Punto de encuentro

México, promesa para la salud mental

Datos neurocientíficos permiten afirmar que los psicoactivos —en entornos terapéuticos— pueden mejorar la vida de personas con trastornos resistentes a fármacos tradicionales.

El martes por la noche tuve el privilegio de vivir una ceremonia de Temazcal, guiada por Huitzi, un gran maestro Zapoteco. Para mí, esta práctica mística y propia de nuestros orígenes, además de ayudarme físicamente, fortalece mi autodeterminación y me conecta con mis retos y propósitos. Y es que diversas tradiciones en nuestro país han confiado su salud y bienestar en rituales ancestrales y plantas medicinales. La experiencia se convirtió en sabiduría y se ha transmitido por generaciones sin necesitar la aprobación clínica de la ciencia. Ellas y ellos saben y experimentan los beneficios de hierbas y flores, de hongos y raíces, de los temazcales.

Hace unas semanas, un medio inglés publicó un reportaje que señala a México como destino para obtener terapia asistida con psicodélicos para tratar trastornos de ansiedad y depresión resistentes a fármacos, estrés postraumático (TEPT) o adicciones a substancias como el alcohol o el cristal (The Economist, 2024).

Las substancias o llamadas ‘medicinas’ psicodélicas para este tipo de tratamientos son DMT (ayahuasca), psilocibina (hongos), mescalina (cactus), LSD y MDMA, las cuales si se consumen dentro de un proceso terapéutico —no lúdico— y con un control adecuado de modo, tiempo y lugar, permiten expandir el estado de conciencia y revelar elementos de la psique que por diversas razones se han escondido por la sombra de nuestra conciencia, convirtiéndose en un ancla que impide sanar nuestros traumas, huellas, trastornos y padecimientos mentales. Lo anterior en virtud de que, según datos clínicos, los llamados psicodélicos aumentan las líneas de interconectividad neuronal del cerebro, permitiendo espacios de introspección y autoanálisis con rutas claras de acción conductual, que difieren de los resultados obtenidos con terapias o fármacos convencionales (Pollan, Michael, 2018).

En este contexto, una organización privada en Estados Unidos ha intentado obtener la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) para utilizar el MDMA (éxtasis) dentro de procesos terapéuticos para el TEPT, argumentando resultados altamente favorables en ensayos de fase 3, en los que el 71 por ciento de los pacientes que recibieron la droga mostraron una reducción significativa en los síntomas de trauma (NPR, 2024).

Desafortunadamente, la semana pasada, la FDA rechazó la solicitud citando preocupaciones sobre la seguridad del proceso. Sin embargo, si profundizamos sobre los mecanismos utilizados por la agencia para valorar la pertinencia de la terapia con MDMA, podemos observar vicios en los protocolos y estigmatizaciones arraigadas en la historia prohibicionista de Occidente por el uso recreativo de la substancia. Lo anterior aunado a la falta de entendimiento del acompañamiento terapéutico en un país en donde las medicinas tienen resultados por sí mismas y no por el auxilio paralelo de un profesional o especialista técnico de la salud mental (Casas, José, 2024).

En contraste, en nuestro país, diversas comunidades indígenas han integrado prácticas medicinales ancestrales en sus sistemas de salud. Por ejemplo, los yaquis han establecido la Clínica de Medicina Intercultural Yo’o Joara, donde utilizan ayahuasca, peyote y la secreción del sapo para tratar ciertos padecimientos. Asimismo, en la sierra de Oaxaca, las mujeres chamanes emplean plantas y hongos en sus rituales de curación.

Por ello, gracias a los nuevos datos neurocientíficos que permiten afirmar que los psicodélicos o psicoactivos —en entornos terapéuticos— pueden mejorar y hasta salvar la vida de personas con trastornos resistentes a fármacos tradicionales, México está en una coyuntura interesante para valorar la regulación y el régimen legal de estas substancias y colocarse en una posición de liderazgo en la atención de la salud mental. Ello, siempre y cuando se tenga como punto de encuentro el respeto y protección de las comunidades originarias que desarrollan estas prácticas.

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