Desde San Lázaro

Un patrón perverso y un mensajero desquiciado

Monreal se aventó la puntada de declarar que existe un complot de los órganos autónomos constitucionales en contra del presidente López Obrador.

Solo en tiempos prerrevolucionarios se había visto tal encono del presidente contra los opositores al régimen, ahora se ha retomado esa animadversión contra los organismos autónomos y el Poder Judicial que fungen como auténticos contrapesos del Jefe del Ejecutivo federal.

La embestida contra esos órganos autónomos, como por ejemplo el INE, se emprende desde todos los frentes, principalmente desde la Cámara de Senadores y en particular por el pastor de los legisladores de Morena, Ricardo Monreal, quien tiene la instrucción de elaborar todo un nuevo entramado de leyes que acoten precisamente esas facultades constitucionales de diversos órganos del Estado.

La ofensiva contra los autónomos por parte de Monreal es de tal desfachatez que se aventó la puntada de declarar que existe un complot de los órganos autónomos constitucionales como el INE, en contra del presidente López Obrador, dijo que “esas instituciones están podridas y el Poder Judicial corrompido, por lo que urge darles una sacudida institucional, a través del Congreso de la Unión”.

De ese tamaño ha sido el ataque que devela las intenciones del presidente de la República de desmantelar a las instituciones que tengan como principio rector constitucional, ser independientes y autónomas.

En tiempos en que la pretensión del Ejecutivo es recobrar ese poder que se tenía en tiempos de la dictadura perfecta encarnada en el PRI, sale el senador por Zacatecas a hacer declaraciones que solo confirman el interés de AMLO por establecer una dictadura en la que no solo se sometan los otros dos poderes de la Unión y todos aquellos organismos autónomos y ciudadanos como el INE, sino que desaparezcan y las funciones que tienen para asumirlas bajo su égida.

El presidente quiere ser juez y parte en la organización y calificación de las elecciones, para con ello, borrar el último vestigio de lo que queda de la incipiente democracia mexicana.

La democracia vive sus últimos días y a partir de los resultados electorales de la elección del 6 de junio, recobrará aire para el futuro o de plano solo será una entelequia.

La dictadura requiere que las Fuerzas Armadas se plieguen a los deseos del presidente y esto ya existe con la militarización del territorio nacional.

El poder que acumula el Ejército es cada vez más grande y abarca espacios que antes sonarían inimaginables, como el control de los puertos del país.

El presidente le da más poder a la milicia, ahora disfrazada de Guardia Nacional y con esas atribuciones patrulla todo el territorio nacional, no para combatir al crimen organizado, porque estos tienen bajo su control vastas regiones del país, sino para “frenar a los revoltosos que están contra el régimen”.

La lucha por eliminar a los órganos autónomos, así como someter al Poder Judicial, es el ominoso capítulo que estamos viendo en estos momentos de una serie intitulada ‘Como construir una dictadura en los tres primeros años de gobierno’, protagonizada en su papel estelar por el presidente de México.

La pasividad del grueso de la población ante los atropellos del Ejecutivo y la no atención a sus problemas raya en el estoicismo, empero, cada vez son más amplios esos sectores de la población que están hartos de los abusos de poder del gobierno federal y de que sus demandas más sentidas y básicas, como el cuidado de su vida, de los suyos y de su patrimonio, no las atienda el Estado como actividad prioritaria.

Ante este escenario, el senador Ricardo Monreal en su papel de mensajero desquiciado, lloriquea y trata de voltear la realidad con una visión mentirosa y perversa. ¿Y cuál es esta? Instituir una dictadura en los albores del siglo XXI y ante los ojos quisquillosos de nuestros vecinos del norte, quienes han hecho de la defensa de las democracias su bandera más preciada.

COLUMNAS ANTERIORES

Alfaro se orina fuera de la bacinica
El autoritarismo con piel de oveja

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.