Los únicos que saben a ciencia cierta si existe una correa de mando entre Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum son ellos mismos y tal vez algunos cercanos de ambos, y párele de contar; por ello en estos momentos es hasta ocioso afirmar o negar esa subordinación.
El hecho es que como presidenta de la República, es la única responsable ante los mexicanos, la historia y la Carta Magna, de sus decisiones y, como la primera mujer que asume ese puesto, le da todavía más una mayor carga de responsabilidad.
Solo a ella y su conciencia le corresponde acotar esa influencia que tiene el tabasqueño y que tanto influye en la toma de decisiones, aunque, por los hechos, en estos momentos podemos asumir que todavía no se corta el cordón umbilical, aunque, como ella misma lo dijo en su momento, existe una continuidad en el proyecto del segundo piso de la transformación.
El affaire ocurrido en la designación de Rosario Piedra para un segundo periodo al frente de la CNDH fue provocado por los mismos senadores del oficialismo que, mediante sendas declaraciones públicas, se pronunciaron por mejores perfiles que la susodicha, quien, por cierto, en estricto sentido de la evaluación, salió reprobada y la peor calificada de todos los aspirantes, y luego de la votación, que también estuvo plagada de irregularidades, votaron en bloque por dejar a la Piedra como ombudsperson.
Como se sabe, en el movimiento que instauró AMLO, no se vale discrepar de las decisiones cupulares y menos actuar en contrario, por eso llamó la atención que, mientras unos senadores de Morena alentaban la posibilidad de nombrar a Nashieli Ramírez, extitular de Derechos Humanos de la CDMX, otros dudaban de que fuera la propia Piedra. De allí surgió la hipótesis de que una era apoyada por la presidenta y otra por el tabasqueño.
Al final del día y con el desenlace ocurrido, podemos afirmar que los mexicanos salieron perdiendo ante la imposición del oficialismo por una persona que ha probado ser incapaz de cumplir con la alta encomienda de defender los derechos humanos de la ciudadanía ante los excesos del poder público.
Ya si fue verdad que era la candidata de AMLO o de la doctora, es irrelevante, porque, insistimos, la responsable es Claudia Sheinbaum.
Desde antes y durante la actual administración, cuando se daba a conocer la conformación del gabinete y otras posiciones, era obvio que buena parte de ellos eran gente más afín al anterior mandatario que a la actual y ello refuerza la idea de que Obrador no se ha ido del todo a su finca.
Apenas es el arranque y vienen tiempos muy complicados para México, y por ende la titular del Poder Ejecutivo Federal debe estar a la altura de las circunstancias, a riesgo de ser calificada como incapaz de sortear esos grandes escollos, como, por ejemplo, el regreso a la Casa Blanca de Donald Trump y su beligerancia contra México.
Lo hemos escrito en otras ocasiones; el deslinde va a ser gradual, aunque siempre existe el riesgo de que ocurra algo inesperado que pueda dar pie a la abrupta ruptura.
La herencia de continuar con las mañaneras y con los mismos operadores de estas es una contundente prueba de quién es la mano que mece la cuna.
En contraparte, en la presentación de los diversos planes y programas sectoriales, se aprecia el toque distintivo de una académica, en contra de un pragmático, de que sus objetivos eran muy diferentes a aquellos que buscan, en realidad, mejorar las condiciones de vida de los mexicanos más desprotegidos.
Lo que queremos decir es que Claudia Sheinbaum comienza a impregnarle su toque distintivo a esas nuevas políticas públicas, como es el tema de la seguridad pública o del ámbito energético, tan solo por citar dos casos, y ello de suyo habla de su compromiso ineludible como presidenta de la República.
Al grueso de la población lo que le interesa es su entorno más cercano, su familia, economía doméstica, seguridad y contar con cierto acceso a los servicios gratuitos de salud, educación, seguridad social e incluso la alimentación; y por supuesto, los apoyos económicos que recibe del gobierno. Lo demás lo tiene sin cuidado en cuanto a dilucidar sobre quién gobierna realmente.
Los resultados y el asumir la plena responsabilidad sobre ellos son tan solo un elemento de todas esas atribuciones y obligaciones constitucionales que tiene la presidenta de la República.