Repensar

Entender la frontera

En el caso de la frontera con Texas (1,241 kilómetros), el gobernador Greg Abbott ha emprendido una guerra contra lo que llama “política de fronteras abiertas de Joe Biden”.

Frecuentemente nos llega información sobre la problemática en las ciudades mexicanas que hacen frontera con Estados Unidos, pero poco nos enteramos de lo que sucede en las poblaciones estadounidenses del otro lado.

En el caso de la frontera con Texas (1,241 kilómetros), sabemos que el gobernador Greg Abbott ha emprendido una guerra contra lo que llama “política de fronteras abiertas de Joe Biden”.

Ha construido muchas millas de muro y recientemente dispuso la colocación de una barrera flotante en el río Grande, a la altura de Eagle Pass. Creó una fuerza táctica para capturar y deportar a inmigrantes ilegales y a otros los envió en autobuses a ciudades santuario, como New York, Chicago y Washington.

En Texas, desde 2004, hay más población hispana que blanca. Es además el segmento que más crece, no sólo por la migración, sino también por su mayor fecundidad: representan 50% de los nacimientos. Por lo mismo, los jóvenes hispanos son mayoría y en las escuelas hay más niños con apellido español que anglosajón.

Al mismo tiempo, es un estado sólidamente republicano. A pesar de sus políticas antimigrante, Donald Trump ganó allá la elección en 2016 y 2020 y tanto el senador Ted Cruz como Gregg Abbott se han reelegido dos veces.

Para entender ese contrasentido, hay que conocer la realidad socioeconómica y política del Estado.

El río ya no es Grande ni Bravo

Los condados fronterizos están entre las zonas más pobres de la Unión Americana. Y los del Valle del Río Grande, a dos horas por carretera de Monterrey, parecen del tercer mundo.

En realidad, el Valle no es valle. Es el delta aluvial del río, cuyos canales y barras van variando en función de la fuerza de la corriente y de los sedimentos de limo, arena y arcilla que trae. También, cuando hay huracanes.

El río se forma con el deshielo de las montañas Rocallosas y por las torrenciales lluvias veraniegas. Actualmente sólo llega al golfo de México 20% de su flujo, por lo que ya no es navegable en su parte final y tiene partes estrechas y poco profundas, de corriente lenta, por las que se puede cruzar con cierta seguridad.

Excepto Harligen, que fue fundada por pioneros del norte, todas las poblaciones de la región son casi 100% de personas de origen mexicano. Las calles y las tiendas tienen nombres en español. Pocos aprenden a hablar el inglés, a comer sin tortilla o a escuchar música que no sea ranchera.

La población de esa región se incrementó al final del siglo pasado, cuando los que lograban cruzar la frontera no se arriesgaban a internarse más, para evitar los puntos de revisión migratoria.

Muchos viven hacinados en campamentos, cerca de los campos de cultivo, respirando pesticidas todo el tiempo.

Otros compraron pequeños lotes en tierras arenosas, en las llamadas “colonias”, sin agua corriente, drenaje, electricidad o calles pavimentadas; muy lejos de las áreas urbanas y de los servicios médicos o educativos. Habitan al principio en tejabanes, luego en remolques y, finalmente, en casitas de una recámara.

Pocas de las más de mil colonias han logrado incorporarse como ciudades, con lo que consiguen, después de años de esfuerzos, subsidios para urbanizar y que se establezca una oficina postal y una escuela primaria.

Algunas ciudades, como Laredo y McAllen, progresaron por el contrabando y luego por el creciente comercio transfronterizo. Otras, como Brownsville, porque su aeropuerto fue, por muchos años, la última escala para cargar combustible antes de viajar al sur del continente.

El resto de las poblaciones sobrevive por la actividad agropecuaria y por los cupones de comida. La abundancia de mano de obra hace que los sueldos sean muy bajos.

Por eso no son bienvenidos nuevos migrantes, sobre todo los jóvenes, con los que los dueños de las granjas y ranchos sustituyen a los mayores de 40. Hay rechazo, sobre todo, hacia los centroamericanos y caribeños, a los que no consideran hispanos, sino latinos.

Durante muchos años respaldaron mayoritariamente a los demócratas, que les prometían poner clínicas y escuelas, además de ofrecerles un procedimiento fácil y rápido para obtener la residencia y la ciudadanía. Decepcionados porque poco de eso sucedió, cada vez votan más por los republicanos, que, al menos, limitan la población flotante que les arrebata empleos y servicios. Y porque han permitido que lleguen al Congreso un par de nativas de la zona.

COLUMNAS ANTERIORES

Sin ganas
¿Por qué perdieron los demócratas?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.