A un mes de la partida de Carlos Bremer, hago un llamado a que las personas empresarias comprometidas con el bienestar social en México ocupen el espacio que él dejó.
Un buen amigo está tratando de enseñarme que ‘El juego del dinero’ más que un arte o magia, es una ciencia; y, que el truco está en entender sus reglas y desarrollar habilidades monetarias triunfantes. Honestamente, sus lecciones difieren de lo que, desde mi formación de abogada, creía entender sobre el sistema financiero. Sin embargo, en lo que ambos coincidimos es en lo desafortunado que resulta la falta de educación financiera en nuestro país.
El dinero y su administración es algo que no se enseña en las escuelas; ni tampoco en la mayoría de los hogares. Lejos de ello, para el gran grueso de la población mexicana el dinero es un dolor de cabeza. Todos en algún momento estamos, con independencia de nuestra condición social, preocupados u ocupados por el dinero.
No obstante, poco o casi nada sabemos sobre este recurso y su manejo óptimo. Por un lado, la gran mayoría de las y los mexicanos no logran cubrir sus necesidades más básicas; por lo que, ahorrar o invertir no está dentro de sus alcances. Incluso, dentro de las personas con posibilidades económicas, son muy pocas las que tienen cultura del ahorro.
Medidas como la de incrementar el salario mínimo, política recurrente en la actual administración —con resultados altamente satisfactorios—, es una buena ruta hacia el equilibrio de la balanza social y económica. Sin embargo, para efectos de ahorro, y, en consecuencia, de posible inversión, este camino logrará impactos a largo plazo. Así que, para acotar una brecha tan dramática que nos permita un bienestar generalizado, tenemos que echar mano de otras medidas y alternativas. Una de ellas, es la responsabilidad o compromiso social de las empresas. Aquí es donde el ejemplo de Carlos Bremer cobra relevancia.
Este empresario y filántropo mexicano, desafió la preconcepción capitalista de explotación de los trabajadores en beneficio de la empresa. Fue uno de los principales voceros a favor de la reducción de la jornada laboral, insistiendo en que la vida personal y familiar debía favorecerse. Así abrió la puerta al “salario emocional”; a un reparto más igualitario en las labores no remuneradas del hogar; a un presentismo laboral equilibrado entre hombres y mujeres; y, con ello, a una reducción de la brecha salarial entre géneros.
Con su respaldo constante desde el emprendimiento y el deporte, Bremer ofreció a nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes una narrativa de esperanza y posibilidades de crecimiento, alejados de la delincuencia y en marcos saludables. No sólo patrocinó a atletas olímpicos y paralímpicos, también brindó oportunidades deportivas a niños y niñas de bajos recursos, que, de otra manera, no hubieran tenido.
La figura Bremer comprueba el gran impacto que conlleva el compromiso de las personas privilegiadas en la construcción social del bienestar. Su testimonio se extiende más allá de las fronteras convencionales de la beneficencia, y lo convierte en un catalizador de cambio real, en medio de un escenario caracterizado por una marcada polarización.
En un contexto donde las diferencias socioeconómicas se profundizan, Bremer no solo vio por cerrar las brechas, sino que también impulsó acciones concretas para respaldar y fortalecer a quienes enfrentan desafíos más significativos.
Sus aportaciones hacia la transformación social se convierten en referente y constituyen un reto para que otros líderes, empresarios y ciudadanos desempeñen un papel más activo en la construcción de una sociedad más justa y más igualitaria.
La responsabilidad social no es optativa, es un deber imperativo de cada individuo y entidad con capacidad de influir. El verdadero bienestar en nuestro país nos incluye a todas y todos; busquemos un punto de encuentro que permita cubrir nuestras necesidades, esto, impulsándonos mutuamente y sin restar al otro.