El próximo lunes se cumplirán 60 años de que Martin Luther King pronunció su discurso más memorable. Seguramente lo veremos en los noticieros de televisión, otra vez con su voz ponente exclamar: “I have a dream…”. Poco se dirá de lo que pasó antes de ese evento.
Aunque ya habían pasado cien años de que Abraham Lincoln abolió la esclavitud, los negros, sobre todo en los estados del sur, eran discriminados y se les obligaba a vivir en un mundo aparte, sin poder utilizar los mismos servicios que los blancos y excluidos de la vida pública. Sus manifestaciones eran cada vez más agresivas y la única respuesta era la represión.
Un grupo de ministros bautistas jóvenes entendieron que, en esa espiral de violencia, la peor parte la llevarían los jóvenes que se radicalizaban. Entre ellos estaba Martin Luther King.
Inspirado en los Evangelios y en la lucha de Gandhi, estaba convencido de que no había que contestar el odio con el odio, sino que había que transformar moralmente al adversario, que el amor es costoso, pero es el mayor poder del mundo.
En 1955, cuando acababa de terminar sus estudios religiosos y de sociología, decidió encabezar un boicot contra la compañía de autobuses de Montgomery (capital de Alabama). Protestaban porque había sido detenida Rosa Parks, al no ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco, ¡como prescribía la ley!
King fue amenazado, vejado y arrestado. Hicieron estallar una bomba en su casa, estando ahí su esposa y su hija pequeña, que milagrosamente salieron ilesas. A pesar de ello, consiguió la liberación de Rosa y evitó que estallara la violencia.
Habiendo acreditado que la no violencia podía ser efectiva para combatir la segregación racial, junto con otros 60 pastores, creó la Conferencia de Liderazgos Cristianos del Sur (SCLC).
La mayoría de las organizaciones que defendían los derechos de la población negra los vio con escepticismo, dado el poder y agresividad de los racistas. Otros ministros los criticaron por descuidar las necesidades espirituales de su congregación. Su llamado a que se unieran a ellos blancos de buena voluntad fue objeto de burlas. Esto cambió cuando sacerdotes y rabinos, así como el famoso predicador evangélico Billy Graham, decidieron respaldarlos.
Frenando a los que exigían venganza, soportando la represión policiaca (que arrestaba hasta a los niños) y las salvajadas del Ku Klux Klan (que instigó linchamientos y quemó muchas iglesias), el movimiento se extendió a otros estados.
En 1963 se manifestaron en contra de los comerciantes del centro de Birmigham, que no contrataban negros ni permitían que abrieran tiendas ahí.
King fue arrestado; desde la cárcel envió una carta a pastores blancos que le decían que la batalla contra la injusticia se debía realizar en las cortes y no en las calles. Les explicó que la desobediencia civil era necesaria ante injusticias flagrantes. Y también eficaz: los comerciantes acabaron aceptando la integración.
“Una hermosa sinfonía de hermandad”
Al mismo tiempo, King negociaba con legisladores de los dos partidos la formulación de una ley de igualdad de derechos. Entre los segregacionistas de hueso colorado que logró convencer estuvo Lyndon B. Johnson, pero había mucha resistencia.
Necesitaba, por eso, el apoyo de todas las organizaciones representativas de la población negra. Una por una, consiguió el respaldo de la Urban League, el Congress of Racial Equality y la National Association for the Advancement of Colored People.
Cuando logró unir a todos, convocó a la marcha sobre Washington. Ahí, en las escalinatas del monumento a Lincoln, frente a 250 mil personas, negros y blancos, llamó a crear una coalición multirracial para hacer realidad el sueño de una sociedad justa y fraterna. “No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio”, advirtió.
Con berrinches y sin el voto de los senadores del sur, finalmente el Congreso aprobó la Ley de Derechos Civiles (1964). Lentamente, sin la violencia que consideraba inevitable el Black Power, y sin el separatismo que pensaba necesario la Black Nation, la segregación fue desapareciendo en las escuelas y en el empleo, en los cines y en los restaurantes.
Un año después se aprobó la Ley de Derechos Políticos, que quitó las barreras al registro de votantes. Más negros pudieron participar en las elecciones y ocupar puestos públicos.
Reconocido con el Premio Nobel, empezó una nueva lucha, ahora contra la pobreza. Estaba en Memphis, apoyando a los empleados de limpia, cuando fue asesinado.