Repensar

Quedarse dormidos

En tres décadas Europa se unificó y Asia se levantó como un gigante. Enfrentamos una competencia feroz y no nos ha preocupado.

Se cumplieron 30 años de que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Para México significó una trasformación radical de su estructura económica. Pasamos de ser un país que limitaba severamente la inversión extranjera y las importaciones, a ser una de las naciones más abiertas a capitales y productos extranjeros.

Hasta 1993 nos parecíamos mucho al resto de los países latinoamericanos. Habíamos intentado industrializarnos sustituyendo importaciones, pero nuestros productores, favorecidos por políticas proteccionistas, habían formado dañinos monopolios.

Los que podían, conseguían algo mejor en el mercado negro: el contrabando sostenía a muchas de las poblaciones fronterizas y a barrios tradicionales en las ciudades grandes.

Se crearon también empresas estatales, con la ambición de desarrollar una industria pesada. Salvo excepciones puntuales, la ineficiencia y la corrupción frustraron ese propósito.

Durante décadas, nos ayudó a equilibrar las cuentas la exportación de materias primas (minerales y agropecuarias), siempre sujetas al vaivén de los precios en el mercado mundial. Llegamos a creer que nuestros problemas se limitaban a saber administrar la abundancia pasajera de las reservas petroleras.

Situaciones similares se vivían hace tres décadas en los otros países de nuestra región. Lo increíble es que, a diferencia de México, la mayoría sigue igual: renuente a la apertura y dependiendo de las materias primas.

Brasil y Argentina son economías cerradas: menos de 30 por ciento de su PIB proviene del comercio externo (México, casi 80 por ciento). Perú y Venezuela incluso han visto disminuir sus exportaciones. En toda la región hay atraso tecnológico y una prematura desindustrialización.

Las principales exportaciones de esas naciones son las tradicionales desde hace un siglo: Argentina, los granos y la carne de res; Brasil, la soya, la celulosa y el mineral de hierro; Chile, el cobre y el pescado; Colombia, el petróleo, el carbón, el café y el oro; Ecuador, el petróleo, los crustáceos y el plátano; Perú, el cobre, el zinc y el oro; Venezuela, el petróleo y el oro; Paraguay, la soya y la carne de bobino; Bolivia, el gas, el oro, el zinc y la soya.

Algunos han logrado vender minerales o alimentos procesados: Colombia, Perú y Venezuela, la gasolina; Ecuador, Chile y Perú, el pescado; Argentina y Chile, el vino. Muy pocos exportan vehículos (Argentina y Brasil).

Sucesivos intentos de disparar un mercado regional no han tenido los resultados esperados. En mayor o menor medida han fracasado el Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones, el Mercado Común Centroamericano, la Comunidad Caribeña, la Alalc y la Alianza del Pacífico.

Las pugnas políticas y la inestabilidad que provocan, la renuencia a abatir tarifas y regulaciones, así como las devaluaciones monetarias, han hecho que el sueño de la integración se quede en la retórica.

Además, no se ha ampliado la infraestructura. Sólo hay una carretera que conecta el Pacífico con el Atlántico (entre Perú y Brasil); en los más de 5 mil kilómetros de frontera entre Chile y Argentina apenas hay un cruce ferroviario; la carretera Panamericana, con muchos tramos de dos carriles y deteriorado pavimento, sigue siendo la única posibilidad de mover carga de norte a sur. Los puertos son pequeños y anticuados.

Dejadez

Las principales exportaciones de México hoy no son el petróleo, los minerales o los productos agropecuarios, sino bienes con mayor valor agregado: coches, camiones, autopartes, aparatos eléctricos y electrónicos. Eso ha significado entrada de capitales, equilibrio monetario, mercancías diversas, baratas y de calidad, miles de buenos empleos y el desarrollo de regiones enteras. El contraste con el marasmo en el sur del continente es claro.

El problema es que nos hemos engolosinado y no estamos atentos al dinamismo de la economía mundial. En esos mismos 30 años, Europa se unificó y Asia se levantó como un gigante. Enfrentamos una competencia feroz y no nos ha preocupado. Seguimos pensando que la podemos enfrentar con bajos salarios.

La realidad es que la electromovilidad está transformando toda la industria automotriz y hay ahora competidores tecnológicamente más avanzados.

La realidad es que la robótica, el internet de las cosas y la inteligencia artificial están revolucionando a la industria y hemos sido negligentes con mejorar la calidad educativa y fomentar el desarrollo tecnológico.

La realidad es que Colombia y Perú nos están arrebatando el mercado estadounidense del aguacate.

La realidad es que sólo le hemos puesto parchecitos a nuestra infraestructura y no tomamos en serio la energía limpia.

La realidad es que nos dormimos.

COLUMNAS ANTERIORES

Sin ganas
¿Por qué perdieron los demócratas?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.