Repensar

El juego de Nikki

El último argumento de Nikki Haley era que en las encuestas ella tenía más posibilidades de triunfar sobre Joe Biden que Donald Trump. Eso ya cambió.

Nimarata Randhawa Haley (Nikki Haley) es hija de una pareja de migrantes de India, que primero vivió en la Columbia Británica (Canadá) y luego, habiendo conseguido la residencia en Estados Unidos, se asentó en Carolina del Sur.

Nikki estudió contabilidad para ayudar en la tienda de ropa de la familia. Su entendimiento de las finanzas hizo que la empresa creciera y que la nombraran tesorera de la cámara de comercio local. A partir de ahí fue participando cada vez más en organizaciones sociales y empresariales y llegó a ser presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Dueñas de Negocios (NAWBO).

A los 33 años decidió buscar una diputación en la legislatura local y, contra todos los pronósticos, logró ganarle a un político que llevaba décadas ahí. Su buen desempeño le permitió reelegirse dos veces.

Montada en la corriente republicana antiimpuestos (el Tea Party), llegó a gobernadora de su estado en 2011 y se reeligió cuatro años después. Sus políticas fiscales conservadoras tuvieron reconocimiento nacional y ella empezó a buscar otros derroteros políticos.

En las elecciones primarias de 2016 decidió apoyar a Marco Rubio y atacó a Donald Trump por sus actitudes misóginas y por su mala fama como empresario. Cuestionó su inexperiencia política y lo retó a que publicara sus declaraciones de impuestos.

Sin embargo, lo apoyó cuando Rubio se retiró de la contienda. Trump, forzado a dar algunas posiciones a mujeres, la designó embajadora en la ONU. En el Consejo de Seguridad, Nikki apoyó las decisiones drásticas del presidente (salirse del acuerdo climático de París, del acuerdo nuclear de Irán y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU) y se alineó con los ‘halcones’ del Departamento de Estado, descontentos con las políticas blandas del secretario.

Rex Tillerson, un ingeniero muy serio (que hizo carrera en la petrolera ExxonMobil y fue presidente de los Boy Scouts), no se entendió con el estilo indisciplinado de Trump, que primero le quitó presupuesto y lo obligó a despedir a diplomáticos veteranos y después dejó que muchos de sus allegados, entre ellos Nikki, tomaran decisiones sin consultarle.

Tillerson se enfrentó sobre todo con Jared Kushner, yerno y asesor del presidente, que manejaba en secreto la relación con Israel y con México.

El nuevo secretario de Estado, Mike Pompeo, le pidió a Trump que sustituyera a Nikki, que quería seguir actuando por la libre.

Ella consiguió entonces un asiento en el Consejo de Administración de Boeing. La compañía le retribuía así los incentivos fiscales que, cuando era gobernadora, les facilitó para que instalaran en Carolina del Sur la planta donde se arman los 787 Dreamliner. Le agradecían, además, su ayuda para evitar que los trabajadores de esa factoría se sindicalizaran.

Volar más alto

Nikki estuvo poco tiempo en Boeing porque ya había decidido buscar la candidatura presidencial. Estableció una organización (Stand for America) y escribió una autobiografía (No puedo no es opción) y unas memorias de su breve paso por la ONU (Con el debido respeto. Defendiendo a América con agallas y con gracia).

Al principio se distanció de Trump, pero no lo atacaba, dejando abierta la opción de que le ofreciera la vicepresidencia. Luego empezó a cuestionarlo, sobre todo en sus políticas proteccionistas, cuando vio que algunos multimillonarios no lo querían en la boleta de este año. Trump, furioso, le puso el apodo de “cerebro de pajarito”.

Candidatos más fuertes (Mike Pence, Mike Pompeo, Chris Christie, Ron DeSantis) fueron saliendo de la competencia al ver el apabullante respaldo que Trump tiene entre los republicanos. Ella, que es buena comunicadora, calculó que podría ganarle en los debates, pero él no se presentó a ninguno.

Siendo la última que quedó en la carrera, esperó a las primarias y se implicó a fondo, visitando durante meses las poblaciones de Iowa y New Hampshire. Pero le fue mal y tuvo una humillante derrota en su propio estado. Llegó el supermartes y no remontó.

La verdad es que lo que ofrece (”Tiempo para una nueva generación. No podemos luchar en el siglo 21 si seguimos confiando en políticos del siglo 20″) no le resulta atractivo a sus copartidarios.

Abandonada por sus principales donadores (los hermanos Koch), sin posibilidad de conseguir suficientes delegados, su último argumento era que en las encuestas ella tenía más posibilidades de triunfar sobre Joe Biden que Trump. Eso ya cambió.

Como quiera, ya está posicionada para la elección de 2028.

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