Joe Biden cumplió 100 días de su administración, y el miércoles ofreció un discurso frente al Congreso donde dio a conocer la segunda parte de uno de los planes más ambiciosos de gobierno. Recientemente, Estados Unidos ha mostrado una fortísima aceleración en su actividad económica. El PIB del primer trimestre del año fue mayor en 6.4 por ciento, las bolsas de valores alcanzan prácticamente todos los días máximos históricos, la temporada de publicaciones de reportes corporativos ha sido una de las mejores en años, con el 80 por ciento de las empresas superando estimados; y además, a la fecha se encuentra vacunado el 35.5 por ciento de la población y se han administrado 235 millones de vacunas, lo que pareciera que en ese país están a la vuelta de la esquina de dejar atrás el temido Covid.
Los planes de Biden son sumamente ambiciosos, buscan modificar la estructura de la economía de Estados Unidos y convertirla también en un estado productivo, puntero de la ciencia y la tecnología, apuntalando la inversión para dejar atrás a su principal competidor: China. Busca acelerar la productividad para aspirar a crecimientos más elevados de su economía en el largo plazo. Las ganancias de productividad se conseguirán con la mayor inversión tanto en infraestructura (capital físico), como en educación para aumentar el talento (capital humano) y así mover a la economía varias décadas avante del resto del mundo.
Sus planes de gasto para la próxima década están basados en dos grandes ejes. El “American Jobs Plan” por un monto de 2.25 billones de dólares, principalmente destinados a mejorar la infraestructura del país y otorgar subsidios a la investigación y el desarrollo. La finalidad es generar progreso técnico y desarrollar nuevas tecnologías que a la postre sean disruptivas. Esta parte del plan sería financiada por el aumento de impuestos corporativos del 21 al 28 por ciento. La segunda parte presentada esta semana, es el “American Family Plan”, que está encaminado a buscar el bienestar social. Este paquete es por un monto de 1.8 billones de dólares que incluye facilidades fiscales (créditos a las familias para poder disponer de recursos en lugar de pagar impuestos) y gasto prioritario en cuidado infantil y guarderías, licencias parentales y familiares remuneradas, y centros de educación superior gratuitos. El financiamiento sería a través del aumento a la tasa de impuestos sobre la renta a 39.6 por ciento para individuos con ingresos superiores a 400 mil dólares anuales y un impuesto sobre las ganancias de capital en la misma magnitud para quienes generen un millón de dólares o más. También, propuso eliminar exenciones fiscales al impuesto sobre la herencia y otras ventajas fiscales para administradores de fondos de inversión. Basado en la trayectoria del plan, sería financiado con los incrementos en los impuestos en un plazo de 10 años y 15 años.
La suma de ambos planes totaliza un gasto superior a los 4 billones de dólares a la economía. Y si tomáramos en cuenta los estímulos fiscales (6 billones) totalizaría el 50 por ciento de la economía de Estados Unidos. ¡Algo sin precedentes! Biden lo justifica a través de una retórica en la que señala que las circunstancias actuales son favorecedoras. Ha tomado una postura que prefiere asumir el riesgo de excederse en el estímulo, que quedarse corto como sucedió con Obama en el 2008.
Pareciera que las verdaderas intenciones de Biden son hacerle frente a su principal competidor. El presidente hizo un llamado a respaldar sus planes de gasto para modernizar a Estados Unidos y hacerlo competitivo frente a China, para demostrar que una democracia puede ser igual o más competitiva que una autocracia del siglo XXI. Esta postura firme contra China es el principal punto que une a republicanos y demócratas y, aunque Biden ha optado por canales más diplomáticos e institucionales para tratar sus relaciones con China, se mantiene la narrativa de que el principal competidor del país en este siglo es China, y que Estados Unidos debe dominar los productos y tecnologías del futuro.