Repensar

Puras fallas

Como siempre, le echan la culpa a la gente ('no saben leer las encuestas, no las interpretaron bien') o ensayan diferentes justificaciones de no haber captado el verdadero sentir de los ciudadanos, comenta Alejandro Gil Recasens.

Las pesquisas sobre preferencias electorales han tenido grandes errores en los últimos años. En las primarias de 2016, Bernie Sanders se llevó Michigan a pesar de que FiveThirtyEight le daba una probabilidad de uno en cien.

Lo más vergonzoso fue la derrota de Hillary Clinton, a la que semanas antes de los comicios ABC News/New York Times ponía a la cabeza por más del 20 por ciento, mientras que a Donald Trump sólo le concedían una esperanza de 9 contra 91. La agregadora de encuestas RealClearPolitics afirmaba que la exprimera dama tenía asegurados Wisconsin, Michigan y Pensilvania y concluía que su triunfo era inevitable. Las empresas que hacían sondeos seriales (tracking) indicaban que estaba al frente por más del cinco por ciento en el voto popular, cuando en realidad fue por el 2.1 por ciento.

Las encuestadoras se defendieron diciendo que los simpatizantes de Trump se sentían apenados de votar por él y mentían al responder. Nunca pudieron probarlo y no es lógico, porque la polarización hace que sientas más orgullo en sostener tus posiciones. Más tarde reconocieron que se equivocaron al calibrar sus muestras, no incluyendo a suficientes hombres blancos sin estudios universitarios (que se inclinaron abrumadoramente por el magnate).

En las intermedias de 2018, Ron De Santis resultó gobernador de Florida cuando casi todos lo ponían atrás por siete puntos. En el voto popular de la Cámara Baja, Rasmussen Reports vaticinaba que los republicanos adelantarían por 7 por ciento mientras que Los Ángeles Times sostenía que los demócratas superarían por 15 puntos. Sí ganaron ellos, pero sólo por nueve puntos.

OTRA VEZ

Este año volvieron a equivocarse al asegurar que los demócratas aumentarían sus curules en la Cámara baja y obtendrían la mayoría en el Senado. Al republicano Lindsey Graham lo veían derrotado y dominó por once puntos en los comicios en Carolina del Sur. Los catorce sondeos que se realizaron coincidían que Susan Collins, en Maine, no tenía ninguna posibilidad y rebasó por nueve puntos.

En la presidencial, el pronóstico por estados tuvo diferencias significativas. New York Times/Siena College le dio a Joe Biden ventajas que no se materializaron: Arizona +3 (fue de 0.3), Georgia +2 (fue de 0.3), Michigan +8 (fue de 2.6), Nevada +6 (fue de 2.4), Pensilvania +5 (fue de 0.1), Wisconsin +10 (fue de 0.7). Supuso que ganaría Florida por 2 por ciento (y perdió por 3.3), Iowa por 1 por ciento (y perdió por 8.3), Carolina del Norte por 2 por ciento (y perdió por 1.3), Ohio por 1 por ciento (y perdió por 8.1), Texas por 12 por ciento (y perdió por 5.7).

Predijeron que menos afroamericanos e hispanos votarían por Trump y mejoró (respecto a 2016) en 4 por ciento en ambos grupos. Calcularon que el presidente perdería por 17 puntos (sólo lo hizo por 3.4) y que tendría 19 millones de menos votos que hace cuatro años (consiguió diez millones más).

Como siempre, le echan la culpa a la gente ("no saben leer las encuestas, no las interpretaron bien") o ensayan diferentes justificaciones de no haber captado el verdadero sentir de los ciudadanos. Lanzan teorías dudosas: que interrogaron a más demócratas porque ellos respetan más el confinamiento; que hay un sesgo de no responder entre los republicanos porque Trump cuestiona las encuestas; que se esperaba menos participación por la contingencia sanitaria y hubo más, sin decir que eso benefició a ambos aspirantes. Que el voto postal multiplicado alteró las tendencias. Nada de eso da para explicar tanto desatino.

Habiendo menos indecisos y terceros candidatos casi invisibles, podían haber sido más precisos. Es claro que hay fallas metodológicas que no se han entendido y afrontado. Por abaratar los costos se han descuidado muchos aspectos. Los estudios internos de los dos partidos, desarrollados con mayor rigor, mostraban un empate desde el principio en cinco estados clave.

Alegan que la baja evaluación del presidente (alrededor de 42 por ciento) hacía suponer que no era para nada competitivo. Pero no observaron que ese nivel de aprobación se mantuvo estable durante todo el cuatrienio y que no se movió a pesar del impeachment, docenas de escándalos o por la pandemia.

No comprendieron que en un ambiente tan polarizado, las opiniones fluctúan muy poco y los partidos se vuelven más ideológicamente homogéneos. Esto se puede apreciar desde los noventa, cuando Newt Gingrich tomó el Congreso y se creó Fox News.

Cualquiera podía acercarse más al resultado simplemente observando quién tenía mítines más concurridos y mayor tráfico en las redes sociales.

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