Alberto Nunez Esteva

Virginia, la mujer más pobre que he conocido

Don Alberto, como lo llamaba Virginia, escribe de la vida y muerte de la mujer más pobre, más sencilla, más sufrida y la más amorosa que conoció.

-Ándele, don Beto, siéntese aquí, junto a mí, quiero platicar con usté… fíjese, mi hijo acabo de enterrarlo, pues murió de no se qué y mi hombre me golpea cuando llega borracho y no me da dinero para mi comida y yo salgo a pepenar algunas hortalizas del campo para venderlas y así tener algo para comer y tomar mi pulquito, y….

Y yo escuchaba a aquella mujer, pobre entre los pobres, sentado en 'el pollito' junto a ella, consciente de que lo que quería era desahogarse conmigo.

-Vamos a la capilla Virginia y rézale a El Señor y a la Virgencita de Guadalupe que tanto te quiere.

-No, don Beto, yo no se rezar, soy tan pobre y me porto tan mal que me da pena ver a los santitos.

-Andale Virginia, diles lo que tú quieras, lo que te salga del alma. Anda, apóyate en mi brazo y entremos a la capilla de aquí junto. Así lo hicimos y yo me senté en la banca, mientras Virginia se arrodillaba al centro de la capilla, donde no hay bancas y empezaba a contar, en su particular forma de hablar, a la Virgencita y a diosito como ella los llamaba, todas sus cuitas, sus penas, la tristeza que la embargaba y todo lo que salía de su alma atribulada. Pedía clemencia, pedía comprensión, pedía perdón, pedía ayuda… todo esto entre sollozos que desgarraban mi alma. Yo lloraba mientras ella también lloraba. Me dije a mí mismo "nunca, nunca, he escuchado una oración tan bella, tan profunda, como la que ha pronunciado esta mujer" .

-¿Y sabe usté, don Beto, que yo nací en una caballeriza? Allí nací sin molestar a naiden.

¡Maldita sea! Cómo puede ser que tan cerca de nosotros tengamos tal pobreza y ni cuenta nos demos.

-Patrón, aquí lo busca Virginia, la borrachita, viene tomada, pero insiste en hablar con usted.

-Salgo a verla de inmediato y ustedes bola de canijos no se vuelvan a referir a ella como "la borrachita", si viene tomada es para sufrir menos sus penas y entiéndalo, ella es mi amiga y mi protegida. ¿Les queda claro? ¡Nunca, nunca, la desprecien, pues es a mí a quien desprecian!

-Virginia, ¿qué te pasa? ¿Por qué vienes tomada a verme? Ya te he dicho que el pulque en exceso te hace mucho daño. Hazme caso por favor.

-Hay, don Beto, me decía entre sollozos y en su particular forma de hablar, enterré a otro hijo, y mi hombre me sigue pegue y pegue. No es vida esto y solo el pulque me permite sentirme a gusto. Ándele, vamos al 'pollito' a platicar (el 'pollito' era una larga banca de cemento adherida al casco del rancho), allí es donde me siento a gusto, platicando en el 'pollito' con usté. La gente se burla de mí y algunos hasta me empujan y me tiran y yo no puedo hacer nada… hace días que lo único que tengo en mi panza son hierbas que corto en el camino y mi pulquito.

La escuché sin recriminarla, mientras ella hablaba con voz entrecortada por el exceso de pulque. Una larga escucha, pues no fue conversación. Le di algo de dinero, como acostumbraba a hacerlo cuando me visitaba, y la acompañé hasta la salida del rancho en donde ella me aseguró que podía regresar sola a su casa.

-Don Beto, a usted le gusta mi mujer y yo vengo a regalársela, me dijo un hombre montado a caballo mientras mi mujer y yo paseábamos por El Molino, una bella cascada en los alrededores.

-Tú debes ser el hombre de Virginia, canijo, y entiende que para mí tu mujer merece y ha merecido el mayor de los respetos, lo que tú no tienes con ella. No acepto regalos, cumple con tu deber y atiéndela como se merece.

Allí terminó la conversación.

Reyna, nuestra eterna asistente, pues lo mismo guisa que limpia los cuartos del rancho, que atiende a nuestros pequeños, que, bueno, hace de todo y se vuelve indispensable, me pidió hablar a solas conmigo. Temí el mensaje.

-Señor, su amiga Virginia murió hace unos días y ya la llevaron a enterrar .

Sentí un golpe brutal. Me refugié en la capilla y recé por ella, por la mujer más pobre que he conocido, por la más sencilla, por la más sufrida, por la más amorosa… Dios mío, ¿cómo puedes ser tan cruel con algunos de tus hijos? Pero ahora ya descansa en Tu Seno, ya está junto a Tu Madre, a la que vino a visitar hace poco y entabló un diálogo directo con ella. A mí me duele su muerte, pero esta niña no mayor de 20 años ya está contigo y sólo te pido que me des resignación, pues quise mucho a esta criatura tuya tan pobre como la que más. Quise ayudarla, pero ya no era capaz de trabajar, su debilidad, su borrachera, se lo impedían ¿Debí hacer algo más a favor de ella? No sé. Ahora es tarde para responder a esta pregunta. Las lágrimas acompañaron mi rezo. Estaba yo solo en la capilla, con el Cristo y la Virgen que tanto quiero porque me escuchan. Ahora los envolví en mi dolor, dolor que entregué a ellos junto con mis lágrimas que brotaban incontenibles.

Mañana será otro día.

El autor es presidente de Sociedad en Movimiento.

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