En este espacio se ha reflexionado sobre aspectos desvinculados directamente con la rentabilidad empresarial, pero que afectan su sostenibilidad. Destaco lo anterior, debido a la historia que vivieron en Open AI con el retiro de Sam Altman y posterior regreso, venciendo al consejo de administración en una lucha que probablemente se pudo haber evitado. Esto denota la relevancia de fomentar competencias más allá de la gestión operativa.
Altman, impulsor del éxito de ChatGPT, fue despedido en principio por el board de una compañía que llevó de un valor de mil millones a cerca de 90 mil millones de dólares en un periodo récord; la mayor parte en este año. Su salida se atribuyo en gran medida a que la misión de Open AI era de carácter no lucrativo para “beneficiar a la humanidad”, mientras que su director se enfocaba en la monetización y el crecimiento, sin ponderar las repercusiones.
El escenario no es nuevo. En Apple, en 1985, Steve Jobs, cofundador y pieza clave, fue desplazado tras conflictos con la junta y el CEO de entonces, por proyecciones de ventas insatisfactorias y desacuerdos en estrategia. Como todos sabemos, también regreso para cosechar la gloria.
Un caso distinto es el de Adam Neumann en WeWork, cuyo objetivo de transformar el ambiente laboral a través de principios comunitarios se vio frustrado al ser destituido, en gran parte, por las tácticas de crecimiento insostenible y su conducta poco convencional, que resultaron en una oferta pública fallida y una devaluación notable de la compañía, ahora casi en bancarrota.
El triunfo de Altman puede llegar a ser peligroso porque se rompe el contrapeso de la junta de gobierno y el deslumbre del éxito podría tornarse en excesos de poder.
Tenemos, por ejemplo, el fenómeno de Elizabeth Holmes de Theranos, con objetivos revolucionarios de salud que colapsaron ante acusaciones de fraude. Holmes, antiguamente vista como una maravilla, fue condenada por engañar a inversores con la promesa de tecnologías de análisis de sangre innovadoras que no se concretaron.
En el dinámico mundo de las criptomonedas, Sam Bankman-Fried de FTX se convierte en un cauto recordatorio de la fina línea entre la innovación y la responsabilidad fiduciaria. Su rápida caída, al descubrirse la defraudación a inversionistas y la malversación de fondos de clientes, subraya la necesidad de integridad y transparencia en la dirección empresarial, y la importancia de un liderazgo que custodie la confianza de los stakeholders.
Estos ejemplos de visionarios tecnológicos, cuyas ambiciones fueron superadas por la realidad de sus decisiones, inducen a una reflexión esencial sobre la naturaleza del liderazgo.
Es crucial entender que el éxito duradero va más allá del crecimiento, sino en la capacidad de quienes llevan las riendas para armonizar la innovación con una dirección ética y prudente.
El futuro de una empresa debe contemplar no solo la rentabilidad, sino también el compromiso con su misión y valores. Este es el auténtico reto para los CEOs: establecer un legado que supere el éxito efímero y fije un rumbo perdurable para la sociedad, la compañía y sus colaboradores.
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