Repensar

Todos contentos

Tanto para demócratas como para republicanos, el gasto social y de defensa son intocables, a pesar de que las auditorías de cada año muestran excesos y corrupción.

La semana pasada había en Washington nubarrones de tormenta. Parecía imposible que se lograra un compromiso en el Congreso para elevar el techo de la deuda pública. Tanto entre demócratas como entre republicanos había radicales que estaban dispuestos a bloquear cualquier entendimiento. Finalmente, mediante la conocida toma y daca de pequeños favores, se llegó a un trato que dejó a todos satisfechos, pero que pospone, una vez más, la debida atención al monstruoso endeudamiento.

Los rubros que consumen la mayor parte del presupuesto son el gasto de defensa y el gasto social.

Durante mucho tiempo los republicanos protegieron denodadamente los proyectos de armamento del Pentágono. El dinero para barcos, aviones, misiles y tanques, cada vez más sofisticados y caros, fluyó sin obstáculos por razones patrióticas difíciles de cuestionar. El resultado fueron muchas pifias y sobrecostos dudosos.

El poder de la industria bélica se expresó en películas y series de televisión que insuflan en el estadounidense el orgullo de tener las Fuerzas Armadas más poderosas del planeta. Se manifiesta también en contribuciones para las campañas políticas de los legisladores, necesitados de apoyos continuos para poder reelegirse. Eso explica que los demócratas ya tampoco objeten el gasto militar.

Desde el New Deal de Roosevelt, los demócratas fueron incrementando los beneficios sociales y, necesariamente, los impuestos para financiarlos. En los 70 la economía estaba en declive, el gobierno quebrado y la gente cansada de las altas contribuciones. En la década siguiente, Ronald Reagan alivió la carga fiscal y eliminó programas que claramente eran un despilfarro.

Desde entonces, los republicanos mantuvieron una política fiscal conservadora que, convenientemente, entraba en pausa cuando ellos ocupaban la Casa Blanca. El grupo de congresistas conocido como el Tea Party, alarmado por el déficit creciente, se opuso decididamente a incrementar el gasto social e impidió crear o aumentar impuestos.

La base social que favoreció el ascenso de Donald Trump está formada por adultos mayores, trabajadores y habitantes de zonas rurales empobrecidas, exactamente la clientela electoral que depende de la ayuda del gobierno para sobrevivir. Por eso, ahora los republicanos no pugnan por disminuir los presupuestos para las pensiones (Social Security) o para la asistencia médica (Medicare y Medicaid).

Hoy en día, tanto para demócratas como para republicanos, el gasto social y de defensa son intocables, a pesar de que las auditorías de cada año muestran excesos y corrupción. Por eso queda muy poco para recortar mientras déficit y deuda crecen inexorablemente.

En lo oscurito

En ese marco se dieron las negociaciones de la semana pasada. Los demócratas cedieron en rubros en que ya era injustificable continuar. Por ejemplo, el mantener en pausa los pagos y la acumulación de intereses de los préstamos estudiantiles, dado que ya se levantó la emergencia por la pandemia del covid. El perdón por hasta 20 mil dólares de esas deudas que Biden ofreció, casi seguramente será rechazado por la Suprema Corte en las próximas semanas.

Asumieron, igualmente, que ya no era aceptable que se opusieran a exigir que todos los beneficiarios del programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (que no tengan una discapacidad) trabajen o busquen un empleo. Por generaciones, ha habido abuso con los cupones de comida.

El gasto total se congela en su nivel actual para este año y sube sólo uno por ciento el próximo. Considerando la inflación, hay un recorte real. Sin embargo, permite a Biden transitar por la campaña presidencial con menos presiones en la aprobación del presupuesto.

Para él fue un buen arreglo, indudablemente. ¿Por qué lo permitieron los radicales del Freedom Caucus? En parte porque se espera que el gobierno proponga nuevos impuestos y los republicanos no quieren que se vean como urgentes e indispensables. En parte porque no pudieron ponerse de acuerdo entre ellos sobre los grandes recortes que querían.

En el fondo, están también los arreglos que el líder de la mayoría republicana en la Cámara baja fue haciendo con legisladores clave de ambos partidos. Son tratos que se van a poner en evidencia cuando se negocie el presupuesto del siguiente año.

Por ejemplo, Joe Manchin ya tiene el ofrecimiento de que se aprobará el gasoducto Mountain Valley, al que se oponían hasta sus colegas demócratas.

La deuda es casi igual que el PIB y los intereses de este año suman 663 miles de millones de dólares (a pagarse con dinero prestado). La situación es explosiva, pero los políticos están contentos.

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