Repensar

¿Otro Plan Marshall?

El Plan Marshall, con un monto de 13.2 mil millones de dólares, sólo duraría cuatro años y tenía objetivos precisos, comenta Alejandro Gil Recasens.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial casi toda Europa se encontraba destruida. Ciudades enteras fueron arrasadas. La infraestructura carretera, ferroviaria y eléctrica se encontraba severamente dañada y la minería y la industria paralizadas. El colapso económico era total.

Desaparecieron compañías, bancos y navieras con historia centenaria. Se desconfiaba de las monedas locales y las pocas divisas disponibles apenas alcanzaban para comprar alimentos. El flujo comercial continuaba interrumpido y se carecía de capital para invertir. Los productos básicos escaseaban y estaban racionados. Precios controlados y altos impuestos alimentaban la inflación. Los sobrevivientes, sin ingresos ni vivienda, migraban en busca de refugio y comida.

La flota estadounidense de cargueros, que había transportado armas y municiones durante la contienda, ahora les llevaba alimentos, medicinas y prendas de vestir. En sólo tres años, la asistencia humanitaria a las naciones europeas alcanzó los once mil millones de dólares. En el Capitolio se cuestionaba esa política porque no había perspectivas de que su economía se reactivara y la gente dejara de depender de la cooperación externa. Darles dinero no los sacaba de la miseria. Lo que requerían eran empleos.

La industria también presionaba a los legisladores porque no podían vender casi nada del otro lado del Atlántico, dado el creciente déficit en dólares que sufrían allá.

El frío invierno de 1947 malogró las cosechas e interrumpió el suministro de carbón para mover las fábricas y calentar las casas. Se tenía que hacer algo diferente y muy pronto. El secretario de Estado, general George Marshall, pronunció un discurso en la Universidad de Harvard. Con gran realismo explicó que Europa necesitaba ayuda económica masiva y que no había forma de que la pudiera pagar. Se hizo un escándalo: los ciudadanos ya habían hecho muchos sacrificios y demandaban mejores salarios, beneficios para los veteranos y menos impuestos.

Marshall, uno de los artífices de la victoria militar, era una voz respetada y querida. Envío conferencistas a todas partes y fue persuadiendo a diferentes grupos sociales hasta que el Congreso, dominado por los conservadores fiscales, le empezó a hacer caso. A la mitad de los legisladores (entre ellos al joven Richard Nixon) los llevó al otro continente a que vieran con sus propios ojos la situación.

Lo que acabó convenciendo a la opinión pública fue el inicio de la Guerra Fría. Los comunistas, que ya controlaban Polonia y Hungría, dieron un golpe de estado en Checoslovaquia (asesinando a Jan Masarik), incitaron un levantamiento armado en Grecia y estaban cada vez más activos en Francia, Italia y Austria. La publicación de los planes secretos de José Stalin, líder de la entonces URSS, y Adolfo Hitler, de Alemania, para dividirse Europa confirmó los afanes expansionistas de los soviéticos.

LA PROPUESTA

El Plan Marshall, con un monto de 13.2 mil millones de dólares, sólo duraría cuatro años y tenía objetivos precisos. El primero, frenar el deterioro de las economías, estableciendo políticas fiscales y monetarias sólidas. En seguida, eliminar cuotas y aranceles para ampliar el intercambio de mercancías, borrar el desbalance comercial y recuperar mercados para las exportaciones estadounidenses. El tercero y principal, incrementar la inversión, la producción y el empleo.

La ayuda se especificaba en acuerdos bilaterales bajo condiciones estrictas. El equilibrio presupuestal, la estabilidad cambiaria, la eliminación de las barreras comerciales y la remoción de los controles de precios debían ser inmediatas. Las inversiones estaban rigurosamente vigiladas y se tenían que cubrir metas de producción. El país beneficiado tenía que igualar la aportación americana y considerar fuentes alternativas de financiamiento.

Incluía el compromiso de buscar la integración regional y guías con recomendaciones para establecer políticas salariales y de bienestar que aseguraran la cohesión social. Dentro de todo, no se obligaba a calcar el capitalismo de la Unión Americana: Francia siguió con sus planes indicativos, Italia con sus grandes empresas estatales y no se proscribió a la izquierda.

El paquete de estímulos incluía créditos, garantías y asistencia técnica, pero 90 por ciento de los fondos se utilizó para comprar materias primas, combustible, fertilizantes, maquinaria y equipos en la región o en Estados Unidos. También se fondearon proyectos eléctricos y de comunicaciones.

El plan cumplió sus propósitos gracias a que los 16 países miembros contaban con Estado de derecho, fuerza laboral educada y una burocracia profesional. También porque no se impusieron desde fuera los proyectos y se respaldó directamente a las empresas, chicas y grandes.

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