Emilio Lozoya Austin traicionó a sus amigos, compañeros de trabajo y a su jefe por salvar su pellejo, en vez de aceptar su afán desbordado de acumular bienes y de inmiscuirse en los casos emblemáticos de Odebrecht y de Agronitrogenados.
Hay que decirlo con todas sus letras, el exdirector de Pemex fue corrido por Enrique Peña Nieto en 2016 por evidentes actos de corrupción y desvío de recursos públicos, sin embargo, el brazo de la ley no lo alcanzó en el anterior sexenio, sino ya en la actual administración.
Imputado de los delitos de lavado de dinero, asociación criminal y cohecho, la estrategia inicial de Lozoya pasaba por aportar pruebas sólidas para incriminar a lo más alto del último gobierno priista, incluido el expresidente Peña, a quien acusó junto a su mano derecha, el exsecretario de Hacienda, Luis Videgaray de ser los cerebros de la trama corrupta.
De la noche a la mañana se convirtió en testigo protegido de lujo de la 4T para empinar a panistas y priistas por igual, por supuestos cohechos a legisladores para aprobar la reforma energética del anterior sexenio y luego, cuando no presentó las pruebas, trató de culpar incluso a algunos detractores del presidente como el excandidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya.
Esa traición no le valió, toda vez que sus acusaciones no fueron acompañadas por las pruebas correspondientes, no obstante que aseveró tenerlas y por eso fue tratado como colaborador protegido por la FGR.
El tiempo pone a cada quien en su lugar y ahora, no obstante que sigue en prisión domiciliaria, es un apestado no solo por sus anteriores amigos y compañeros, sino, también por el mismo presidente López Obrador.
Eso de lanzar excremento para arriba, termina uno por embarrarse y eso fue lo que le ha pasado al otrora poderoso funcionario del anterior gobierno.
Desde las primeras semanas que se sentó en la silla del director general de Pemex, chantajeaba a todo empresario que recibía con la promesa de darles contratos y privilegios. Las cuotas, a decir de los afectados, eran desde un millón hasta cinco millones de dólares, para empezar una supuesta relación de mutuo beneficio.
Los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht, tan solo fueron la punta del iceberg de todo un entramado de corrupción que fue montado por Lozoya a espaldas del presidente, en donde el caso de Agronitrogenados y otros más, condicionaron su despido fulminante.
Ahora, ya con la medida cautelar de prisión domiciliaria, la Fiscalía General de la República asevera que Lozoya Austin no ha ganado ningún juicio al que el Ministerio Público lo ha sometido; y solo ha obtenido de jueces y magistrados de la Federación, privilegios procesales totalmente injustos y desproporcionados. “Los jueces y magistrados han excluido pruebas que lícitamente fueron obtenidas por la Fiscalía de Brasil y en Suiza, mediante tratados internacionales válidos que México ha suscrito, violando así lo establecido en dichos convenios que tienen respaldo constitucional”.
Será el sereno, pero a la 4T se le cayó uno de sus casos más emblemáticos en la lucha contra la corrupción al alentar primero a un testigo colaborador protegido para acusar sin razón a personajes encumbrados del anterior sexenio y después, ante los infundios y falsas acusaciones contra sus jefes y miembros prominentes del PAN, fue recluido y cuando se esperaban las sentencias correspondientes a sus ilícitos, se han ido cayendo todas las acusaciones en su contra por el rechazo de pruebas por parte de los jueces que las consideraron ilegales al no contar con autorización judicial previa.
Hay que recordar uno de los episodios más célebres de Lozoya, quien no obstante tener la prisión domiciliaria, fue captado por la periodista Lourdes Mendoza degustando el pato laqueado del Hunan de Las Lomas, lo que a la postre ocasionó ser reaprehendido y resguardado en prisión.
Considerado por quienes lo conocieron en sus tiempos de jauja, como un hombre carismático y con don de gente, ahora su nombre les causa escozor y vergüenza.
El periplo judicial de Lozoya tiene todavía mucho camino por delante, aunque para sus abogados, la luz de la libertad está cada vez más cerca.
En cualquiera de los casos, ha quedado como un apestado e incluso algunos de sus familiares no quieren saber nada de él.
Este es el caso típico de un ser humano que juega con sus lealtades y que lleva en el ADN la traición y la sevicia al acusar a inocentes con mentiras y calumnias, con tal de librar el peso de la ley.