El fin de la Guerra Fría pareció anunciar una nueva era en la relación de Estados Unidos con América Latina. La mayoría de las naciones del continente tenía gobiernos democráticos y el recién firmado TLCAN mostraba que era posible tener entendimientos prácticos de mutuo provecho.
Las conferencias interamericanas se habían suspendido desde 1954 y diferentes iniciativas de complementariedad económica entre los países de la región no habían prosperado. Bill Clinton convocó a la primera Cumbre de las Américas en 1994 y sorprendió a todos proponiendo un área de libre comercio de las Américas.
Se formaron comisiones de trabajo y durante un tiempo se fueron negociando los aspectos más complejos. Sin embargo, las metas eran demasiado ambiciosas. Quizás hubiera sido mejor empezar por algunos sectores y luego sumar otros (como pasó en Europa). Brasil insistió en partir de los entendimientos ya existentes, lo que complicó todo. Aunque se planteaba una incorporación gradual, faltaron incentivos para acelerar el desarrollo social de los países más atrasados.
Clinton hizo una intensa gira por Sudamérica, pero el entusiasmo se fue apagando y surgieron nuevos obstáculos. Para colmo, la Casa Blanca no logró convencer a los congresistas demócratas para que le dieran la autorización para hacer una negociación fast track.
No obstante, más adelante se firmaron tratados bilaterales con Chile (2003) y Colombia (2011). CAFTA, el acuerdo con Centroamérica y República Dominicana (2007), no incluyó a Panamá (porque su economía, con base en servicios, requiere un trato especial) y ha tenido gran cantidad de ajustes. Costa Rica y Dominicana han modernizado su legislación y se han beneficiado ampliamente; no así los otros miembros. Por otra parte, las empresas estadounidenses han mostrado poco interés y ha faltado asistencia técnica y comercial.
Las grandes corporaciones se han convencido, después de dos años críticos, de que hay que acortar sus cadenas de suministro y distribución. Sin embargo, acá no estamos viendo las oportunidades que se abren y allá no han comprendido todo lo que han de hacer para que eso suceda.
Hasta ahora la administración Biden no ha mostrado mucho interés. No ha nominado embajadores en Colombia, Bolivia, Cuba y República Dominicana. Ha propuesto, pero no han sido confirmados, los representantes en Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela, Panamá, Nicaragua, El Salvador, Belice y… la OEA.
Problemas comunes
Lo cierto es que hay desafíos que ni la Unión Americana ni las naciones de Latinoamérica pueden encarar solas. El más obvio es el cambio climático. Juntos hay que enfrentar la desforestación acelerada, la sequía y los desastres climatológicos, cada vez más frecuentes y dañinos.
La pandemia del COVID pegó más fuerte en este continente e hizo evidente que los mecanismos de cooperación sanitaria han sido insuficientes. Estados Unidos donó 70 millones de dosis, pero sólo Chile ha vacunado a 91 por ciento de su población; México anda en 61 por ciento;, y Panamá, Bolivia, Honduras y Venezuela no han cubierto ni a la mitad. Guatemala y muchos caribeños andan en un tercio.
La polarización que ha prevalecido en el Capitolio durante tres décadas ha impedido, por una parte, regularizar a los migrantes que llevan años viviendo allá y, por otro lado, no ha permitido establecer programas de trabajadores temporales ni facilitar la migración de mano de obra, a pesar de que se necesita en diferentes sectores. Al mismo tiempo la violencia en el Triángulo del Norte y la pobreza en Haití, Venezuela y Nicaragua han engrosado las corrientes de desplazados.
A los americanos les preocupa la penetración de la inversión y el comercio de China en este hemisferio. En vez de presionar o amenazar, podrían resucitar la Alianza para el Progreso (con énfasis en la infraestructura) y reimpulsar a los Cuerpos de Paz, desactivados por la pandemia.
La cooperación en la lucha contra la delincuencia organizada no debe limitarse a los aspectos policiales. Lo que urge es reforzar el Estado de derecho y la resiliencia social.
Desde que se acordó la Carta Democrática (tercera cumbre en Quebec), las instituciones representativas se han deteriorado y el populismo se ha expandido, incluso en Washington. Entre todos, sin exclusiones o sanciones, hay que difundir los valores democráticos y asegurar la limpieza y continuidad de las elecciones.
Es mucho lo que el continente unido puede lograr. Lamentablemente, una y otra vez, los proyectos comunes se han frustrado. Ojalá se encuentren fórmulas acertadas en Los Ángeles.