Repensar

Demócratas perdidos

En las bancadas demócratas del Congreso abundan los progresistas que promueven temas macro, pero quedan pocos que empujen las demandas laborales.

El partido demócrata está perdido: no sabe en dónde está. Por eso pierde simpatizantes y pierde elecciones.

Franklin Roosevelt llegó a la presidencia porque el país atravesaba por una gravísima crisis económica (la Gran Depresión). Para superarla propuso un arreglo diferente (el New Deal), en el que se crearon empleos públicos y programas asistenciales para evitar el empobrecimiento de los que se quedaban sin ingresos. Con la posterior inversión masiva en armamento, al entrar el país a la Segunda Guerra Mundial, se recuperó el crecimiento y durante las siguientes décadas la nación prosperó.

Eso dio gran impulso al Partido Demócrata, que era identificado como defensor de los trabajadores. Los grandes sindicatos industriales apoyaban al partido y lo hacían ganar posiciones políticas en todos los niveles.

Eso cambió en los sesenta. Hasta entonces, en el partido convivían negros liberales y blancos conservadores, supremacistas del sur y defensores de los derechos civiles del norte. Empujados por la insurgencia de los afroamericanos, los demócratas abandonaron su política segregacionista y se convirtieron en el partido de los negros. Eso no les incrementó demasiado sus votos porque tradicionalmente son poco participativos.

Fue mayor la desbandada de los blancos sureños y de los trabajadores, molestos además por las protestas contra la guerra de Vietnam. Aunque los dirigentes siguen hasta la fecha alineados con el partido, las bases (mayoritariamente blancas) respaldaron en 1968 la candidatura independiente del racista, George Wallace, o la de Richard Nixon, que les prometía “ley y orden”. El éxodo de trabajadores hacia los republicanos continúa hasta la actualidad.

Con James Carter, se sintieron traicionados. La desregulación de algunos sectores y la estricta política monetaria de la Reserva Federal, con Paul Volcker, produjeron desempleo y no redujeron la inflación. En 1980 los republicanos triunfaron gracias a los “demócratas de Reagan”.

Ronald Reagan aumentó el apoyo de los trabajadores al abatir la inflación y al imponer aranceles a las importaciones japonesas. En cambio, Bill Clinton se enemistó todavía más con ellos al impulsar políticas públicas con enfoque de mercado y, sobre todo, al apoyar el TLCAN.

Al Gore (en el 2000), completamente desubicado, se presentó con una plataforma tecnocrática, que no le ofrecía nada a los trabajadores. Perdió hasta el voto rural que había obtenido Clinton.

Gran orador, Barak Obama consiguió que muchos obreros volvieran a creer en los demócratas y despertó esperanzas de progreso entre los negros.

Su triunfo fue sobrevalorado por el partido. Su principal estratega, James Carville, escribió el libro Cuarenta años más. Cómo los demócratas dominarán en la siguiente generación. Alegaba que el cambio demográfico los favorecía porque iban a crecer los segmentos que tenían simpatía con ellos (las minorías raciales, los graduados universitarios, los habitantes de los suburbios, las mujeres solteras), al mismo tiempo que encogían los grupos afines a los republicanos (los trabajadores blancos). Se dedicaron a complacer a los primeros e ignoraron a los otros. Fatal error.

Aunque Obama rescató a las automotrices para que no se perdieran miles de empleos (por la crisis de 2007), no ayudó suficientemente a los que no pudieron pagar sus hipotecas ni castigó a los banqueros abusivos. Su programa de salud (Obamacare) ayudó a algunos, pero perjudicó a otros, porque elevó las primas de los seguros médicos. Una nueva decepción.

No entienden que no entienden

Hillary Clinton resultó peor. Apoyada con fuertes donativos del sector financiero, le arrebató a la mala la candidatura al progresista, Bernie Sanders, más sensible a los temas sociales.

Propuso políticas de identidad agradables a las elites urbanas, pero que no le dicen nada a los trabajadores, a los que, encima, insultó, llamándoles “canasto de deplorables”. Su desprecio la hizo descuidar el rust belt, la región en la que la desindustrialización ha dejado docenas de ciudades arrasadas.

No se dio cuenta de que ya habían perdido a la mayor parte de los trabajadores. Solamente les queda fuerza dentro de los sindicatos de maestros y de burócratas.

En las bancadas demócratas del Congreso abundan los progresistas que promueven temas macro (el cambio climático, la infraestructura), pero quedan pocos que empujen las demandas laborales. Si acaso, John Fetterman.

La mayoría son millonarios y representan a los distritos de gente acomodada. Nancy Pelosi, por ejemplo, vive en uno de los distritos con más adinerados de San Francisco.

Se volvieron el partido de los ricos, mientras el populista de enfrente atrae a los trabajadores precarizados.

Por eso digo que están perdidos.

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