La popularidad presidencial y el apoyo al partido gobernante se están moviendo de manera coordinada, como un reflejo, casi como si bailaran tango, un tango distante, con el Presidente en un nivel y su partido en otro, pero al mismo compás. Si uno sube, el otro le sigue, y si uno baja, el otro también.
Así puede apreciarse en la gráfica de las encuestas nacionales que publicó El Financiero esta semana. Ya desde el principio se advertía cierta sincronía, pero la estabilidad en ambas mediciones durante el primer año de gobierno hacía difícil apreciarla. A partir de enero de este año, la sincronía se volvió más evidente: cuando la popularidad del Presidente baja, el apoyo a su partido baja, y cuando la popularidad sube, el apoyo a Morena también.
A veces los pasos que da el partido son más grandes, a veces más chiquitos, pero sí parecen ir al compás de la popularidad presidencial. El Presidente va poniendo el ritmo y con ello va moviendo la suerte del partido. Quienes saben de tango, yo ciertamente no, dirían que el mandatario es quien marca los cortes.
Narraba Jorge Luis Borges que en un bailongo, cierto bailarín decía, con vanidad, que "los cortes le correspondían a él, la pareja tenía que ir adivinándole la intención y siguiendo el movimiento, pero sin que esto se notara demasiado" (El Tango: Cuatro conferencias). Aquí con el partido parece un poco lo mismo, hay que ir adivinando al Presidente, adecuándose en cada corte que hace, seguirle el paso y moverse en sincronía. Aunque sea distante, uno en su 60 por ciento, el otro 40 puntos abajo, pero ahí van, de la mano.
Esta sincronía entre la popularidad del Presidente y el apoyo a su partido no es nueva. Se ha dejado ver en las encuestas desde hace algunos sexenios, sobre todo de priistas. En el más cercano, el de Enrique Peña, fue evidente incluso desde antes de que ganara las elecciones. Su partido se revigorizó con el ascenso en la imagen del mexiquense, y, una vez como presidente, la caída en su aprobación se tradujo en una caída en las preferencias tricolores. En esos años, el tango del presidente y su partido no era distante, la aprobación y el apoyo al PRI iban pegaditos.
Las implicaciones electorales son muy claras. Justo dentro de un año, el 6 de junio de 2021, están programadas las elecciones intermedias. Conforme nos acerquemos a los comicios, será cada vez más importante ver si la aprobación de AMLO avanza o retrocede. De ello depende en gran medida la suerte de Morena en las urnas. Por cierto, quienes también van bailando tango con el Presidente son los beneficiarios de programas sociales: sus niveles de aprobación parecen ser los que mueven el indicador general; los no beneficiarios, que son la mayoría, se muestran más quietos, no bailan.
Como antecedente al 2021, recordemos que en junio de 2008, un año antes de las elecciones intermedias, Felipe Calderón contaba con 64 por ciento de aprobación, según la encuesta de Reforma que en ese entonces yo coordinaba (cuatro puntos más de lo que tiene hoy AMLO), y su partido lideraba la intención de voto con 31 por ciento las preferencias brutas, equivalentes a 38 por ciento de voto efectivo, similar a lo que tiene hoy Morena en porcentaje efectivo, un 37 por ciento. Un año después, el PAN obtendría 28 por ciento de la votación, 10 puntos menos, y rebasado por el PRI, que obtuvo casi 37 por ciento.
Repasar ese episodio no es pronosticar, es sólo recordar cómo iban un año antes y ver algunas coincidencias: niveles similares de aprobación y de apoyo al partido gobernante, además de una epidemia y una crisis económica de por medio. La diferencia, quizás, es que el PAN bajó mientras que Calderón llegaba a las elecciones con popularidad al alza, en 69 por ciento, empujado quizás por el efecto rally de la emergencia sanitaria de ese entonces. Su creciente popularidad no se tradujo en votos; no hubo tango azul.
Con AMLO y Morena, el tango es evidente, se mueven juntos. Por ello, de aquí a la elección, el índice de popularidad presidencial se vuelve acaso una aguja del tablero electoral.