El debate presidencial es una herramienta útil, porque se carece de otras más efectivas, por lo menos en el país, para conocer un poco más a fondo a los aspirantes que buscan ganar los comicios, sin embargo, no necesariamente quienes ganan este cruce de ideas son los que a la postre se convierten en el jefe del Ejecutivo federal.
Más allá de citar los ejemplos que han ocurrido a lo largo de tres décadas en los debates presidenciales en México, diremos que, salvo que ocurra un yerro monumental o aciertos espectaculares, lo cierto es que este tipo de ejercicios si acaso mueven los números en las preferencias electorales en un margen máximo de tres puntos porcentuales.
Esto no quiere decir que no sea necesario celebrarlos, ya que se constituyen como un ejercicio para conocer más la personalidad de los debatientes, así como su carácter, su templanza y su forma de generar empatía, amén de la agilidad mental y creatividad, además del control de la situación en aras de utilizar mejor la bolsa de tiempo que tienen a su disposición y de ponderar en qué momento asumir una función más agresiva o combativa o de plano concentrarse en las propuestas y la forma en que las cristalizarán, porque una cosa es prometer y otra cumplir y por desgracia, en los debates anteriores, muchas de las promesas de los candidatos ganadores se quedaron en el tintero.
La rigidez del formato que impide un franco intercambio de esgrima verbal con réplica y contrarréplica es tan solo una de las condicionantes que limitan este tipo de ejercicios.
De hecho, el tiempo y la experiencia han demostrado que tiene más impacto el posdebate y su narrativa que el debate en sí, ya que a través de las redes sociales, encuestas, road show con entrevistas en medios de comunicación, entre otras herramientas que se utilizan para elogiar o fustigar, se logran más efectos favorables que en el propio debate.
Si las encuestas serias tienen razón, Claudia Sheinbaum se mantendrá al frente de estas hasta llegar el día de la elección y esa ventaja tendrá que defenderla incluso en los dos debates que faltan por realizarse.
Así las cosas, en tanto Xóchitl Gálvez no encuentre su bala de plata para aniquilar el proyecto político de su adversaria, la situación será favorable para Claudia Sheinbaum.
Estamos ante el típico caso de que el favorito sale a conservar su ventaja, sin grandes aspavientos y tan solo jugando con el marcador; en cambio, Xóchitl Gálvez tiene que hacer la chamba para remontar y sacar de quicio a su adversaria y esto realmente no sucedió la noche de ayer, ya que una cosa es que la hidalguense haya puesto contra la pared a su adversaria y otra muy diferente es haberla sacado de sus casillas, a tal punto de representar pérdidas sustanciales en las encuestas.
En mi opinión tuvo mejores propuestas la hidalguense, pero eso no es suficiente para ganar en los comicios de junio.
Ambas candidatas cargan con grandes pasivos o losas sobre sus hombros; por parte de la candidata del oficialismo tiene que poner cara para aguantar los reclamos de una administración fallida del presidente López Obrador en temas tan sensibles para la población como son la inseguridad pública, el colapso en el sistema de salud y educativo, además del fracaso en el combate a la corrupción y la opacidad.
Por parte de la candidata opositora, diremos que trae una correa de mando de la partidocracia conformada por las dirigencias nacionales del PAN, PRI y PRD, que no le ayuda en nada ante esos sectores de la población que no quieren saben nada de esos tres partidos, en virtud del fracaso que han significado sus gestiones en los tres niveles de gobierno.
El PRI corrupto y la derecha conservadora que pretende “preservar los derechos de las élites” son solo algunos de esos pasivos que tiene que cargar Xóchitl Gálvez.
La paradoja del asunto es que las grandes estructuras partidistas mantienen el voto duro de los aspirantes y es en el sector de los indecisos en donde realmente se define la victoria.
Para muchos analistas, la participación de los electores jóvenes, esos que van a estrenar su credencial de elector el 2 de junio y aquellos que tienen menos de 35 años, es vital para inclinar la elección a cualquier lado, sin embargo, más del 70 por ciento de este universo poblacional es apático e indiferente ante el proceso electoral; unos, por sentirse decepcionados de los políticos porque “todos son iguales de corruptos e ineptos” y otros, porque no han asumido la gran responsabilidad que representa el ejercicio pleno de los derechos democráticos.
Existe otro factor subyacente entre los votantes, particularmente en aquellos identificados con el voto machista que rechaza que se tenga una presidenta por primera vez en México, pero de este tema nos referiremos en otra colaboración.