Repensar

Encuestas pretenciosas

La principal razón por la que frecuentemente los sondeos no atinan a dar un pronóstico electoral correcto es porque la conducta humana es compleja.

Desde septiembre, Donald Trump está arriba de Joe Biden en los sondeos. ¿Qué tan probable es que en los cinco meses que faltan para la elección, esa tendencia se modifique?

Muy probable. En junio de 1968 iba adelante Hubert Humphrey; en junio de 1980, Jimmy Carter parecía imbatible; en junio de 1988, Michael Dukakis estaba en primer lugar; en junio de 1992, George H.W. Bush parecía ir derechito a la reelección. Todos ellos perdieron.

Los encuestadores siempre recordamos que las encuestas son instantáneas, que sólo valen para el día en que se levantan. Tomemos entonces únicamente las encuestas más cercanas a la elección. Hace ocho años, las quince publicadas la semana previa daban como ganadora a Hillary Clinton por cinco o más puntos.

En 2020, la Universidad de California (Berkeley) analizó mil 400 encuestas realizadas en elecciones presidenciales. De ellas, sólo 60 por ciento predijeron el resultado real dentro del margen de error.

El margen de error (el típico de más/menos 3 por ciento) es el precio que pagamos en precisión por no poder entrevistar a todos los miembros de la población objetivo. Se refiere exclusivamente a una fuente de error potencial: el hecho de que la muestra difiera de la población sólo por casualidad. Pero hay muchas otras fuentes de error, igualmente importantes.

Por ejemplo, algunos encuestan a los votantes registrados y otros únicamente a los votantes probables (aproximadamente 60 por ciento). El New York Times/Siena College, que encuesta a ambos grupos, encuentra diferencias de hasta 3 por ciento entre ellos.

Hay también distintas formas de hacer ajustes estadísticos para asegurar que la muestra se alinea con las características más importantes de la población general. Organizaciones serias, como el Pew Research Center, acoplan hasta doce variables. En 2016, todos fallaron en ponderar bien a los trabajadores blancos sin estudios universitarios.

El fraseo del cuestionario o el orden en que se presentan las opciones pueden inducir las respuestas. En el caso de las preguntas abiertas, la codificación es complicada. Por ejemplo, en una encuesta publicada la semana pasada, muchos dicen estar preocupados por la guerra, pero no indican si es la de Ucrania o la de Gaza.

En la Unión Americana ya casi nadie tiene teléfonos fijos y no se permite la marcación automática a celulares (porque las llamadas se cobran tanto al que la hace como al que la recibe). Como los telefonemas por operador son más caros, es raro que se amplíen las muestras para tener más claridad en las tendencias.

Por todo lo anterior, aunque los encuestadores sean muy profesionales y cuidadosos, hay múltiples ocasiones para equivocarse.

Votantes enigmáticos

La principal razón por la que frecuentemente los sondeos no atinan a dar un pronóstico electoral correcto es porque la conducta humana es compleja.

La decisión de voto se da en un proceso discontinuo y accidentado. Interactúan conocimientos, valores, creencias y emociones. Casi nunca hay coherencia. Se admira al ineficaz o se rechaza al sincero. Se acaba votando por motivos largamente razonados o por mero capricho del momento.

La saturación de mensajes propagandísticos (entrevistas, discursos, folletos, cartelones, spots) tiene un impacto diferencial, sin relación con el tiempo de exposición o con el dinero invertido.

Observemos lo que pasa con Joe Biden. La principal razón por la que su aprobación (y la intención de votar por él) es muy baja la clasifican los encuestadores como ‘inflación’. Sin embargo, en ese concepto se agrupan respuestas muy diferentes.

Para algunos entrevistados es la última tasa anual anunciada en los medios (3.4 por ciento). Para otros, es la acumulada en lo que va de esta administración (19.3 por ciento). La referencia de unos es el precio de la gasolina o los alimentos y para otros es el costo de los automóviles nuevos; para unos es lo que sucedió en el gobierno anterior, en tanto que para otros son los precios de su juventud.

Muchos creen que la carestía está desbocada, mientras que otros saben que los precios van bajando, desde el pico de 9 por ciento a mediados de 2022, o que la tasa actual tiene un nivel similar al prevaleciente en el periodo 1983-2008. Pocos entienden que los precios siguen subiendo, pero lo importante es que lo hacen a menor velocidad. Juegan más las percepciones y las expectativas que la información objetiva.

Por eso es pretencioso asignarle demasiado poder predictivo (casi mágico) a las encuestas electorales. Son un instrumento útil pero limitado. Además, como lo muestra la práctica de este diario, son provechosos para entender muchos otros temas.

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