Repensar

Histeria migratoria

Alejandro Gil Recasens escribe que Trump ha construido toda una narrativa sobre el peligro de migraciones masivas como las que se han visto en Europa en la última década.

Exagerar la gravedad del problema migratorio le ha redituado políticamente al presidente Donald Trump. Desde que anunció su candidatura mostró a la inmigración ilegal como un fenómeno creciente y como la principal amenaza a la seguridad nacional de su país. Aprovechó así la inquietud social existente en muchas comunidades, abatidas tanto por el cierre de plantas y el desempleo como por el aumento de la delincuencia y las adicciones. A la gente abrumada por sobrevivir no le interesa escuchar explicaciones macroeconómicas; en cambio, busca a quien culpar de sus dificultades.

Los inmigrantes son un sector fácil de imputar porque su presencia coincide con el surgimiento de esos acontecimientos y porque no están organizados para defenderse.

Trump ha construido toda una narrativa sobre el peligro de migraciones masivas como las que se han visto en Europa en la última década. Se ha esmerado en crear la imagen de hordas de pandilleros de las Maras asesinando a sus conciudadanos. Ante eso, su insistencia en reforzar a las corporaciones de seguridad y justicia migratoria, en construir barreras a lo largo de toda su frontera sur y en deportar sin juicio a los indocumentados suena lógica y hasta patriótica.

Lo preocupante es que ni en su partido ni en la oposición han reaccionado para centrar el debate en realidades objetivas y soluciones viables. Los republicanos han visto la ventaja de seguirle la corriente al presidente porque observaron el impacto que tuvo, en gran parte de la opinión pública, la reciente irrupción de la caravana de centroamericanos en la garita de San Ysidro.

Los demócratas han sido incapaces de elaborar el proyecto creíble de reforma "comprehensiva" que vienen anunciando desde hace años. Peor aún, en la reciente campaña se les ocurrió plantear la desaparición de la Patrulla Fronteriza, con lo que le dan la razón a Trump cuando los acusa de ser débiles frente a "la invasión".

Caer en la trampa

Lo ocurrido la semana pasada ilustra el juego en el que han caído. Trump se ha mostrado intransigente en el tema del muro fronterizo. Solicita 25 mil millones de dólares para extenderlo a lo largo de toda la frontera. Hoy sólo cubre 700 millas (1126.54 kilómetros), edificadas en los gobiernos de Clinton y Obama. Sin el apoyo de los demócratas, en la Cámara de Representantes aceptaron asignar cinco mil millones (lo que alcanzaría para 65 millas (104.607 Km) más, a lo largo del valle del río Grande). En el Senado hay un acuerdo bipartidista para concederle 1.6 miles de millones, por lo que lo más probable es que se termine conviniendo un monto intermedio. Trump amenaza con no promulgar el Presupuesto y cerrar el gobierno el próximo viernes si no obtiene lo que quiere. Repetido cada dos o tres años, el cierre del gobierno ya no espanta a nadie: a lo más se retrasan ciertos pagos y se suspende temporalmente a algunos empleados.

En ese contexto invitó a los líderes congresionales demócratas a una reunión en la Casa Blanca, con la idea de alcanzar un arreglo y evitar la parálisis gubernamental. Cuando la vocera designada de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi y el líder de la minoría en el Senado, Charles Schumer, entraron a la Oficina Oval descubrieron que estaba presente la prensa y que se estaba transmitiendo en vivo por televisión. Luego de echarles su acostumbrado discurso sobre la frontera en llamas, Trump los retó a dejar de ser pusilánimes. Directa como es, Pelosi le dijo que habían ido de buena fe y que continuaran la discusión en privado. Él le contestó: "Pero no está mal hacerlo en público, Nancy; eso se llama transparencia". Furiosa, Pelosi le aseguró que ellos tienen los votos suficientes y que él sería el responsable del cierre del gobierno. Con su conocida teatralidad Trump le respondió: "Me hago cargo de las consecuencias Nancy; no les echaré la culpa; estaré orgulloso si ese es el costo de mejorar la seguridad fronteriza". Descontrolada y a la defensiva, Pelosi sólo alcanzó a decir: "Nosotros sí queremos que haya seguridad fronteriza".

Los veinte minutos que duró el show fueron suficientes para mostrar a un presidente "sinceramente" preocupado por proteger a sus ciudadanos y a unos líderes legislativos obstruccionistas y políticamente muy ingenuos. La histeria antiinmigrante sólo se apagará cuando los demócratas sean capaces de formular una propuesta migratoria convincente.

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