Repensar

Interferencias

En un ambiente tan polarizado muchos son susceptibles de aceptar datos sin verificar, de creer cosas horribles de los que no piensan como ellos o de dar crédito a informaciones alarmantes, comenta Alejandro Gil Recasens.

El canal de televisión RT-América, órgano de propaganda del gobierno ruso, anuncia su cobertura de las elecciones presidenciales en Estados Unidos con un video deep fake de Donald Trump. Usando la voz e imágenes de la cara del presidente y el cuerpo de un actor, en dos minutos se escenifica la siguiente historia: después de perder las elecciones, Trump llega a su nuevo trabajo en la central de la cadena Russia Today, en Moscú; muestra el contrato por mil millones de dólares que le pagarán para conducir un programa llamado El Aprendiz de Putin; camina junto a la muralla del Kremlin y comenta que es un gran y bonito muro; le dice a la cajera de un restaurante que México pagará por la hamburguesa que se lleva.

Así se burlan de las denuncias de que el gobierno ruso está interviniendo en los comicios americanos, como sucedió hace dos y cuatro años. En 2016 lo hizo (según el fiscal especial Robert Mueller) por medio de la granja de bots llamada Agencia de Investigación de Internet.

Simulando el comportamiento humano, las granjas de bots producen automáticamente perfiles falsos de usuarios de redes, para luego enviar miles de mensajes. Se aumenta así el número de seguidores de cierta cuenta y se incrementa el impacto de una información.

Mueller acusó a doce directivos de esa empresa de enviar millones de mensajes en Twitter, Google y Facebook, de usar nombres genéricos, mimetizando a grupos o candidatos, y de difundir noticias falsas. Se probó que además hackearon los correos electrónicos de John Podesta, director de la campaña de Hillary Clinton, y del Comité Nacional Demócrata. Los mails robados, que publicaron en WikiLeaks, mostraron que la presidenta del partido (que tuvo que renunciar) favorecía a la señora Clinton y ponía a los delegados contra Bernie Sanders. Se reveló que también hackearon registros electorales de varios estados e intentaron entrar a los servidores que cuentan los votos.

Un reporte de la comisión de Inteligencia del Senado determinó que cuatrocientos mil bots produjeron 19 por ciento de todos los tuits sobre la elección presidencial (en los dos últimos meses de la campaña).

En las elecciones legislativas de 2018 se repitió la historia: cuentas misteriosas lanzaron al ciberespacio versiones distorsionadas de lo que declaraban los candidatos para hacerlos ver mal con segmentos clave del electorado.

Este año, peor

El director de Inteligencia Nacional de la Casa Blanca, William Evanina, declaró en agosto que el proceso democrático está en peligro. Los ataques se han generalizado y son más sofisticados. Ya no sólo se calumnia o insulta a los candidatos. Ahora se están explotando las divisiones sociales y se está cuestionando la confianza ciudadana en las elecciones.

A raíz de los sucesos en Minneapolis y en Kenosha empezaron a aparecer páginas apócrifas de supuestos activistas en apoyo a los movimientos #BlackLivesMatter y #BlueLivesMatter. Siembran odio contra los policías o contra los negros e, incluso, grupos ficticios invitan a agredir a personas concretas o convocan a actos violentos.

En un ambiente tan polarizado muchos son susceptibles de aceptar datos sin verificar, de creer cosas horribles de los que no piensan como ellos o de dar crédito a informaciones alarmantes, como que las vacunas provocan autismo en los niños. Teorías conspirativas sobre el origen, gravedad y evolución de la pandemia del Covid-19 corren por las redes creando confusión.

Ante la posibilidad de que no haya resultados definitivos la noche de la elección, debido al gran número de votos postales, alientan la expectativa de un gran fraude electoral, en coincidencia con lo que anuncia Trump.

Es difícil saber qué tanto de esos operativos se pueden atribuir a fuerzas domésticas o a los rusos y si la campaña republicana está coordinada con ellos. Lo cierto es que ya hay desconfianza, paranoia y miedo.

El punto no es qué tan efectivas pueden ser esas intervenciones. Es imposible conocer qué mensaje le llegó a quién y si cambió sus opiniones o su intención de voto. El secreto del sufragio sólo permite medir en el agregado (casillas, distritos). Incluso el análisis contrafactual (¿hubo desviación en el voto esperado de las personas expuestas?) no sería conclusivo. Lo que debe importar es que no se está respetando la soberanía de una nación y eso invita a que otros hagan lo mismo con el pretexto de defenderse.

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