Punto de encuentro

La Casa de los Famosos: la oportunidad

La violencia verbal y emocional que ha surgido entre los concursantes del programa permite que se normalice el discurso de odio como algo entretenido y aceptable.

En los últimos días, las redes sociales han estallado con La Casa de los Famosos, un reality show que aísla a celebridades bajo el mismo techo. Confieso que este tipo de productos no me generan interés y que, honestamente, no es algo en lo que acostumbre a invertir mi tiempo. Sin embargo, la popularidad de esta temporada me hace detenerme para reflexionar por qué se ha convertido en el programa más visto en la historia de México, pues en tan solo tres semanas cuenta con 6.5 mil millones de reproducciones (Televisa Univisión, 2024); y si ello es, además, válido.

Mientras algunos espectadores analizan los comportamientos tóxicos y los maltratos entre los participantes, otros los aplauden y se burlan de sus interacciones. Ello me hace recordar a Guy Debord cuando afirma que vivimos en la sociedad del espectáculo: una realidad donde el entretenimiento mantiene a las personas en un estado pasivo, conformista y distraído. Así, La Casa de los Famosos es el ejemplo perfecto para demostrar cómo el espectáculo problemático no solo se produce, sino que se consume con avidez.

El formato del programa, al estilo Big Brother, se basa en la creación de conflictos y tensiones entre los participantes para generar contenido y mantener a la audiencia enganchada. El interés, ciertamente morboso, en observar un tipo de entretenimiento que ofrece ‘transparentar’ la realidad de las dinámicas humanas, y sobre todo la realidad de las dinámicas ordinarias de personajes públicos, considerablemente lejanos, aunque probablemente aspiracionales para algunos sectores de la población, no es ciencia oculta. En esto radica el éxito —hasta aquí— válido del producto.

Honestamente, aunque no sea mi caso, me parece que este tipo de entretenimiento es hasta necesario para personas que posiblemente no tengan otro mejor espacio de dispersión y distracción. Por supuesto, preferiría tener una sociedad interesada en otro tipo de consumo televisivo, desde deportivo, académico, artístico hasta noticioso e informativo. Sin embargo, insisto, es mejor tener pluralidad de opciones para que cada quien ejerza con libertad lo que prefiera ver y escuchar.

Sin embargo, el fenómeno que se ha dado en esta casa de famosos es algo que no podemos ni debemos validar, aceptar o permitir. Por más que llame la atención, la violencia verbal y emocional que ha surgido entre los personajes permite que se normalice el discurso de odio como algo entretenido y aceptable. El costo de esto es grave: la deshumanización de los participantes y la aceptación social de comportamientos que deberían ser condenados. Y para mí, lo más grave, es que estas conductas siguen siendo una realidad en innumerables hogares mexicanos, por lo que exponerlos en un show como parte de una dinámica de personajes populares reafirma conductas indeseadas como algo hasta positivo y aspiracional para muchas y muchos.

Otro dato que no podemos dejar de mencionar es la edad promedio de los participantes, la cual radica entre los 30 y 40 y tantos años, con claras excepciones de actrices muy jóvenes. Ello es importante, pues refleja los patrones todavía muy arraigados en generaciones que fuimos educados bajo una crianza rígida, muchas veces sin respeto a las necesidades de las infancias y sin conocimiento de neurociencia o psicología positiva que pudiera prevenir conductas favorecedoras de traumas. Esto se refleja en muchas de las conductas de los participantes famosos.

En este contexto, es toral la participación de Adrián Marcelo, un supuesto psicólogo y conductor regiomontano que ha estado en el centro de múltiples controversias, en las que sus comentarios misóginos y homofóbicos dentro del programa han implicado un guiño a la cultura de desprecio y violencia, provocando indignación en redes sociales y la reacción de la Secretaría de las Mujeres de la Ciudad de México.

Reitero, no se trata de censurar los contenidos, sino de reconocer el impacto tangible que estos discursos tienen tanto en la audiencia como en los participantes. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad crucial en la construcción de valores sociales, más aún en países como México, en donde tenemos un ambiente con altos niveles de violencia y feminicidio.

Hoy, una vez que Adrián Marcelo por fin abandonó el programa, la televisora y la producción de La Casa de los Famosos tienen la oportunidad de posicionarse como buenos líderes con responsabilidad social: aprovechando su alto rating, sería deseable una postura clara y firme para garantizar el respeto a la dignidad e integridad de todos los participantes.

La pasividad y aprovechamiento comercial ante la violencia psicológica y verbal es inaceptable. Además, es indispensable entender que como espectadores podemos fortalecer o desincentivar determinado contenido, y que ello abona o demerita el tipo de sociedad que estamos construyendo. Ese es nuestro punto de encuentro.

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