Kamala Harris entró a la carrera presidencial muy tarde y con muchas desventajas. La principal, ser parte de un gobierno mal evaluado, en el que ella destacó poco. Por lo mismo tenía que distanciarse de Biden, presentando un ramillete de políticas novedosas, que convencieran al electorado que vale la pena darle chance de ensayarlas. Eso lo debía hacer con gran tacto, para no perder el apoyo del presidente y el de sus simpatizantes.
Sus propuestas económicas y sociales son demasiado parecidas a las que venía sosteniendo Joe. No hay un solo tema en el que se marque un claro contraste. No hay nada realmente nuevo y atractivo.
Lamentablemente dejó pasar oportunidades perfectas (su primer discurso, la convención, el debate) para hacerlo y si lo hiciera mañana tendría poco efecto. La gente ya está convencida de que, en el mejor de los casos, trataría de continuar con las mismas políticas y con menor capacidad de hacerlas pasar por el Congreso.
Peor aún, como hizo el actual presidente, cuando no pudo vender el Bidenomics, ha centrado su campaña en advertir de la gran amenaza que representaría para la democracia el regreso de Trump. El grueso de la población no da tanta importancia a los hechos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio (no los califica de ‘rebelión’). Para colmo, eso abona a las teorías conspirativas de Donald, que habla de un mítico ‘Estado profundo’ que a toda costa (inclusive de atentados en los que milagrosamente sale indemne) quiere impedir que vuelva a ocupar la Casa Blanca.
Desconocida para muchos después de cuatro años de estar en la vicepresidencia, Kamala logró presentarse en los meses pasados como hija de una familia de inmigrantes que no la tuvo fácil para salir adelante y, por ello, entiende las presiones que están sufriendo los trabajadores con la inflación.
Sin embargo, el resto de su biografía es conflictivo. Su ascenso político en San Francisco con ayuda de un político corrupto; las decisiones controversiales que tomó como procuradora de California; su insuficiente desempeño como senadora, más allá de atacar continuamente a Trump. Y, desde luego, su sorprendente falta de iniciativa como vicepresidente. Son asuntos que la campaña republicana no ha dejado de explotar.
Cambio de bandera
Lo peor es que, habiendo entendido que no estaba atinando en las preocupaciones de la gente, ya se orientó a los temas sobre los que gira la elección (capacidad adquisitiva, delincuencia, inmigración descontrolada), pero… sin posicionamientos propios, viables y bien elaborados es un suicidio entrar a pelear al terreno que domina su contrincante.
Por ejemplo, contrariando a Biden, que logró reducirla, aceptó que la inflación sigue alta, como sostiene falsamente Trump y ahora promete, como lo hizo él hace meses, eliminar el impuesto a las propinas. Le da la razón y no propone algo mejor.
Abandonó sus posicionamientos humanitarios en la política migratoria y ahora postula la línea dura, incluyendo las deportaciones, que apenas hace unas semanas reprobaba.
En el tema de las armas, el cambio ha sido ridículo. Toda la vida abogando por el control y de repente declara que tiene una en casa y la usará para defenderse si la atacan (el argumento de los que lo consideran un derecho sagrado, imposible de limitar). Le preguntan el tipo y marca del arma y se queda muda. Un día después publica las especificaciones, pero no la enseña. Algo parecido sucede con Tim Walz: aparece con un rifle de cacería (afición que no se le conocía) y muestra que no es diestro en su manejo.
Por otra parte, han sido desastrosos sus escasos encuentros con la prensa. Su primera entrevista en CNN y la última en 60 minutes de CBS fueron tan tersas que se cayó la audiencia a los pocos minutos. En su reciente town hall de Univisión con los hispanos, se descubrió que los invitados eran partidarios suyos y que estaba leyendo en un teleprompter.
En un intento de ganar el voto republicano inconforme con Trump, Liz Cheney (hija del expresidente del mismo apellido) salió a apoyarla, pero inmediatamente Trump presentó a la republicana que le impidió, por 38 puntos de ventaja, la reelección en el Congreso.
Ante la devastación del huracán Milton en los estados del litoral sureste, regresó a su papel de vicepresidente y recorrió las zonas afectadas. Lo malo es que los damnificados acusan al gobierno federal de no tener dinero para auxiliarlos por haberlo utilizado para apoyar a los inmigrantes indocumentados.