En Estados Unidos, hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, el servicio militar sólo fue obligatorio 18 años (durante las guerras de Independencia, Civil y Primera Mundial). En cambio, no fue necesario durante las guerras indias, con España o con México.
Fue anormal que al terminar la Segunda Guerra Mundial y luego, en 1953, al finalizar la de Corea, la conscripción continuara. Sucedió así porque la opinión pública estaba inflamada de fervor patrio y los militares gozaban de gran reconocimiento por haber salvado al mundo del nazismo.
Sin embargo, casi desde que comenzó la Guerra de Vietnam (sobre todo después de 1965, cuando Lyndon Johnson duplica el reclutamiento mensual) gran parte de la población se opuso a la conscripción.
En 1962 se había establecido que quienes resultaran sorteados, pero fueran padres solteros o tuvieran hijos pequeños o los que estaban estudiando en seminarios o universidades, podían posponer su servicio. Eso dio lugar a que muchos se casaran precipitadamente, se inscribieran en carreras que no tenían ningún interés en concluir o descubrieran repentinamente una vocación religiosa.
Además, las juntas locales de reclutamiento, integradas por veteranos, determinaban exclusiones médicas con criterios subjetivos y disparejos. Los que tenían conexiones políticas se salvaban.
Tanto Joe Biden como Donald Trump difirieron su reclutamiento por estar cursando una carrera. Cuando la terminaron consiguieron excepciones médicas por razones usadas frecuentemente por hijos de familias poderosas: Joe por asma y Donald por tener espolones óseos.
El resultado fue que en los primeros años de la guerra la mayoría de los que acababan embarcados hacia el sudeste de Asia eran jóvenes de familias pobres o de minorías. Los negros eran 11% de la población, 16% de los reclutados y 23% de los combatientes.
Para evitar ese trato injusto, en 1969 se le resta poder a las juntas locales. Los sorteos se hacen por fecha de nacimiento y son transmitidos en cadena nacional de televisión.
En 1971 se quita el aplazamiento a los universitarios y los estudiantes se suman masivamente a los movimientos pacifistas.
Muchos se alistaron en el servicio de Guardacostas o en la Guardia Nacional, para servir dentro del territorio nacional.
Se multiplican también los objetores de conciencia, que tenían que cumplir dos años de servicio alternativo o ir a unidades médicas no combatientes (como los protagonistas de la serie M.A.S.H.).
Miles de muchachos quemaron sus tarjetas de reclutamiento, se escondieron o se exiliaron en Canadá. Tres mil acabaron en la cárcel.
Con todo, dos tercios de los que pelearon en Vietnam (y la mitad de los que ahí fallecieron) lo hicieron como voluntarios.
Los que fueron a la guerra (casi todos chamacos que acababan de salir del High School) lo hicieron muertos de miedo, con la esperanza de haber sido bien entrenados y sin entender bien por qué tenían que luchar tan lejos de casa. Cayeron allá 58 mil y 303 mil regresaron heridos.
El primero de julio de 1973, hace 50 años, las Fuerzas Armadas volvieron a la condición de “totalmente voluntarias”.
La conscripción se eliminó por ser impopular y porque Milton Friedman convenció a Richard Nixon con tres razones: es inmoral en una sociedad libre; imponía costos excesivos a los jóvenes al obligarlos a tomar decisiones subóptimas; la constante rotación del personal impedía la profesionalización y dificultaba la introducción de nueva tecnología.
No se enrolan
Para mantener sus niveles de reclutamiento, las Fuerzas Armadas subieron 80% los sueldos y ofrecieron cuarteles más confortables, mejor comida y servicio médico más completo.
Hasta el fin de la Guerra Fría no fue difícil enlistar a nuevos elementos. La milicia ofrece trabajo estable con buenas oportunidades de desarrollo profesional.
Los jóvenes hacían caso a los carteles en los que el Tío Sam les dice “Tu patria te necesita”. Gustosos se incorporaban al salvaje entrenamiento inicial intensivo (boot camp) de los marines en Parris Island (North Carolina) o en Camp Pendleton (California), idealizados en innumerables películas (como Full Metal Jacket). Las ceremonias de juramento con estadios llenos hacían palidecer a las graduaciones universitarias.
Ya no más.
Aunque hoy la cohorte de 18 a 29 años es más grande que en 1973 y se admite a las mujeres en todas las posiciones, los reclutadores sufren para cubrir sus cuotas. Los jóvenes desprecian los incentivos; rehúyen al riesgo, la disciplina y el sacrificio; sufren problemas de salud mental; ya no les conmueve el patriotismo.