Repensar

Milei llamando a Washington, cambio…

En su visita a Washington, la semana pasada, no encontró muchos gestos amistosos, ni de los funcionarios del Tesoro ni los del Consejo de Seguridad Nacional, que no ven con buenos ojos sus coincidencias con Trump.

El 27 de diciembre, en tres semanas, se cumplen 200 años de relaciones diplomáticas entre Argentina y Estados Unidos. Durante el siglo 19 hubo poco intercambio entre los dos países porque la economía argentina estuvo estrechamente ligada a la del Reino Unido. Las relaciones políticas tampoco fueron positivas porque Estados Unidos no invocó la Doctrina Monroe cuando (1833) los ingleses colonizaron las islas Falkland (Malvinas para Argentina) o cuando (1838) los franceses bloquearon el río de la Plata.

En el siglo 20 los vínculos entre las dos naciones tuvieron altas y bajas. Durante la Primera Guerra Mundial, Argentina mantuvo una “neutralidad benevolente”. En su territorio había mucha población británica y alemana, ambas con fuertes inversiones. Por eso, se negó a alinearse del lado americano. Sin embargo, la carne, los granos y el algodón que enviaba al Reino Unido fueron vitales para el triunfo aliado.

La situación se repitió durante la Segunda Guerra Mundial. Argentina fue el último país latinoamericano en declararle la guerra a las potencias del Eje. Siguió comerciando con Alemania hasta 1944. Al mismo tiempo sostuvo sus exportaciones de carne y trigo a Gran Bretaña.

Al fin de la guerra, permitió que se refugiaran en su territorio muchos militares alemanes. Entre ellos, los criminales de guerra Josef Mengele y Adolf Eichmann.

Ello dio lugar a incontables teorías conspirativas. Desde la supuesta presencia del “verdadero Hitler” por allá, hasta leyendas de submarinos nazis descargando oro en sus puertos.

Durante el peronismo, la relación fue ambigua. El embajador americano abiertamente se opuso al ascenso del general y éste mantuvo un discurso antigringo. No obstante, Perón se alineó con los intereses de Washington y no apoyó a la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

En los 70, Estados Unidos respaldó con equipo y entrenamiento a la Junta Militar, a pesar de las denuncias de violaciones flagrantes a los derechos humanos. Eso cambió radicalmente con la llegada a la Casa Blanca de James Carter.

En 1982 hubo prácticamente un rompimiento, cuando Ronald Reagan apoyó con todo a Margaret Thatcher para recuperar las Malvinas.

En los 90 las relaciones mejoraron e incluso el país austral respaldó a Estados Unidos en la guerra del Golfo. En gran parte esto fue así porque se intensificaron las exportaciones a la Unión Americana y esa nación se convirtió en su principal inversionista.

En los gobiernos de la era Kirchner hubo múltiples tensiones por la incapacidad argentina para cubrir sus compromisos financieros, por su cercanía con los regímenes de Cuba y Venezuela y por sus crecientes nexos económicos con China.

Al mismo tiempo, mejoró la cooperación en temas de seguridad. Argentina se integró al mecanismo regional contra la delincuencia organizada y designó como organización terrorista a Hizbulah. Pudo enfrentar la pandemia de covid gracias a la fuerte asistencia financiera y a la donación de equipos de protección personal.

Volver a empezar

Milei llegará este domingo a la Casa Rosada con el país en ruinas. Con la economía en contracción, la inflación alcanza 140%. El peso está devaluado y no tienen reservas monetarias. El 40% de la población está en pobreza. La mitad de los argentinos vive de la asistencia social.

Es evidente que requieren ayuda y quien se las puede brindar es Estados Unidos. Lamentablemente no esperan mucho, porque gobiernos anteriores que se alinearon con la gran potencia no recibieron lo que esperaban.

Carlos Menem empezó un programa de reformas que se frustró cuando la Reserva Federal subió consecutivamente las tasas de interés y la deuda externa se volvió inmanejable. A Mauricio Macri le sucedió algo similar y por eso acabó acercándose a China, con quien encontró cooperación pragmática y beneficios tangibles.

Javier Milei ha anunciado un programa de recuperación poco ortodoxo. Pretende eliminar el Banco Central, dolarizar la economía, desaparecer la mitad de los ministerios y privatizar las empresas estatales deficitarias. Propone además distanciarse de Brasil y de China (el primer y segundo socios comerciales de su país), no ingresar al mecanismo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y “alinearse con Occidente en la defensa de los valores de la libertad”.

En su visita a Washington, la semana pasada, no encontró muchos gestos amistosos, ni de los funcionarios del Tesoro ni los del Consejo de Seguridad Nacional, que no ven con buenos ojos sus coincidencias con Trump. En realidad, no habrá un panorama claro hasta después de las elecciones de noviembre de 2024.

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