“Joy”. Alegría. Con este adjetivo, la mayoría de las personas que hablaron ante los casi 50 mil delegados participantes en la Convención Demócrata que se llevó a cabo esta semana en la ciudad de Chicago. Ciertamente la nominación de Kamala Harris a la candidatura presidencial inyectó una buena dosis de alegría y esperanza al partido demócrata.
Pero claramente no asegura que Donald Trump, en el 2025, no regrese a la Casa Blanca. Y faltando menos de 75 días para que se lleve a cabo lo que se considera una de las elecciones más importantes en la historia de los Estados Unidos, y ante un electorado que está claramente polarizado: ¿será la estrategia de “Joy” y de esperanza suficiente para vencer a Trump?
Kamala y Donald ciertamente provienen de dos universos opuestos. Ella, abogada, con 59 años, hija de migrantes, descendiente de madre hindú y padre jamaiquino, clase media, casada con un hombre judío y divorciado, madre de una hijastra y un hijastro. Durante su presentación en la convención les recordó a los delegados que su único “cliente” ha sido el pueblo de los Estados Unidos ya que su vida profesional consistió en ser fiscal, senadora y ahora vicepresidenta.
Bueno, con la excepción del tiempo que trabajó en McDonald ‘s sirviendo hamburguesas.
Trump y el partido republicano la acusan de ser socialista, hasta comunista. Los progresistas en el partido demócrata señalan que es moderada en muchas de sus políticas sociales.
En cambio, él, con 78 años, empresario, misógino, elitista, polarizante, investigado, condenado civil y penalmente, y polarizante. Y aunque es el candidato del Partido Republicano, en general no profesa posiciones conservadoras más que populistas, es un “trumpista”-hace todo lo necesario para beneficiarse.
De hecho, la vicepresidenta Harris recordó al auditorio demócrata esta semana que el único cliente de Trump es Donald Trump.
Él y ella vienen de universos diferentes. Pero ambos buscan gobernar Estados Unidos, el país que más impacta la economía y la seguridad global.
Y aunque la llegada de Kamala Harris y su compañero de fórmula, el “coach” Tim Walsh, seguramente movilizará a más electores demócratas para que salgan a votar y a los electores que tradicionalmente votan por su partido. Lo que no está claro es que esta estrategia de “Joy” y esperanza movilice a los aproximadamente 200 mil electores independientes de seis estados bisagras.
De una población de 330 millones de pobladores, una pequeña minoría indecisa definirá las elecciones.
Donald Trump y su compañero de fórmula han recurrido a la estrategia del miedo y polarización, dividiendo a base de estatus migratorio, color de la piel, nivel socioeconómico. Esta estrategia podría definir cómo votarán estos electores independientes.
En la Convención Demócrata usaron la estrategia de burlarse de Trump. El expresidente Barack Obama llegó a insinuar el tamaño de su pene, las acusaciones y condenas penales, su incapacidad de leer e incapacidad intelectual, su edad, entre otras cosas. Y sí, hubo muchas muchas risas y alboroto en la Convención.
Pero Donald Trump es un experto en promover el miedo y temor entre sus seguidores: Kamala la comunista, la negra, la mujer que te quitará tus derechos y tus armas, la presidenta que te cobrará más impuestos. Y parece que la candidata Kamala Harris no se quedará atrás, buscando infundir miedo en aquellos que todavía no han decidido por quién votar, recordando el caos y posibles actos criminales de Trump en los últimos años. Hubo una decena de republicanos que participaron en la Convención haciendo un llamado a sus correligionarios a votar en contra de Donald Trump. Obviamente la estrategia del miedo puede resultar en que los electores independientes simple y llanamente no salgan a votar. Y esto probablemente favorecería a Trump.
Pero de nuevo, hay que preguntarnos qué emoción mueve a los electores independientes: ¿El miedo o la esperanza? ¿Votarán por una presidenta que habla sobre el futuro o un presidente que vive y recuerda el pasado? ¿Votar por una mujer de 59 años con una risa contagiosa y le apuesta a la inclusión? ¿O un hombre de 78 años que odia las risas contagiosas y una visión pesimista del futuro de los Estados Unidos y ve la inclusión como una de las grandes amenazas a los estadounidenses?