El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) es un organismo sui géneris. No fue creado por medio de un tratado, sino que surgió en 1989 y permanece sólo por la voluntad de sus socios. Los compromisos se alcanzan por consenso y no son vinculantes. No cuenta con un gran órgano de dirección, sino apenas con un secretariado en Singapur.
No se integra por países sino por 21 economías. Eso explica que, no obstante que China reclama soberanía sobre ellas, participen Taiwán y Hong Kong (prudentemente a las reuniones envían ministros y no jefes de Gobierno).
No tienen un criterio claro para aceptar nuevos miembros. México ingresó casi desde el principio (1993) y fue sede de su reunión anual en 2002. Colombia ha pedido su entrada desde hace años y no se la han concedido. Lo mismo sucede con la India, que es importante socio comercial de la mayoría de sus integrantes.
A pesar de lo anterior, la APEC se ha convertido en el principal punto de encuentro para tejer acuerdos que amplíen inversión y comercio en la región. Representa a 38 por ciento de la población del planeta, a 62 por ciento del PIB mundial y a 50 por ciento del comercio global. Es el único foro económico en que todavía pueden dialogar China, Rusia y Estados Unidos.
El país al que le toca organizar la reunión anual pone la agenda. Para la de la próxima semana en San Francisco, Estados Unidos propuso enfocarse a “crear un futuro resiliente y sustentable para todos”. Desde luego, se discutirán los temas en los que todos coinciden: avanzar en las energías limpias y el comercio digital; asegurar las cadenas de suministro; mejorar la coordinación para enfrentar futuras pandemias y desastres.
Lo que realmente les preocupa es la pugna entre China y Estados Unidos, que se expresa en creciente proteccionismo y tiende una nube de escepticismo sobre el futuro de la globalización.
Imposible despegarse
Luego de ser aceptada en la Organización Mundial de Comercio, China tuvo un crecimiento impresionante y se convirtió en “la fábrica del mundo”. Gran número de empresas de la Unión Americana trasladaron su manufactura allá para aprovechar su inmenso mercado y los menores costos relativos. A su vez, el gigante asiático llevó sus inversiones y productos a Estados Unidos. Las dos economías se integraron y ambas se beneficiaron.
Sin embargo, la apertura china se ha ido frenando. En su plan de desarrollo de 2015-2025 propuso la “innovación autóctona” y la autosuficiencia en diversos productos. Sectores críticos se mantienen bajo control del Estado.
Estados Unidos, por su parte, percibió el avance tecnológico chino como un desafío a su hegemonía económica, militar y política.
Donald Trump llegó a la Casa Blanca prometiendo hacer grande a su país otra vez. Planteó la necesidad de desacoplarse de la economía china. Abandonó los acuerdos comerciales con ese país e intentó, con poco éxito, regresar las plantas industriales y los empleos a su territorio.
En el verano de 2018, impuso aranceles a la mayoría de las importaciones chinas y emprendió una campaña para eliminar a ZTE y Huawei de las redes de comunicación de su país y de sus aliados.
Contra lo que se esperaba, Joe Biden no disminuyó la intensidad de los aranceles, sin importar que la mayoría de los bienes castigados no sean estratégicos. Ordenó, además, revisar las inversiones en el extranjero.
Sin embargo, la idea de desacoplar totalmente las dos economías ya se desechó por no ser realista. Se hicieron evidentes sus costos económicos y no hubo respaldo de los aliados europeos y asiáticos.
A los países del Sudeste Asiático les ha favorecido la rivalidad sino-americana, pero no les conviene que se agrande. Estados Unidos es su principal fuente de inversión extranjera directa y China es su primer comprador, vendedor y acreedor.
Ahora lo que se pretende es identificar las ambiciones económicas y de seguridad de China que pudieran representar un peligro y enfocarse a contrarrestarlas. El nuevo paradigma es la “reducción de riesgos”. Establecer políticas de control de inversiones y exportaciones dirigidas a un pequeño número de tecnologías de vanguardia (sistemas de información y telecomunicación, semiconductores, inteligencia artificial).
A largo plazo, Estados Unidos está impulsando una política industrial que incentiva la innovación y competitividad de sus empresas.
De los dos lados del Pacífico tendrán que convencerse de que las fricciones se retraerán cuando se vuelva a la certidumbre de reglas coherentes que se respeten.