Poco a poco se va perfilando el estilo de gobernar de la presidenta Claudia Sheinbaum, etiquetado bajo la ideología de izquierda, feminista, humanista y con proclividad, como lo ha reiterado, a seguir con el empeño de construir el segundo piso de la transformación.
Depende de las filias y fobias de cada quien o de una muy personal forma de ver el contexto general, dependiendo del color del cristal con que se mira, pero lo que no se duda es que desde los 100 compromisos que estableció desde el primer día como jefa del Ejecutivo federal, hasta el plan energético y el programa federal de bacheo, anunciado apenas hace unas horas, requiere de recursos presupuestarios que, por el lado que se observe, no los tendrá en 2025.
Máxime si ya anunció que no habrá una reforma fiscal que conlleve aumento de la carga impositiva o la creación de nuevos impuestos, o mantener el nivel de endeudamiento que hizo su antecesor, que fue del orden sexenal de 6.6 billones de pesos.
Si consideramos que el margen de maniobra para nuevos proyectos está muy acotado en el Proyecto de Presupuesto para 2025 y que es del orden del 5 por ciento del total, pues eso no alcanza literalmente para nada.
De hecho, para el próximo año y si se cumple la promesa presidencial de reducir el déficit fiscal, muchas de sus propuestas esbozadas en los primeros días de su gestión se quedarán cortas o de plano se diferirán para el futuro.
Los gobiernos de la izquierda populista tienen como eje principal de su discurso político el regalo del dinero público al pueblo, aunque esos recursos vengan de la cancelación de programas sociales en su beneficio, como podría ser el acceso a los servicios de salud, educación, vivienda y apoyo institucional a grupos vulnerables, entre otros.
En este sentido, pues resultaría extraño que la Presidenta no ofreciera nuevos apoyos económicos a sectores de la población vulnerables como, verbigracia, el apoyo a las mujeres de 60 a 64 años, aunque después corrigió que estos serán graduales y ello, en razón de la disponibilidad de recursos.
La realidad es que la progresividad de la cobertura de los programas sociales heredados del anterior gobierno se come buena parte del Presupuesto y, si a ello le agregamos el pago de la deuda y sus intereses, amén de las pensiones y del rescate de Pemex y CFE, terminar las obras insignia de AMLO, entre tantos y tantos compromisos presupuestales que tiene el gobierno federal como las participaciones a las entidades federativas y el gasto corriente de la administración pública, pues no hay de dónde sacar el billete que se requiere para cumplir las promesas presidenciales.
Ya anticipó la doctora que el próximo año se recibirá con un adelgazamiento de la estructura operativa del gobierno federal al compactar dependencias o incluso desaparecer a varias de ellas con el objeto de reducir el gasto público; empero, ni aun con este esfuerzo que falta por ver de cuántos millones será, alcanzará, por ejemplo, para avanzar en ampliar la cobertura universal de los programas sociales.
El peligro del déficit presupuestal, en donde los egresos son superiores a los ingresos, es que las calificadoras internacionales degraden la calificación del país y entonces, sí, no habrá poder humano para hablar de una gestión exitosa de la primera mujer Presidenta.
Hay que recordar que la demanda más sentida de los mexicanos es la seguridad pública y ello conlleva, entre otras acciones que ya anunció Omar García Harfuch, el presupuesto suficiente para pertrechar a las fuerzas del orden de los tres niveles de gobierno, además de pagarles mejor y profesionalizarlas, entre otras acciones que representan un gasto relevante.
Todo cuesta; no hay que olvidar que cualquier promesa de los políticos que no venga acompañada del soporte presupuestal etiquetado, queda tan solo en pura demagogia.
En este sentido, ¿cuáles de las promesas de Sheinbaum se quedarán en eso y cuáles se cristalizarán? Tan solo será cuestión de tiempo para observar en qué estatus se quedan, pero, en muchos de los casos, se tendrán que quedar con las ganas los optimistas si piensan que en el próximo año ya se verán resultados tangibles de la gestión de la Presidenta.
Hay voces que señalan que sería mejor que la nueva administración escogiera con exactitud qué acciones de gobierno va a emprender, o cuáles nuevas obras de infraestructura va a impulsar, para focalizar y maximizar los recursos públicos.
La Presidenta debe empezar por ordenar las finanzas públicas, retirarse de la tentación de conservar la filosofía de estatismo con medidas restrictivas en la participación de la iniciativa privada en diversos sectores de la economía, y luego escoger las batallas que va a librar.