En el continente europeo ya no hay fronteras entre los países. Sin embargo, cuando uno cruza, por ejemplo, de Holanda a Bélgica, se sorprende por las grandes diferencias culturales. Tienen otras historias, instituciones, costumbres y lenguajes. Eso no sucede en Estados Unidos. Aunque cada región tiene sus particularidades y a veces se habla con un acento típico, no hay grandes contrastes. Comparten valores y motivos; sueños e ideales. En todas partes se consumen los mismos productos y se ven las mismas películas. Todos se sienten americanos.
Sorprendentemente, no han podido evitar las divisiones. Las siete colonias originales vivieron en medio de disputas de fronteras y comercio. La canción de la libertad (John Dickinson, 1768) ya advertía: "Al unirnos, prevalecemos; al dividirnos, caemos".
En la Guerra de Independencia, dos terceras partes de los habitantes se mantuvieron neutrales. Las cruentas batallas entre los patriotas y los casacas rojas ingleses se quedaron chicas frente al salvajismo con el que se combatió a los colonos leales al rey.
Eso preocupaba mucho a los padres fundadores. Hacían ver la conveniencia de una federación porque las pequeñas repúblicas eran débiles y vulnerables. Por sí solas no podían sostener un ejército ni asegurar la alimentación cuando había sequías o heladas. Por eso, en su preámbulo, la Constitución afirma que su objetivo es formar "una unión más perfecta".
Cuando, bajo la coordinación de Benjamin Franklin, diseñaron el sello para autentificar documentos oficiales (que hoy aparece en los billetes de un dólar), pusieron un águila calva viendo hacia la derecha y con las alas desplegadas. En la garra izquierda sostiene 13 flechas y en la derecha sostiene 13 hojas de olivo y 13 aceitunas (significa que quieren la paz pero están preparados para la guerra). En el pico sostiene un pergamino con el lema latino "e pluribus unum" ("de muchos, uno").
En su discurso de despedida (1796), George Washington advirtió que el partidarismo y las pequeñas diferencias podían destruir a la nación. Concluyó diciendo: "La unión es el principal pilar de la libertad".
Rijosos
A pesar de esos llamamientos, en la Guerra de 1812, Nueva Inglaterra quedó devastada y con ganas de separarse. Medio siglo después, la desafección del sur dio lugar a la Guerra Civil, que separó a las familias y dejó docenas de poblaciones saqueadas y quemadas. Con la reconstrucción, el presidente Abraham Lincoln buscó infructuosamente la reconciliación. Desde entonces, el rencor del bando derrotado no ha podido extinguirse.
A los enfrentamientos entre blancos y negros, sureños y norteños, federación y estados, se fueron sumado nuevos desentedimientos entre nativos y migrantes, entre la población rural y la urbana, entre el centro de las ciudades y los suburbios, entre las zonas industriales y mineras en decadencia y los clústeres de alta tecnología. Sólo en las guerras mundiales gozaron de etapas prolongadas de paz interna.
La idea de que los inmigrantes podían asimilarse (melting pot) se sustituyó por un multiculturalismo utópico. Las políticas de identidad enfatizaron los agravios pasados y despreciaron la visión de un futuro compartido. La decadencia de la cultura cívica y la exaltación de los derechos opacó la necesaria asunción de responsabilidades.
En lo que va del siglo, la polarización se intensificó. Los moderados de ambos partidos desaparecieron y dejó de haber posiciones centristas. Unos y otros hicieron redistritaciones ventajosas y campañas cada vez más sucias. En lugar de buscar acuerdos, se entorpecieron. Los congresistas incurrieron en descarados conflictos de interés y absurdos votos en bloque; se desresponsabilizaron del bien común y se hicieron sordos a los llamados de su conciencia.
Los presidentes no dejaron de mencionar la unidad en sus discursos, pero atizaron las animosidades. Los medios de comunicación se partidizaron y perdieron credibilidad. Las redes sociales se volvieron arena de combate y plataforma de mentiras e insultos. En lugar de dar lugar a una explosión de solidaridad, la pandemia se volvió pretexto para golpear a los rivales.
Desplazar a Donald Trump no basta. Son muchos los que incitan a la violencia.
Durante 34 años en el Senado, Joe Biden se hizo fama de moderado y promotor de pactos. Ahora tiene el reto de restaurar los lazos que dan cohesión a la sociedad americana. Para ello bien hará si sigue el consejo de Lincoln: "Así como los países logran la paz mediante tratados, la nación encontrará la armonía en las leyes".