Las Encuestas

Saludable desconfianza

Si bien el imperativo es evitar los contagios, la información y la desinformación a la que estamos expuestos pueden tener efectos en el bienestar general.

En circunstancias normales, cualesquiera que sean, la confianza es un aspecto positivo para la convivencia y la interacción social, para la actividad económica y política. La confianza es un puente, no un muro. La confianza abre puertas, lubrica y facilita, refleja reciprocidad y trato justo. La confianza conduce a conductas de colaboración y cohesión social, y espera lo opuesto al abuso. Y la confianza va de la mano con la credibilidad.

Estos tiempos de coronavirus no son circunstancias normales. Nos encontramos en una situación de gran incertidumbre y zozobra. Si bien el imperativo es evitar los contagios, la información y la desinformación a la que estamos expuestos pueden tener efectos en el bienestar general. Ante los rumores, las noticias falsas, la información incompleta o no corroborada, la desconfianza podría ser, paradójicamente, saludable.

En una situación de contingencia como la actual, estar bien informados (o mal informados) es crucial para guiar nuestras decisiones, para asistirnos en nuestra propia protección y la de otros, para coordinar esfuerzos individuales con fines colectivos. Y digo colectivos porque, en mayor o menor medida, todos estamos metidos en el mismo embrollo. El problema es: ¿y cuál información?

En principio, el Covid-19 nos tiene divididos. De acuerdo con la encuesta nacional que publicó El Financiero el martes pasado, el 49 por ciento de los entrevistados confía mucho o algo en la información sobre el número de infectados en el país, mientras que otro 49 por ciento dijo confiar poco o nada. ¿Usted en cuál mitad se ubica? ¿Y qué tan confiado se siente con esa información?

Las encuestas nos han mostrado que la mexicana suele ser una sociedad predominantemente desconfiada. Se desconfía de la mayoría de la gente y se desconfía también de la mayoría de las instituciones. No obstante, la encuesta nacional de El Financiero, de marzo, arroja datos que van a contracorriente en el mar de la desconfianza mexicana. La gran mayoría de los entrevistados confía en los médicos (68 por ciento) y en el personal de enfermería (70 por ciento). Además, la mayoría (62 por ciento) confía en la Organización Mundial de la Salud, el organismo internacional que lleva la batuta en el proceso informativo sobre la pandemia.

La desconfianza en el sistema de salud mexicano alcanza 53 por ciento, una cifra más acorde con nuestra usual actitud antisistémica. Pero los niveles de confianza en el personal médico y en la OMS son dignos de enfatizarse. Me encantaría decir que es una excelente noticia que la mayoría de los mexicanos tenga una alta confianza médica en estos tiempos, pero desde el punto de vista de opinión pública hay que guardar cierta reserva. ¿Cuánta información falsa o no corroborada circula hoy en día citando fuentes médicas, científicas, de expertos y de organismos especializados? ¿Qué pasa cuando influencers, tuiteros, youtubers, en pleno ejercicio de libertad de expresión y probablemente de buena voluntad, se echan al hombro la tarea de difundir y propagar información altamente especializada sobre el coronavirus? ¿Qué pasa cuando compartimos información en nuestros chats y redes sociales creyendo que ayudamos porque las avala algún doctor o especialista?

La confianza de los mexicanos en el personal médico y en la OMS luce inmejorablemente saludable... y, quizás por lo mismo, sea fácilmente contagiable del virus de la desinformación. En otras palabras, nuestra alta confianza médica nos hace vulnerables a la desinformación con fuentes médicas o especializadas.

En su libro The Misinformation Age: How False Beliefs Spread, ('La era de la desinformación: cómo se propagan las creencias falsas', Yale University Press 2019), Cailin O'Connor y James Owen Weatherall argumentan que en las creencias de la gente hay algo peor que la ignorancia: estar activamente desinformadas y manipuladas.

Además del distanciamiento social, mantener una saludable desconfianza hacia el torrente de información, que no implica minar la credibilidad de los médicos o de la OMS, puede ser un mecanismo de defensa, un 'detente' (parafraseado al Presidente) contra la desinformación y la falsedad disfrazada de expertise. El contagio desinformativo también es parte del riesgo que hoy enfrentamos.

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