Desde la crisis financiera de 2008, Estados Unidos (al igual que otros países desarrollados) ha tratado de escapar de una recesión siguiendo una política monetaria expansiva. Para mantener tasas de interés bajísimas y hasta negativas, el Banco de la Reserva Federal infló la oferta monetaria, comprando bonos del Tesoro y valores respaldados por hipotecas. Simultáneamente, se incurrió en un déficit fiscal sin precedentes, agravado por una reducción de impuestos y una política de subsidios en el gobierno anterior.
Como consecuencia, se revaloraron los activos bursátiles e inmobiliarios, dando paso a una especulación incontenible. En ciudades “de moda”, como Phoenix, la cuarta parte de las viviendas están vacías porque fueron compradas como fuentes pasivas de ingreso. Al mismo tiempo, estando tan cara la vivienda, nueva o de alquiler, aumentó el número de personas que viven hacinadas o en la calle.
Nadie ignoraba que todo eso aumentaba el riesgo de inflación, pero políticamente era muy conveniente porque estaban creciendo la economía, el consumo y el empleo.
Al mismo tiempo, se están produciendo importantes cambios estructurales. Al declinar la fertilidad, cada vez hay menos personas en edad de trabajar. Es patente la escasez de personal en la construcción, el turismo y el cuidado de niños y ancianos, más o menos paliada con la migración ilegal.
Rápidamente se está transitando hacia fuentes de energía limpias. Los gobiernos se han comprometido a reducir las emisiones contaminantes y, por ello, las compañías petroleras han tenido que diversificarse. La industria y la generación eléctrica abandonan el carbón y el petróleo y se utiliza más el gas natural.
Donde esta tendencia es evidente es en la industria automotriz. Antes de que termine esta década, más del 70% de los vehículos serán eléctricos o híbridos. Estos coches no tienen radiador, tanque de gasolina o sistema de escape; no hay que cambiarles las bujías o el aceite; tienen silenciadores que no se desgastan; sus motores y transmisión sólo tienen 17 piezas. Eso significa la reconversión de las fábricas. También, miles de desempleados, por el cierre de campos petroleros y de plantaciones de cereal para producir etanol; de fundiciones, refinerías, gasolineras y talleres de reparación.
Por otra parte, la digitalización avanza incontenible, cambiando los patrones de consumo. El comercio minorista en línea está acabando con las tiendas por departamentos y con los centros comerciales. Hace dos años ya habían bajado la cortina la tercera parte, dejando sin trabajo a medio millón de estadounidenses.
Y LLEGÓ EL COVID-19
La pandemia llevó a una suspensión casi total de la actividad económica. Las empresas se endeudaron y los bancos tuvieron dificultad para recuperar lo prestado. Miles de personas se quedaron sin ingresos.
El gobierno decidió tomar medidas anticíclicas, elevando los subsidios a las compañías más afectadas (como el aerotransporte) y otorgando ayudas temporales a los desempleados. Ante la avalancha de demandas de desahucio en los tribunales, se aumentaron las ayudas para renta y se decretó una moratoria para los desalojos. Como consecuencia el gasto público se disparó.
Encerrada en sus casas; sin poder ir al cine o salir de vacaciones; por aburrimiento, tristeza o ansiedad, la población entró en una fiebre de consumo, que elevó en un 20% las importaciones.
Al detenerse las factorías asiáticas primero y luego las europeas y las estadounidenses, se produjo un choque de oferta. Éste tuvo mayor impacto en productos como los chips de computadora, cuyo mercado está acaparado por unas cuantas empresas.
Construido sobre el concepto de “justo en tiempo”, para ahorrar costos de almacenaje, el sistema logístico se atascó. Los puertos chinos, los más activos del mundo, cierran cada vez que hay nuevos brotes de contagio. Sus patios están llenos de contenedores en espera de personal que los suba a los barcos. Del otro lado, en Los Ángeles-Long Beach y en Savannah, los gigantescos navíos no pueden descargarse porque no hay suficientes estibadores. Como tampoco hay lugar para acomodar la carga, porque faltan choferes para llevarla a los centros de consumo, se regresan sin exportaciones.
La mercancía de fin de año (ropa, decoraciones, juguetes, regalos, comida y bebida) estará llegando a los almacenes en marzo. Los anaqueles de las tiendas estarán vacíos en plena temporada navideña.
El costo de los contenedores se duplicó y llevar uno de Asia a Estados Unidos es hoy 10 veces más caro. Será muy difícil frenar el alza de los precios.