“Vamos 25 puntos arriba”, dicen de un lado; “ya rebasamos y vamos a ganar”, dicen en el otro. Si las encuestas fueran termómetros, unas marcarían frío y otras calor; no hay consenso.
En este espacio he sostenido que la narrativa encuestocéntrica, al aplaudir o descalificar encuestas bajo una óptica meramente política, pone a la demoscopia bajo serios predicamentos de imagen. Con el mal uso y abuso al que se someten, las encuestas están bajando sus bonos de credibilidad. Bajo ese argumento, la culpa de las discrepancias de resultados sería de carácter político.
Ahora permítame plantear lo siguiente: si ponemos de lado el presunto mal uso y nos concentramos solamente en las cuestiones técnicas, ¿será que las encuestas están minando su imagen por insuficiencias propias?
En otras palabras, suponiendo sin conceder, que las enormes discrepancias en resultados no se deben a abusos políticos, sino a las metodologías y formas de hacer los ejercicios demoscópicos, bajo este otro argumento, la principal culpa de las discrepancias sería, efectivamente, de las y los encuestadores.
Las encuestas sobre intención de voto enfrentan varias problemáticas y quienes hacen encuestas pueden responder de múltiples maneras o simplemente no responder.
Una de las más mencionadas en esta temporada es la tasa de cooperación, que implica tanto las tasas de rechazo como las de no contacto. La creencia, no del todo documentada, es que cada vez menos gente participa en las encuestas. El rechazo es una negativa explícita a ello, mientras que el no contacto significa una limitación para poder recolectar una muestra probabilística original.
Los rechazos reflejan disposición social, hábitos, actitudes; el no contacto agrega dificultades logísticas: casas o zonas inaccesibles, o celulares que bloquean números desconocidos.
Quienes se han preocupado todos estos días por las tasas de rechazo simplemente ignoran la magnitud de las tasas de no contacto, que no son lo mismo.
Sin embargo, la dificultad de esos fenómenos no está tanto en su magnitud, sino en la posibilidad de que se correlacionen con la preferencia electoral, la pregunta clave de las encuestas en estos tiempos de campañas.
En un reciente libro técnico sobre la no respuesta (Polling at a Croassroads: Rethinking Modern Survey Research, Cambridge UP 2024), Michael A. Bailey señala que ésta está provocando que las muestras probabilísticas por diseño dejen de serlo en la práctica. Los sesgos provocados por la no respuesta, argumenta Bailey, son de dos tipos: el ignorable, que se puede tratar con técnicas de ponderación demográfica, y el no ignorable, ante el cual la ponderación es insuficiente y es el que más dificultades está causando a la demoscopia electoral.
Será muy interesante saber de la comunidad encuestadora qué estrategias emplearon ante estas situaciones. Ojalá el INE convoque a conversaciones poselectorales como antes.
Otro tema que ha surgido es si el método para recopilar información impacta o no en los resultados: ¿discrepan las encuestas por ser en vivienda o telefónicas, robóticas, online, en redes digitales o alguna otra modalidad?
La respuesta breve es no. Revisé la publicación de 40 encuestas nacionales de abril y mayo, y la diferencia promedio en estimaciones para las tres candidaturas presidenciales es apenas de un punto porcentual si se comparan vivienda y telefónicas; de tres puntos con las robóticas, y de dos puntos con las digitales. Nada significativo. Las diferencias más marcadas las arrojan las casas encuestadoras, no las metodologías.
Desde que recuerdo, las fallas de encuestas se atribuyen injustamente a los encuestados, ya sea porque ‘mienten’, ocultan su voto o cambian o se deciden de último momento, entre otras. Son argumentos que se usan para ‘explicar’ diferencias entre encuestas y resultados de elecciones.
Pero, de manifestarse, esos aspectos afectarían a todos, así que las discrepancias entre encuestas tampoco son tan probables de venir por ahí, a menos de que se apliquen técnicas distintas para lidiar con el problema. Antes, por ejemplo, se asignaban indecisos, y eso marcaba una diferencia importante. Hoy no se ve mucho esa práctica.
Pareciera que, más que a razones métodológicas, las discrepancias de encuestas reflejan motivaciones políticas.
En este texto he planteado la discrepancia entre las encuestadoras, no entre las encuestas y la elección, lo cual veremos después del 2 de junio. Por lo pronto, la confianza en las encuestas electorales está volando bajo.