Repensar

Tortura aeroportuaria

Las compañías aéreas tuvieron efectos catastróficos con la pandemia de COVID; la recuperación de la industria será prolongada, señala Alejandro Gil Recasens.

Desde hace años la industria aérea viene luchando por sobrevivir. El mercado crece, pero la competencia es intensa. Obliga a endeudarse para renovar las flotas con equipos que consuman menos combustible y permitan, aunque sea en el margen, reducir el costo por pasajero transportado. Docenas de aerolíneas han desaparecido.

En una época se disputaban a los pasajeros ofreciendo buen servicio: personal amable, asientos cómodos, películas de estreno, comidas apetitosas, bebidas gratis. En la última década, para abatir los costos, decidieron reducir los beneficios u otorgarlos con un cargo extra.

En muchos casos, ya no permiten hacer cambios gratuitos y los boletos más económicos no pueden cancelarse. Para añadir cupo, pusieron asientos más angostos y con menos espacio para las piernas. Dejaron de ofrecer alimentos en vuelos cortos y los venden por separado en los largos. Ya no hay periódicos y revistas para leer. Hoy cobran por el equipaje documentado y hasta por el de mano. El colmo es que llegan a exigir un pago por dar asientos adyacentes a miembros de una misma familia.

La pandemia de Covid tuvo efectos catastróficos para las compañías aéreas. De la noche a la mañana muchos países cerraron su espacio aéreo y la demanda se cayó hasta el fondo. Cientos de aviones, sobre todo los de mayor capacidad, pasaron meses estacionados, sin usar. Aun con menos vuelos, hubo dificultad para operar porque el personal se enfermaba y tuvieron que despedir a miles de trabajadores.

Afortunadamente, en la medida en que hay menos miedo al contagio, el mercado se está reanimando. Muchos están tomando las vacaciones que aplazaron en los dos años anteriores. Sin embargo, los viajes de negocios, que son los que originan la compra de los boletos más caros (clases primera y business) siguen por debajo de los niveles de 2019. Muchas juntas de trabajo son ahora virtuales y se prevé que los congresos y convenciones se normalicen muy lentamente.

En todo caso, la recuperación será prolongada. Para empezar, porque el crédito, el aluminio y la turbosina, que son los principales factores que determinan los costos (y el precio de los boletos), van a seguir caros por un buen tiempo. Y para terminar porque hay incertidumbre sobre la evolución de la guerra en Ucrania y sobre la posibilidad de una recesión mundial.

¿dónde está el piloto?

Con todo, el principal problema al que se enfrentan las aerolíneas es el laboral. En Estados Unidos, tienen en la nómina 54 mil empleados menos que en febrero de 2020. Por más que se esfuerzan, no logran reclutar al personal necesario. A los que renunciaron o fueron despedidos les ofrecen bonos para que regresen. A los nuevos, sin experiencia, les proponen capacitación acelerada e incentivos para hacer carrera.

Lo que más se dificulta es conseguir pilotos. Tradicionalmente los jalaban de las filas de la aviación militar, pero ahora ellos entrenan menos porque crecientemente utilizan aviones no tripulados.

Por razones de seguridad, la autoridad aeronáutica (FAA) no ha aceptado reducir las horas de vuelo requeridas (1,500) para conceder una licencia comercial, ni extender la edad obligatoria de retiro (65 años). Tampoco lo quieren los pilotos jóvenes, en espera de un ascenso.

Como es frecuente que las tripulaciones no se completen, se volvió común la cancelación de vuelos. Los sobrecargos están furiosos porque cada vez que pasa eso tienen que esperar, sin remuneración, a que los reasignen. Exigen mejores sueldos y condiciones de trabajo, pero las empresas se resisten a otorgarlos porque operan con déficit. En Europa y en la Unión Americana vamos a seguir viendo huelgas de pilotos, aeromozas y personal de mantenimiento.

Para el pasajero, los aeropuertos se convirtieron en una experiencia depresiva. Sus vuelos se retrasan o se cancelan, pierden sus conexiones. Tienen que hacer largas colas porque hay pocos empleados en los mostradores de registro y faltan agentes en la revisión de seguridad, de migración y de aduana. Hay filas hasta para conseguir un café. Sus equipajes no aparecen en el carrusel o de plano se pierden porque tampoco hay suficiente personal de tierra.

Las quejas se triplicaron y el secretario de Transporte, Pete Buttigieg, no ha podido expedir una norma para asegurar la devolución a los que sufren retrasos o cancelaciones. Ni siquiera ha conseguido ocupar las plazas vacantes de inspectores y, sobre todo, de controladores aéreos (lo que provoca los grandes congestionamientos).

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