Repensar

No pudo Julián

Julián Castro, balanceándose entre posiciones moderadas y progresistas, da la impresión de que no tiene ideas claras ni convicciones firmes en su carrera por la presidencia de EU.

A Julián Castro su abuela mexicana y su mamá lo llevaban a los mítines del Partido Raza Unida desde que empezó a caminar. Al principio se aburría enormemente y se quedaba dormido. Al crecer empezó a apreciar lo que ellas hacían por conseguir mejores condiciones de vida para los migrantes y sus descendientes. Gracias a las medidas de acción afirmativa, conquistadas en esas luchas, pudo inscribirse en la Universidad de Stanford, a pesar de no haber obtenido la puntuación requerida en el examen de admisión.

Luego de estudiar ciencia política ahí y de doctorarse en derecho en Harvard, lo primero que hizo fue lanzarse para concejal en San Antonio, Texas. A los 26 años y en terreno republicano parecía una apuesta perdedora. Sin embargo, hizo tan buen papel en su distrito que lo postularon para la alcaldía. La primera vez perdió, pero luego lo consiguió y se reeligió dos veces, con claras mayorías. Le atribuyen el renacimiento de la ciudad y un gobierno prudente y con sensibilidad social.

En 2012 el presidente Barack Obama le ofreció la Secretaría de Transporte. Prefirió seguir como munícipe para luego buscar la gubernatura de Texas. Dos años después, al ver que su pretensión no era factible, aceptó ser secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano. Nuevamente su desempeño fue brillante. Logró que se estabilizara el mercado de vivienda, convulsionado desde la crisis de las hipotecas en 2008. Encabezó esfuerzos exitosos de reconstrucción en ciudades afectadas por desastres naturales.

Hace cuatro años apoyó con tanto entusiasmo la candidatura de Hillary Clinton que se pensó que sería su compañero de fórmula. Lo que sí pasó fue que lo multaron por usar su puesto para favorecerla.

Por la presidencia

Dos docenas de demócratas quieren abanderar a su partido. El problema es que todos plantean casi lo mismo y cada uno trata de presentarse como el que sí puede derrotar a Donald Trump. Sólo un par (Warren y Sanders) se distingue por posiciones más radicales, que entusiasman a sus correligionarios y asustan a los demás.

Julián Castro, para no fallar y a pesar de contradecirse, quiere estar de los dos lados. Sólo en unos cuantos temas tiene propuestas propias bien estructuradas: reforma del sistema penal para acabar con la brutalidad policíaca; créditos fiscales para los arrendadores de vivienda barata; educación preescolar universal. Sin lugar a dudas son buenas causas, pero no han atraído la atención ciudadana.

En el primer debate le fue bien pero en los siguientes ya no supo qué decir. Balanceándose entre posiciones moderadas y progresistas da la impresión de que no tiene ideas claras ni convicciones firmes.

Es quizá al único al que respaldan simultáneamente Obama y los Clinton, pero ellos sólo lo pueden ayudar consiguiéndole donadores, porque se les considera culpables del declive del partido. Sin experiencia legislativa, tampoco cuenta con conexiones con otras corrientes partidistas.

Su estrategia es extraña. En lugar de concentrarse en donde empiezan las primarias, que es lo que todos hacen, él decidió ir a buscar el voto de los delegados a los cincuenta estados. Mientras los otros se fueron a vivir a Iowa o a New Hampshire y tienen comités ya operando en Nevada y South Carolina, él anda en Idaho, donde dominan los republicanos y los delegados ya están comprometidos con los competidores más fuertes.

Tampoco organiza eventos masivos para mostrar fuerza. Invariablemente juega con el público haciéndose acompañar por su hermano gemelo, que es idéntico a él.

Quienes aspiran a ocupar la Casa Blanca corren en un maratón que dura casi dos años. Luchan primero para conseguir la nominación de su partido, centrando sus esfuerzos en los estados que tienen elecciones primarias tempranas y en aquellos con alguna oportunidad de superar a los otros contendientes. Ya como candidatos hacen campaña sobre todo donde hay más electores indefinidos.

En esas aventuras, su sobrevivencia depende de que obtengan suficientes donativos para movilizarse y pagar anuncios en los medios. Pero esas aportaciones se condicionan a que muestren avances en las encuestas de intención de voto. El dinero depende de que tengan suficientes simpatizantes, pero estos no se pueden conseguir sin contar con los recursos suficientes para comunicarse con ellos. Sólo hay una forma de romper ese candado: ofrecer algo realmente novedoso a los votantes; una propuesta que los convenza de que no hay mejor opción.

Julián Castro no lo supo hacer.

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