesgo que implica fallarnos a nosotros mismos. Si bien el dinero no compra la felicidad, un presupuesto ordenado, responsable y congruente con nuestros anhelos acerca aquello que sí la consigue. Nuestra conducta financiera, por más modesta que sea, cobra importancia cuando está alineada con las cosas que verdaderamente valoramos. Les deseo un sinfín de felices años nuevos en compañía de sus seres queridos y sí, también de don Dinero.

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