En meses pasados compartí algunas reflexiones sobre cómo el sistema financiero mexicano se había movilizado por el periodo electoral, por las mayorías alcanzadas en las cámaras y por la posición de lo que se señalaba como el superpeso.
Hoy, en adición a la disminución natural del gasto y a la incertidumbre propia de cualquier transición de gobierno, debemos sumar un ambiente de controversia nacional en torno a la reforma judicial como nuevo paradigma en la impartición de justicia. Estos factores, al constituir cambios en las reglas del juego, nos dan un buen caldo de cultivo para poner en alerta a inversionistas nacionales y extranjeros.
Habiéndose aprobado la reforma judicial, su implementación debe ahora enfocarse en las leyes secundarias. Asimismo, debemos observar el curso de los procesos de impugnación en contra de la reforma constitucional, que, si bien son prácticamente improcedentes, puesto que así lo dicen las leyes hoy vigentes, es esencial atender el curso que toma esta coyuntura judicial y política en las próximas semanas para advertir qué tanto impacta en la volatilidad de nuestros mercados.
Mientras tanto, y con los ojos de las calificadoras crediticias puestos en México, la semana pasada, la presidenta electa Sheinbaum mandó un mensaje de estabilidad financiera al ratificar a altos funcionarios de la Secretaría de Hacienda. Ello es un buen guiño que abona a la calma de los diversos agentes relacionados con la economía nacional.
Evidentemente, los representantes financieros del gobierno deben ser agentes de comunicación e interlocución directa y fiable con banqueros, operadores y analistas de mercados globales; y, sin duda, son pieza clave en escenarios de marcada volatilidad como el que transitamos. Sin embargo, existen otros factores que impactarán de manera directa en el camino hacia la estabilidad de nuestra economía y de nuestra moneda. Factores que no dependen de México y que sería injusto dejar de considerarlos en la ecuación: la economía actual de Estados Unidos y su próximo proceso electoral.
Por un lado, es innegable que la economía del vecino país del norte está frente a una marcada desaceleración: altas tasas de desempleo, disminución de remesas, menores flujos turísticos y un estancamiento en la industria manufacturera (Casillas, Gabriel, 2024); factores que afectan directamente en la economía mexicana. Sin embargo, por otro lado, la inflación de Estados Unidos logró disminuir y por ello la Reserva Federal recortó ayer las tasas de interés en 50 puntos base para recuperar poder adquisitivo de los consumidores, lo cual, afortunadamente abona en la apreciación del peso mexicano.
Lo anterior, si bien son ajustes propios de un proceso que viene desde tiempos pandémicos, expertos opinan que estos fenómenos se deben también al marco preelectoral que eleva expectativas e incertidumbre sobre políticas fiscales y aranceles para las inversiones de los años venideros.
De ahí que, si bien los nombramientos de la presidenta electa pueden anticipar ciertas políticas fiscales y macroeconómicas encaminadas a evitar la volatilidad de los mercados y mantener el buen manejo con el sector financiero internacional, lo cierto es que, para lograr finanzas públicas sanas, una deuda externa manejable y un papel activo de México en el comercio y mercados internacionales, también debemos considerar las elecciones de Estados Unidos y su posible recesión.
Así, para leer la estabilidad o inestabilidad monetaria en México, es indispensable lograr como punto de encuentro financiero un entendimiento global de nuestra economía. Comprender que los altibajos que ha tenido el peso frente al dólar en los últimos días, si bien se ven influenciados por factores políticos internos, en un porcentaje muy alto se ven también beneficiados o perjudicados por factores que son ajenos a las coyunturas nacionales. Hagamos votos para que los múltiples factores que influyen se alineen y permitan una pronta estabilidad financiera.